«Coletas rata» separatista style
Pablo Iglesias e Irene Montero han montado la enésima campaña para desviar la atención de sus problemas judiciales en el caso Dina a cuenta de la pintada “Coletas rata” en una carretera de Asturias. Por supuesto, nadie merece ser acosado, ni insultado, ni siquiera los que en el pasado han presumido de aplicar “jarabe democrático” a los adversarios de otros partidos. Todo el mundo merece estar tranquilo cuando pasa las vacaciones con su familia, sin excepciones, y ojalá los lideresos de Podemos aprendan la lección.
Pero es que los amigos separatistas de Pablo e Irene, esos que están en prisión por intentar acabar con nuestra democracia y a los que la pareja de Galapagar llama “presos políticos” y piden su libertad, llevan años creando un clima de odio en Cataluña. Los partidarios de Junqueras, Romeva, Rull, Turull, Forcadell y el resto de condenados por sedición amenazan, pegan, insultan, hacen el vacío y procuran la muerte social a los que no piensan como ellos.
Que se lo digan a Xavier García Albiol, al que insultaron cuando estaba en un espectáculo con su hija. O a Inés Arrimadas o a Alberto Fernández Díaz, cuyo barrio estaba lleno de pintadas para que sus familias pudieran ver cada día las ofensas que unos cuantos radicales separatistas perpetraban. O a Miquel Iceta, al que han dedicado docenas de insultos aludiendo a su condición sexual, o a su aspecto físico. O al juez Pablo Llarena y a su mujer, Gema Espinosa, a los que llenaron de pintadas su residencia y la escuela de formación que dirige ella. O a Alejandro Fernández, presidente del PP catalán, al que entraron en su garaje y le vandalizaron el coche.
Y es que los amigos separatistas de los muy ofendidos Pablo e Irene tienen barra libre para el insulto de todo tipo, sin que la pareja de Galapagar haya plantado pie en pared para que dejen de masacrar a los líderes constitucionalistas en Cataluña. Alguna tímida condena verbal, y poco más. Albert Boadella podría escribir una enciclopedia sobre lo que le dicen y lo que le hacen los violentos separatistas: pintadas en la puerta de su casa, talarle árboles de su jardín, mensajes ofensivos en diversas calles del pueblo en el que reside… Tomás Guasch también disfrutó del cariño de estos radicales con un ataque a su domicilio. Si hablamos de las sedes de partidos como Ciudadanos, PSC y PP sería un no parar, sólo el local de la formación naranja en Hospitalet ha recibido más de una docena de ataques. Y no hay acto de VOX en el que un comando de bienvenida secesionista se dedique, con suerte, a insultar. Y digo “con suerte” porque a la mínima que pueden añaden golpes y destrozos materiales. Una vez hasta tiraron cohetes a los militantes de la formación de Abascal.
Si el presidente de la Generalitat, el inhabilitado Quim Torra, incita a los más radicales a “apretar”, no es de extrañar que la caza del constitucionalista sea una práctica habitual en buena parte de Cataluña. El departamento de Interior no ha expulsado de los Mossos d’Esquadra a un agente como Albert Donaire, líder de la sectorial de la ANC en este cuerpo, tras llevar años incitando a la revuelta contra las instituciones españolas, y que tiene su timeline de Twitter lleno de insultos y ofensas contra cuerpos honorables como la Guardia Civil o la Policía Nacional. Por lo tanto, a nadie puede sorprender que el separatismo haya convertido el insulto en su principal arma política viendo que sale gratis, y que incluso proporciona réditos sociales en forma de aplausos y vítores por parte del independentismo más agreste.
El día que Pablo e Irene, y buena parte de la izquierda española, deje de amparar el matonismo político que el secesionismo está instalando en las comunidades autónomas que controla, será el principio del fin del rencor y el odio en política. Aunque quizás sea pedirles mucho, dado lo mucho que gusta en esos sectores plantear bloques de colaboración para tumbar lo que llaman el “régimen del 78”, con formaciones con una trayectoria histórica trufada de violencia como Bildu o ERC.
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