Contra los enemigos de Europa

Europa

La polarización no es un fenómeno nuevo. Siempre ha habido en la historia antagonismos ideológicos y políticos, también culturales, que enfrentaban sus modelos para obtener el control del poder y obtener el mayor respaldo social posible a sus causas, sea impuesto o dirigido. Desde Roma, con esa división senatorial entre optimates y populares en pleno apogeo expansivo del Imperio, hasta la dualidad americana que parece generar una suerte de guerra fría interior que veremos cómo acaba, el contraste entre dos postulados siempre ha sido la ficha que movió las conciencias y emociones sociológicas. Lo que viene, luchando contra lo que se resiste a ser sustituido.

Me preguntan mucho en las últimas semanas sobre Europa y los peligros que la acechan y contaminan, y siempre doy la misma respuesta: Europa ya no existe, lo que hay es una unión burócrata de intereses económicos que sobreviven a base de saquear al contribuyente que produce. Lo que queda de Europa en el imaginario colectivo es esa suerte de construcción unitaria que diseñaron Schuman, Monnet, Churchill o De Gasperi, quienes creyeron que era posible construir un relato propio y diferente que unificara voluntades, sociedades y mercados en torno a un trayecto común que compartir.

Eso murió después de Maastricht y ahora sólo queda la indolencia de un continente que ha renunciado a ser lo que fue para aceptar el buenismo de conciencia y abrir su alma a lo que nunca debería ser. Los pilares que cimentaron Europa durante siglos se vienen abajo mientras la élite política de Bruselas, la izquierda woke y el capitalismo salvaje de las grandes multinacionales se alían en una triple alianza siniestra e involutiva. Han provocado que la esencia definitoria del continente sea dinamitada desde dentro por quienes no desean convivir, sino guerrear. Es la lucha que ya tenemos aquí, y que enfrenta a las cadenas frente a la razón, la libertad frente al progresismo, el Medioevo contra el futuro.

Es pertinente subrayar y recordar que las guerras contra el mal liberticida, que ahoga los valores y principios originales, no se ganaron rezando, condenando y contemplando. El judeocristianismo edificó hace siglos un continente que basó su desarrollo intelectual y científico bajo cimientos grecolatinos y la escolástica incrementó los saberes que luego el Renacimiento apuntaló. Nada de eso parece quedar hoy. Destruir la historia no sólo se hace aniquilando los vestigios arqueológicos y arquitectónicos de una civilización. También se destruye, poco a poco, gota de sangre a gota de sangre, practicando el laissez faire, laissez passer que todo lo admite y permite.

Al hilo de lo que sucede con Israel y Hamás, cuando la ceguera sectaria impide vislumbrar que la presa que impide la penetración y dominio del agua totalitaria del Islam en Europa es precisamente Israel, Tomás de Aquino o Francisco de Vitoria subrayaron las causas justas de una guerra, y elevaron una doctrina moral sobre ella basada en el principio de la injuria o en algo que hoy nos debe llevar a dicha defensa: promover el bien frente al mal. Sus escritos y pensamientos chocan hoy contra esos mensajeros del miedo que ejercen de guardianes de la esencia buenista predicando el falso axioma «la violencia genera más violencia».

Así, los enemigos de Europa cruzan fronteras, llegan hasta nuestras casas, atentan impunemente contra nuestra forma de vida y aumentan su sonrisa a cada dolor compartido y viralizado. O entendemos que esto es lo que también está en juego u olvidémonos del modo de vida hasta ahora disfrutado en nuestras sociedades. Y no tenemos ya edad para exiliarnos.

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