Ciutadans de Catalunya: no sois de aquí

Ciutadans de Catalunya: no sois de aquí

El próximo 23 de octubre estaremos a un año de que se cumplan 45 desde que Josep Tarradellas (para la pseudo historia nacionalista, el presidente 125 de la Generalitat) volviera a Barcelona después de 38 en el exilio. Son míticas sus palabras a la multitud concentrada en la plaza Sant Jaume: «Ciutadans de Catalunya, ja soc aquí!» (Ciudadanos de Cataluña: ¡ya estoy aquí!). Tarradellas era muy consciente cuando las profería de que sobre su figura descansaba la legitimidad democrática de la Transición. Tarradellas, miembro fundacional de Esquerra Republicana de Cataluña, volvía a España para construir el país. Para construir una Cataluña dentro de España. 

Ahora, otro miembro de ERC, uno que a Tarradellas le hubiera parecido un loco más de la lista de iluminados del procés, es el actual presidente de la Generalitat, Pere Aragonés.  Creyéndose en serio, ese sí, el presidente 130 y pico, no elude las grandes frases y las declaraciones rimbombantes. Pero el nivel está a años luz de quien aseguraba que era ciudadano de Cataluña cualquiera que viviese y trabajase en Cataluña. Nunca se le hubiera ocurrido añadir aspectos subjetivos, sentimentales o confusos como el “y quiere serlo” de Pujol. Tarradellas vio enseguida a qué tipo de deriva empujaban los nacionalistas. Se ahorró volver a ver una situación al borde del conflicto civil muriendo cuando le tocaba. 

Porque de aquello nacieron los lodos que nos ahogan.  Nada que ustedes no sepan: una marea pútrida, una ola de locura social en la que continúan cabalgando los separatistas. La que lleva a Aragonés a seguir afirmando como un chalado que quiere “culminar la independencia de Cataluña» en esta legislatura. Lo ha dicho estos días. Vamos, lo que viene siendo repetir el golpe político del 2017 contra la mitad de la ciudadanía catalana. Y eso lo dice un tipo que tras la reunión en el Palau de la Generalitat de la mesa de diálogo del pasado 14 de septiembre pareció celebrar “el proceso de negociación” que estaban a punto de abordar.

Que Puigdemont haya vuelto a la primera página (se es muy poco exigente hoy en día con las primeras páginas) ha movido el tablero de amagos y trampas del camino de la adaptación a la realidad de las fuerzas independentistas de Cataluña. Todo postureo, pero estaba clarísimo que desfilaban formalitos. Ahora andan corriendo presos del pánico echando mano de las jaculatorias de siempre, las “virtue signaling” del independentista irredento de ayer y de hoy.  Así esta semana se vuelve a soñar con «la liberación nacional”, con crear un «estado de referencia del sur de Europa» y en solucionar un «conflicto político-histórico» que, según Aragonès, enfrenta Cataluña con España. Si Puigdemont no hubiera aparecido como El Comendador de Don Juan Tenorio, hubiera sido suficiente con las tonterías progres de siempre, como que la Generalitat debe encabezar la «transformación social, verde, feminista y democrática». Bla, bla.

¿Y los ciutadans de Catalunya no nacionalistas? Pues estamos en un plan como el que oye llover. No porque no sepamos hasta qué punto esas pomposas e inútiles declaraciones nos afectan en lo económico, en lo político, en lo social… ¡en nuestra reputación! Llámenlo agotamiento. Y si queremos deprimirnos un poco más sólo tenemos que pasearnos por Barcelona y ver en qué la ha convertido la inefable Colau con la ayuda indispensable de la manga ancha del gobierno de Aragonés. Así que, con resentida indiferencia le levantamos el dedo corazón al president cuando aparece en el televisor y, sin recato ni vergüenza, nos dice que trabajará «por la Cataluña entera».  Qué cara que tienen.

 

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