Censura en Cataluña

Censura en Cataluña
Xavier Rius
  • Xavier Rius
  • Director de Rius TV en YouTube. Trabajó antes en La Vanguardia y en El Mundo. Director de e-notícies durante 23 años.

El director adjunto de OKDIARIO, Luis Balcarce, envió un mail al jefe de prensa del Parlament, Josep Escuder, antes de la investidura de Salvador Illa: «Ruego acrediten a Xavier Rius Tejedor, con DNI…, para la presente legislatura. Muchas gracias».

Era el 10 de junio del 2024. Llevo esperando desde entonces. El mismo día me llamó el citado Josep Escuder. Lo conozco desde hace treinta años. Desde que era redactor de Europa Press. Entró con un concurso de méritos en la época del fallecido Joan Rigol (1943-2024).

Me dio las más peregrinas excusas para no acreditarme. Primero, que tenía que llamar a Luis Balcarce para confirmar que era el director adjunto de OKDIARIO.

–  Pero si es un mail corporativo, le espeté.

Luego que había mucha gente. En los plenos de octubre del 2017, los de la nonata República catalana, había 126 medios acreditados. A continuación, que no acreditaban youtubers porque también me dedico a esto. Tuve que recordarle que a Vladimir Putin lo acababa de entrevistar Tucker Carlson. Eso sí, con más de diez millones de seguidores. Finalmente, le recordé que semanas antes le había enviado un mail.

– He estado muy liado, me respondió.

Me pareció la excusa definitiva. Ya vi que no quería. Uno de los efectos más comunes del proceso es que se han pensado que las instituciones eran suyas. Un jefe de prensa está para ayudar a que sus colegas hagan su trabajo, no para entorpecer la labor. Porque, además, llevaba acreditado en el Parlament desde el año 2000. ¿A qué viene ahora este veto?

Rull, en todo caso, ha sido la última decepción del proceso. Llevo varias. Personales (Pilar Rahola, el colega Josep Martí Blanc). O políticas (Salvador Illa y el propio Rull).

Pero, de todas, esta ha sido la peor. Tras salir de la cárcel, me llamó él. Me acuerdo porque le hice la típica broma de «hoy me llama gente importante». Nos conocemos desde los años 90. Desde sus primeros pinitos en política. Hace casi treinta años. Ahí sigue.

Aunque a la cárcel no le escribí. Lo hice solo con dos personas: Quim Forn, ex consejero de Interior, al que también conozco de hace tiempo. Y Oriol Junqueras. El primero me contestó. El segundo, no. Estaba en su derecho.

Retomamos el contacto. No sé por qué lo hizo, visto cómo ha acabado la cosa. Yo creo que quería tener un periodista de confianza a mano por si tenía que filtrar informaciones sobre Junts o sobre Puigdemont.

Y lo cierto es que algunas cosas me dijo. Me confirmó, por ejemplo, que el ex presidente se volvería a presentar. De Santi Vila, que fue «terrible e impúdicamente desleal». Criticó a Mas porque el abrazo con David Fernández, el de la CUP, fue un «craso error». Y otras sobre el dirigente de Esquerra, Xavier Vendrell, que ahora no vienen a cuento.

Igual estaba moviendo las piezas por si sonaba la flauta e iba de cabeza de lista. Al fin y al cabo, estuvieron circulando quinielas en este sentido. Y, supongo, que es el sucesor natural de Puigdemont en las próximas elecciones. Con Junts en franco declive, no veo al de Waterloo haciendo de jefe del segundo o tercer grupo de la cámara.

En los WhatsApps me dejaba por las nubes: «raro y brillante». O que «siempre vas de cara» —no como él, por cierto— y otros elogios parecidos. Resulta habitual en estos casos. Es una manera de bajar la guardia y fiarse de la gente. Con los nuevos propietarios de e-notícies cometí el mismo error. No volverá a pasar.

