Cataluña: de aquí no nos vamos
4 de octubre. Tres días desde el referéndum ilegal del 1-O y segunda jornada en el tiempo de descuento marcado por las CUP hasta proclamar la DUI, Declaración Unilateral de Independencia. Mi cámara y yo constatamos que la Barcelona nocturna está tomada por una turba de borrachos y chavales adiestrados por élites políticas xenófobas, anticapitalistas y reaccionarias. Es evidente que ya no reconocen al Estado en ningún lado, y que allá donde lo atisban la primera consigna es arrodillarlo. Por ello acuden allá donde lo olfatean; en las jefaturas y comisarías de policías. En sus lugares de descanso. En las alcachofas de los periodistas y en el centro de los círculos que forman alrededor de ellos para pegar su aliento a los directos, reconocer su lengua y amedrentarlos. Son lampiños realizando ímprobos esfuerzos para ser ascendidos a terroristas aficionados.
Se trataba de bandas urbanas improvisadas con la única cualidad necesaria: el odio incondicional y latente. Con permiso de puristas y expertos: los que inundan los pueblos de Cataluña y las calles de Barcelona han dejado de ser neófitos del escrache para convertirse en terroristas de bajo coste. Mano de obra barata con banderas de la URSS y la ikurriña que sale a cazar policías, guardia civiles y periodistas con diligente actitud territorial a todo el que sienta España hasta la médula. Anoche me pareció que se ayudaban hasta con el olfato. Quizá por eso nos repetían que apestábamos al montar el directo. Anoche aprendimos que el amor a España puede olerse. Al principio nos metimos en una turba de gente frente a la Jefatura de Policía Nacional en Barcelona. Allí me encontré con un par de compañeros admirables de este periódico de cuyo cinturón colgaba una estrellada para mimetizarse. Raquel y Borja.
Como la mayoría de la turba, no tenían más de 25 años, pero al contrario que ellos se la estaban jugando en franca minoría por grabar con su móvil el asedio a las unidades de la UIP que se encontraban en las dependencias de la Vía Layetana. Nos cruzamos de perfil sin mirarnos para animarnos y constatar subliminalmente que estábamos ahí para ayudarnos si era necesario ya que, como constatamos minutos más tarde, los Mozos de Escuadra que estaban allí sólo eran parte del escenario. Ninguno se movió para ayudar a un compañero de otro medio al que comenzaron a seguir hasta una esquina al grito de “fuera prensa española, manipuladora” en claro afán intimidatorio. Fue otra de las cosas que aprendí: cuando se trata de acosar, las huestes separatas se españolizan para eliminar el ruido del mensaje, para asegurarse de que el compañero entienda el miedo. Nos acercamos para asegurarnos de que había conseguido largarse sin que nadie le persiguiera para cazarle, y así fue afortunadamente. La pieza mayor era cualquiera de los policías que se encontraban en la Jefatura.
Esperaron en vano a que alguno asomara la cabeza. En vano porque la policía que allí estaba no asomaba la cabeza, sino que retaba a la turba con inmensa dignidad ofreciendo el pecho por delante. Mi cámara y yo montamos el directo sin mirar fuera de la mochila y en cinco minutos estábamos hablando a los televidentes. En menos tiempos nos olieron y nos rodearon literalmente. Atentos y en súbito silencio para detectar el mensaje. Lo contamos todo. Como en este artículo. Con estas mismas palabras. Mientras nos gritaban “perro, puta, mentirosa, manipuladora» y nos acorralaron torpemente pegando mi espalda a la furgoneta de los Mozos que nos veían como si fuéramos transparentes. No sentimos miedo. Lo sé porque lo he sentido otras veces. Sentimos un inmenso orgullo de contar y retratar a los totalitarios. De ser, aunque fuera durante un par de horas, parte de ese reducto de dignidad española que no se arrincona y pelea para retratarlos. Esta es nuestra casa. De aquí no nos vamos.