Bullying

Bullying

En 2009, la Comisión Europea tomó conciencia de la necesidad de velar por la convivencia escolar en todos sus elementos, trabajando en la prevención de la violencia desde la primera infancia. El objetivo era lograr que los centros educativos fueran lugares seguros, pacíficos, inclusivos y sin un ápice de agresión de ningún tipo. El plan estratégico requería de la implicación constante de toda la estructura del sistema educativo.

Nuestra actual ministra de Educación, Isabel Celaá, parece, según ha declarado en alguna ocasión, que sí tiene conciencia del –según sus propias palabras- “infierno cotidiano” que vive un altísimo número de niños y adolescentes en las aulas de sus colegios. El silencio es la virtud de los que triunfan. Es una cita que suena bien, pero que no siempre es así. Hay otra que dice que el tiempo todo lo arregla; tampoco es siempre cierto. Hay heridas que no sólo nunca se curan, sino que pueden ser más angustiosas al final de una vida. De tanto callar el dolor, muchos niños y adolescentes han enfermado e, incluso, terminado con sus vidas en búsqueda de un poco de paz.

El acoso escolar o bullying es un tema que todos conocemos, que asumimos como algo tremendo y del que nos sentimos, habitualmente, muy lejos. Es como tener un cáncer, parece que eso sólo le pasa a los demás, hasta que a uno se lo detectan. Igual usted tiene un acosador en casa y no lo sabe. Puede, incluso, que no se entere nunca. Asimismo, podría darse el caso de que su hijo estuviera atravesando una etapa huraña y difícil, y usted lo identificara con la adolescencia, cuando en realidad estaría sufriendo un maltrato psicológico de forma reiterada con una crueldad inimaginable; y lo estaría viviendo en silencio, incapaz de denunciarlo por puro pavor y por la humillación tan profunda que significaría reconocerlo en público. Si lo calla, es como si no estuviera pasando.

Tanto lío con el pin parental, tanta preocupación por los cursillos estrambóticos de sexualidad (¿qué hay que enseñar si la sexualidad es algo natural e instintivo?) y tan poca información para afrontar y atajar de forma radical este problema que es gravísimo, real y mucho mayor de lo que cualquier persona ajena a él pueda imaginar. La señora Celaá debería promover cursos de formación para los dirigentes de todos los centros de enseñanza primaria y secundaria, instruyéndoles en la manera correcta de detectar, tratar y hacer el seguimiento de un tema tan serio como éste.

La maldad existe y muchos niños la padecen sin haber hecho absolutamente nada para merecerla. El rasgo común de todas las personas acosadas no es ni el hecho de padecer una enfermedad, ni el ser distinto físicamente, ni el ser poco sociable, ni ningún defecto de ningún tipo. El rasgo común es la bondad. Todas las víctimas son buenas; dotadas de una profunda humanidad que no les permite reconocer el mal ni manejarlo para defenderse desde el primer momento. Van perdiendo terreno y autoestima, y a los acosadores esa situación les parece cada vez más divertida. Sería adecuado plantear una condena de por vida, un sello de identidad para todos los agresores y que, al buscar trabajo o embarcar en un avión, quedara constancia de que de niño fue acosador, maltratador y un lastre para la sociedad.

Ser el padre o la madre de un niño acosador debe ser durísimo. Saber que has traído al mundo un ser capaz de herir así a otros compañeros sólo por diversión es algo indigno, miserable y difícil de manejar para cualquier persona normal. Me refiero a los casos en los que “de tal palo, tal astilla” no se pueda aplicar. Claro que si estos niños se comportan así en el colegio, algo debe ir también muy mal en sus casas.

Ningún centro está libre de este problema. No tiene nada que ver con el hecho de que la educación sea pública, privada o concertada. Es una cuestión de seres humanos buenos o malos. De lo que me concierne a mi alrededor, puedo decir con total certeza que un centro regentado por los jesuitas, muy dignísimo toda su vida, no ha sabido gestionar un dramático caso de acoso –y otros tantos, en que los alumnos víctimas han optado por salir de allí-  por la falta de formación de sus dirigentes en este tema. Gente aparentemente muy normal puede ser padre de acosadores, como un político muy celeste en su ideología y forma de mirar y muy bueno y muy navarro o un fresco abogado también muy sevillanísimo tan fallido en sus desembarcos como Bernardo de Gálvez. San Juan y San Alberto dirían de ellos: “¡Pobres criaturas!”. Pónganse ustedes en sus manos con esta información que les doy. Yo, por si acaso, preferiría salir corriendo si los viera por la calle.

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