Me leí su libro de memorias sobre el procés. Hasta hice una reseña en vídeo de casi media hora. Lo agradeció muchísimo porque, la verdad, es que la obra pasó en su día desapercibida.

A mí me gustó, y se lo dije: «El mejor libro del proceso desde dentro». «Me honras», me contestó. «Vas fuerte, gracias por estos 29 minutos interesantísimos», insistió.

Entre otras razones, porque te das cuenta de que todo el procés no lo hicieron por Cataluña, lo hicieron por ellos. A la mañana siguiente de la noche del 25 de octubre, cuando Carles Puigdemont decidió convocar elecciones anticipadas, le fueron a ver él y Jordi Turull.

En la antesala del despacho había otros dirigentes de la formación que se han ido de rositas, como Josep Rius o Víctor Cullell. Y los periodistas Joan Maria Piqué y Jaume Clotet. Este último recolocado ahora en la Pompeu.

Presionaron a Puigdemont y terminó cambiando de opinión: no hubo convocatoria electoral. Porque si convocaba elecciones, lo más previsible es que ganara Esquerra. Se les acababa el chiringuito. Hundieron Cataluña pensando en su futuro profesional.

El 20 de junio del 2024, por ejemplo, estaba entrevistando al líder de Vox en Cataluña y secretario general del partido, Ignacio Garriga, en el salón de pasos perdidos del Parlament. Me dejaron entrar porque, si te invita un grupo parlamentario, no tienen más remedio.

Llevaba apenas unos minutos y sonó el teléfono. Se me había olvidado ponerlo en modo avión. Era Rull.

– Ignacio, perdona —dije mientras interrumpía la grabación.
– Josep, ¿dónde estás? Yo estoy a cinco metros de tu despacho.
– Estoy en el aeropuerto —susurró en voz baja.
– ¿Vas a ver a Puigdemont?
– Sí
– Te felicito porque al menos has esperado cinco días desde tu elección.

Le conté lo que pasaba y dijo que no me preocupara, que lo arreglaría. El 4 de agosto insistí por WhatsApp:

– Espero no perderme el debate de investidura de Illa.
– No te lo perderás —me aseguró.

Me lo perdí. Rull me ha engañado, como aquella figura bíblica, tres veces: como amigo, como dirigente de Junts y como presidente del Parlament. No se puede pedir más.

Lo digo porque él es muy de misa. Solo llegar, les dio la medalla de oro del Parlament al Montserrat a pesar de los casos de pederastia que han salpicado la imagen del monasterio.

A mí, en cambio, me ha servido para confirmar que, como todos los dirigentes independentistas, nunca van de frente. No te puedes fiar de ninguno.

No se fíen especialmente de los que sonríen siempre; es para despistar. Rull, Zapatero e incluso Mas, que también exhibía en los momentos difíciles una sonrisa en plan Mona Lisa. Como el día de su dimisión del PDECAT, una semana antes de la sentencia del caso Palau. Debía saber el contenido.

Tampoco de los socialistas. Me consta que Salvador Illa está al corriente del caso porque yo mismo se lo comenté. Pero no está un presidente de la Generalitat para estas cosas. También la portavoz del Govern, Sívia Paneque.

La entrevisté cuando estaba en la oposición y todavía era una simple diputada. A pesar de ganar las municipales, pactaron todos contra ella y se quedó sin la alcaldía de Girona.

Me dijo que no podía hacer nada. Por aquello de la separación de poderes. Y tenía razón. En periodismo también es mejor no deber nunca favores. Aunque debería preocuparle que, en la Cataluña actual, se vayan vetando periodistas.

Además, están en la Mesa del Parlament —se la repartieron, de hecho, con ERC y con Junts— y tampoco ahí las representantes socialistas, Rosa Maria Ibarra y Judit Alcalá, movieron un dedo. Estoy seguro de que su colega David Pérez, recuperado de una gravísima dolencia cardíaca, hubiera actuado de otra manera. Le mando saludos desde aquí. No sabe cuánto me alegro de su recuperación.

