Borrell ya no es de pueblo

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Ser de pueblo. Haber nacido en un pueblo. Son cosas distintas que pueden ir juntas o no. Hay una acepción para ser de pueblo que equivale a pueblerino, que es un adjetivo descalificativo muy gráfico. Josep Borrell nació en La Pobla de Segur (Lleida) y durante años dio muestras de su fuerte vinculación con la localidad y de su amor y reconocimiento por la misma. Podríamos utilizar sin mucho riesgo esa metáfora de que un lugar está el mapa porque lo ha puesto alguien. Pues eso es lo que hizo Borrell con La Pobla.

Pero, ah, la envidia y el sectarismo político. Qué malos son juntos o por separado. En La Pobla de Segur había un merecido paseo Josep Borrell en consideración a una de las pocas personas de nivel que había dado el pueblo. Su sectario y envidioso consistorio organizó, en una votación impulsada por el regidor independentista (ERC), una de esas consultas populares donde sólo asisten los motivados (en este caso, por los mezquinos sentimientos típicos de los independentistas), y el 78% de los votantes apostó por cambiar el nombre por el de 1 de octubre. Ya saben, ese desgraciado día en el que una población abducida por ideas más bien xenófobas, desafió al Gobierno de la nación con un referéndum ilegal que atacaba los derechos de más de la mitad de los catalanes. Y ese asco de día es el que desean que conmemore la calle. La consulta no es vinculante, y la participación muy baja (hay mucha gente con vergüenza en la localidad), pero el Ayuntamiento puede hacer ahora lo que le plazca. ¡Nacionalismo style! Ya estarán contentos.

Y no escribo esto porque profese por Borrell una admiración sin fisuras. Le agradecí su participación en la manifestación del 8 de octubre y aquel discurso donde pidió al fugado en el maletero Carles Puigdemont que no empujase «el país hacia el precipicio». También me emociono y cruzo los dedos para que, como alto representante europeo, no desfallezca en su defensa de una postura firme al lado de Ucrania. Pero nunca comprenderé como no envió absolutamente al guano a un presidente del Gobierno socialista que pactó con los independentistas y manipuló el Código Penal para amparar sus fechorías. O igual sí que lo comprendo y es peor.

Pero así y todo veo la diferencia entre unos pueblerinos (sean de la Pobla o de cualquier rincón de Cataluña) y un señor que perdió el pelo de la dehesa hace varias décadas. Estarán los pueblerinos encantados pensando que le han dado una lección a quien no le llegan ni a la suela del zapato. Mi amigo Ricardo Moreno Castillo, en su estupendo libro Breve tratado de la estupidez humana, recuerda al extraordinario filósofo americano Eric Hoffer en El verdadero creyente (una obra que recomiendo entusiásticamente): «Es un profundo consuelo para el frustrado ser testigo de la caída del afortunado y de la desgracia del honesto. Ve en la decadencia general una aproximación hacia la fraternidad de todos. El caos, como la tumba, es un refugio de igualdad».

Pues frustrados son sin duda quienes se plantean cambiar de nombre al paseo. Francisco de Quevedo (mencionado también por Ricardo) dijo: «La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come». Pues, como pueden leer en ese Breve tratado de la estupidez humana, que me ha encantado, «… cuando se empieza a luchar contra injusticias imaginarias se acaban creando injusticias de verdad» y que «por eso las metas por las que combaten los tontos y los aburridos son las más de las veces quiméricas, y de este modo su misma imposibilidad le garantiza la duración de la lucha».

Sí, «la duración de la lucha». No podría ser más acertado. Es justo la motivación de base de unos pueblerinos que si se les acabase la lucha no tendrían donde caerse muertos. A diferencia de Borrell.

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