A chufla le toma la gente

Chufla
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Lo peor que le puede ocurrir a una persona, políticos incluidos, claro, es que el personal se lo coja a coña. A chufla escribiría José Carlos de Luna en su famoso Piyayo: «A chufla le toma la gente». Pues eso: la vorágine de anuncios expuestos esta semana, con extremado desahogo, por el exangüe presidente del Gobierno, ha suscitado la reacción contraria a la que su promotor y su legión asesora preveían. Nadie le ha creído y, encima, ha causado el desistimiento, cuan no la hilaridad, del público en general. Y es que este pueblo es mucho más sabio de lo que puede concebir el aún okupa de La Moncloa. Disculpen, como en las comedias antiguas, si el cronista se apoya en menciones populares, poéticas en este caso, pero oyendo las promesas en forma de pisos de alquiler o de gangas para ingenuos propietarios, recordaba el pasado martes un estupendo soneto de Lupercio Leonardo de Argensola destinado a poner en solfa los principios de los que cada quien hace alarde: «Pues también que me confieses quiero/ que es tanta la beldad de tu mentira,/ que en vano a competir con ella aspira/ belleza igual de rostro verdadero… Porque ese cielo azul que todos vemos/ ni es cielo, ni es azul. ¡Lástima grande/ que no sea verdad tanta belleza».

La belleza es, para el caso que nos ocupa, ese compendio de promesas desatadas que alcanza una cifra tan desmesurada como ésta: casi 500.000 viviendas. «T’o pal pueblo», como anunciaba Alfonso Guerra cuando todavía no se había bajado del guindo de la demagogia marxista. Había que ver la carita de la ministra de Defensa, Margarita Robles, cuando escuchaba atónita este martes el compromiso de su jefe de expropiar a los Ejércitos decenas de hectáreas de terrenos, ahora baldíos, para convertirlos en vergeles en forma de pisos para casi indigentes. Esa misma tarde el cronista, armado de santa constancia, acudió a los servicios de un amigo, alto funcionario de Defensa, que se ocupa de la administración de enseres propiedad del departamento. Las dos preguntas directas fueron éstas: «¿Tienen conocimiento en el Ministerio de esta iniciativa del presidente del Gobierno?». Respuesta concreta: «Que yo sepa, no». Segunda: «¿Es tan sencillo el procedimiento como acaba de señalarlo Pedro Sánchez?». Contestación: «No sabemos cuál es su proyecto, pero en cualquier caso quedarán años para poder cumplir de acuerdo con las normativas actuales?».

No hicieron falta más explicaciones, tampoco vale la pena introducirse aquí en la maraña burocrática que habría que sortear para conseguir a medio plazo, ¡qué decir a corto! Edificar los pisos que Sánchez se ha echado irresponsablemente al coleto. Ni la explotación de los campos de Defensa ni la renovación de la flota de la Sareb ni las promociones que, sin dato alguno, Sánchez presentó como su gran apuesta política y social para movilizar el voto de los miles de jóvenes que le han abandonado, son otra cosa que la mentirosa belleza que emula el verso de Argensola. Por eso, el gentío que sólo es tonto un par de veces en su vida (ya ha cumplido con Sánchez en dos ocasiones) ni siquiera se está ocupando esta vez en analizar científicamente las posibilidades que tiene el cuento de la vieja de Sánchez en convertirse en realidad. Los voceros subvencionados que pululan de medio en medio, están haciendo estos días esfuerzos, parece que sobrehumanos, para cantar las glorias de las promesas electorales de sus mecenas, eso sí, destinadas todas a encubrir el bochornoso comportamiento fuguista que ha tenido Sánchez en la rectificación de su ley -que no es la de Irene Montero, sino la suya- del sí es no.

Ahora mismo algunas audiencias provinciales están a la espera de contrastar los datos para publicar el balance más aproximado posible de delincuentes sexuales que se han aprovechado del bodrio susodicho, pero un juez del Consejo, consultado también por el cronista, anticipa que no es imposible que la suma doble los casos hasta ahora conocidos. Ante la realidad palpable sabida y la que resta aún incógnita, ¿qué ha hecho el valiente gudari Sánchez, tan arrogante él en sus andares de Hollywood? Pues no acudir a votar siquiera la rectificación que ha pactado su propio partido con el Popular. Bien: ¿alguien se ha cuestionado qué hubiera ocurrido si los diputados del PSOE se hubieran conducido tan cobardemente como su jefe y tampoco se hubieran pronunciado por el sí en la rectificación? No hay duda: el número de agresores sexuales estaría ya creciendo ininterrumpidamente, muy por encima de los 983 casos condenados y de la centena de indeseables que ya han recuperado la libertad. Realmente no se entiende cómo los súbditos de Sánchez, por muy paniguados que se encuentren, han soportado tamaña fechoría de su baranda.

Ya la única réplica que producen las risas de Sánchez (las suyas, por ejemplo, en el Senado) son mofa declarada en el público en general. El tipo ha perdido todo crédito y, además, ya se le ha perdido el respeto, lo que, tratándose de un jefe de Gobierno, es extraordinariamente grave. Algún periodista amigo que vive de lo poco que transpira informativamente la Moncloa, transmite que el núcleo duro de sus asistentes está preocupado, pero se consuela apreciando que las pifias de Sánchez no reciben castigo suficiente en las encuestas, o sea, juega con el silencio, ahora postrado, de los ciudadanos, hartos de tanta mentira y tanto desmán.

No es éste el lugar para ofrecer consejos, entre otras cosas porque cuando los contrarios se equivocan lo mejor que se pueda hacer es ayudarles a que sigan errando, pero la conducta de estos colaboradores del psicópata (es el diagnóstico de reputados especialistas) trae a colación aquella advertencia de un obispo francés que avisaba a su rey de que el hecho de que su pueblo no se alzara en armas contra él, no le garantizaba su continuidad: «El pueblo sin duda tiene el derecho a callarse, su silencio es la lección de los reyes». Y su relator posterior el revolucionario francés Mirabeau añadía por su cuenta: «Y del silencio a la acción queda sólo un minuto». Aquí, en España, el minuto se cumple a partir de las nueve horas del próximo domingo 28 de mayo. Mientras tanto sigamos tomando a este individuo a chufla, como en el Piyayo. Cuestión de higiene nacional.

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