A mediados de agosto, después de dos meses de buenas palabras, rodeos, dimes y diretes, lo puse en manos ya de mis abogados que, por cierto, son de Oviedo. Para que vean también cómo está la abogacía catalana —con alguna honrosa excepción— a la hora de pleitear contra las instituciones catalanas.

Guardo como oro en paño un WhatsApp suyo en el que me pregunta: «¿Todavía estás vetado?». Más que nada porque es prueba documental ante la que se avecina. Y, a mediados de agosto, aún me envió otro: «Te llamaré y hablamos». El 9 de noviembre, supongo que le saltó en el Facebook los globitos de mi cumpleaños, hizo otro amago…

La última vez que le vi fue en el vestíbulo del Parlament. Había quedado yo para hablar con el cabeza de lista del PP por Tarragona, el abogado Pere Lluís Huguet, un coco jurídico. Sonó el timbre que, en la cámara autonómica, indica que el presidente entra o sale. Para avisar a ujieres y escoltas.

Tras su sorpresa inicial, Josep Rull me tendió la mano como si no hubiera pasado nada. Yo, que soy tan comedido en las formas —tan importantes en el periodismo como en la política—, es la primera vez que rechacé un saludo. «Me perdonarás que no te salude, Josep». Una cosa es que te saluden y la otra, que te traten de imbécil.

Aunque lo peor fue la imagen que transmitía. Lo digo con el máximo respeto institucional posible. Iba con un maletín, sin la pequeña corte que acompaña un cargo de sus características: el secretario, el asesor, el escolta.

Me dio la sensación de un representante de ‘vetes i fils’, dicho también con el máximo respeto para tan honorable profesión, si queda alguno ahora que todo viene de China. De esos que hace años, antes de la reinstauración de la Generalitat, se ganaban la vida vendiendo telas y tejidos —catalanes, por supuesto—, por esas carreteras de Dios.

Incluso me hice una reflexión: ¿Estos tenían que declarar la independencia? Porque eso eran varias líneas rojas: Promulgar la República, abolir la monarquía, derogar la Constitución, suspender el Estatut, desobedecer a jueces y fiscales, pasarse por el forro las notificaciones del TC. Lo digo porque estos mismos han sido incapaces de acreditar a un periodista y enmendar la página, si es necesario, a un jefe de prensa.

Sin saberlo, el colega Cake Minuesa me dio la clave en la Diada del 2023. Tras entrevistar a la que fuera presidenta del Parlament, me dijo a los pies del monumento de Rafael Casanova: «Acabo de estar con Carme Forcadell y esto no da para más».

Lamentablemente, el calvario personal, profesional y judicial ya lo viví con el anterior Govern. El gobierno de Esquerra me vetó en las ruedas de prensa de Palau a finales del 2021.

No solo eso, sino que la portavoz, Patricia Plaja, ahora recolocada en la propia Administración autonómica, dijo en una rueda de prensa en la cual yo ni siquiera estaba presente que lo habían hecho porque era un «machista» y un «racista».

El TSJC me acabó dando la razón y, tras aplicar medidas cautelares, les ordenó devolverme la acreditación. Como espero que pase ahora. La libertad de información y de expresión es sagrada. Es un derecho constitucional.

Lo mejor en este caso fue la reacción de la profesión. El Colegio de Periodistas y un organismo llamado Consell de la Informació de Catalunya hicieron un comunicado en el que afirmaban que retirar la acreditación a un periodista es «una medida muy grave» y que «de ahora en adelante» no puede volver a pasar. Hablando en plata, el Rius que se joda, pero a partir de este momento no puede volver a pasar.

Con semejantes méritos, Josep Rull firmó el pasado mes de mayo un acuerdo con el citado consejo para que decidan ellos quién puede acreditarse o no en el Parlament, aunque la Mesa tendrá la última palabra. Como las restricciones que están haciendo en Madrid, pero a la catalana. Puro oasis.

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