Chernobyl, la cara real del comunismo

Chernobyl, la cara real del comunismo

Está de actualidad por su merecido éxito la serie de televisión “Chernobyl”. En ella, se narran los terribles acontecimientos acaecidos en la extinta Unión Soviética el 26 de abril de 1986, cuando una explosión en la central supuso el mayor accidente nuclear de todos los tiempos convirtiéndose en principal arma de los falsos ecologistas en su particular guerra contra la energía nuclear y no contra el régimen que por desidia, falta de control, descomposición interna y podredumbre ideológica no supo controlarla como se debería. No puso en jaque la manida peligrosidad de la energía nuclear. El problema nunca estuvo en sus peligros, falso fantasma acuñado por la izquierda en sus mensajes desde su supuesta supremacía moral.

Las nuevas generaciones quizá contemplen los hechos narrados desde una perspectiva histórica desproporcionada, como quien visualiza una serie que reseña acontecimientos medievales, sobre la Revolución Francesa o la I Guerra Mundial. Y es un craso error. Lo que reflejan sus capítulos son unos acontecimientos ocurridos ayer, un pasado tremendamente cercano, plagado de impostada desmemoria, de peligrosa falta de memoria sobre un régimen aterrador, desolador, pavoroso, régimen hoy reivindicado en sus políticas y venenosa ideología por partidos que han cosechado un número importante de votos y pueden conformar, por ejemplo, el gobierno de España. Por ello es importante que esas nuevas generaciones sepan que supuso como símbolo Chernobyl, la cara real del comunismo.

El accidente de la central nuclear fue el emblema de un fracaso en todos los órdenes. Fracaso político, social, económico y tecnológico. El comunismo fue, y es, la imposición del Estado y la negación de los más elementales derechos naturales. El estado comunista es ese Dios ante cuyo altar es necesario sacrificar la libertad y el progreso. Otorga los máximos poderes al estado y este, en su imposición, carece de límites en pro de una falsa “liberación del proletariado” aplicando los más brutales métodos de represión de forma directa o de forma indirecta a través de falsas “revoluciones”. Cercena la propiedad privada y por lo tanto el deseo y aspiración del individuo de progresar, por lo que adormece a las sociedades que controla y entumece hasta dejar dormido, en estado comatoso, el anhelo de toda sociedad de prosperar, avanzar y desarrollarse. Y es antropófago y caníbal, pues no satisfecho con asolar a sus enemigos también aniquila a los de su propia clase y casta. ¿Verdad Pablo Iglesias? Fracasó como ideología porque fue la gran mentira de los siglos XX y XXI pues frente a sus promesas de igualdad y progreso únicamente cosechó pobreza y miseria. Y lo hizo allá donde “reinó”, en todas las sociedades donde se impuso, ya fueran eslavas, americanas, germanas, africanas u orientales. Construyó muros, y paradójicamente los levantó no para evitar invasiones sino para impedir la desbandada de sus sojuzgados súbditos.

Quedan escasas naciones donde hoy el comunismo refleja su cara de siempre y junto a estos y desde la tristeza de sus víctimas, las pruebas históricas de su fracaso deberían ser elemento suficiente para condenar moralmente a quienes defienden tan repugnante utopía. El accidente de Chernobyl es la imagen más nítida del horror, del terror y del fracaso dejando tras de sí más de cien millones de muertos y siendo, históricamente, uno de los episodios más crueles e irracionales de degradación humana que el mundo haya contemplado. Que las nuevas generaciones reflexionen sobre dicho símbolo a pesar de que todavía existan quienes se vistan con sus harapientos ropajes mientras moran en difícilmente alcanzables “dachas”.

Ya nos lo advirtió el gran Solzhenitsyn: “Para nosotros, en Rusia, el comunismo es un perro muerto, mientras que, para muchas personas en Occidente, sigue siendo un león que vive.”

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