Barcelona, ¿ciudad fallida?

Barcelona, ¿ciudad fallida?

Si la delincuencia callejera en Barcelona ya tiene hasta su propio vídeo de rap, donde detallan la manera de “buscar euros” -robos de cartera, tirones de bolso-, constatamos que aquí se está dando un salto de la cantidad a la calidad, y no precisamente para mejor. La anécdota deviene en categoría porque todas las estadísticas de seguridad y delincuencia pública en la ciudad condal apuntan al unísono hacia un aumento del peligro. Solo en el primer semestre de este año los robos con violencia han crecido un 31%. El vector de la delincuencia en Barcelona crece exponencialmente desde 2016, al poco de la llegada de Ada Colau a la alcaldía. Y la tendencia apunta a peor.

Este resultado no debería de extrañarnos desde el momento en que Colau ha convertido las actitudes y aptitudes antisistema en una de las señas de identidad de su acción pública. Ella venía de ahí, de los escraches y las performances callejeras, pero una cosa montar un acto teatral en medio de la calle disfrazada de Supervivienda –lo cual no deja de tener su gracia, cuando Colau es hija de una promotora inmobiliaria–, y otra muy distinta, gestionar el día a día de la segunda ciudad más importante de España.

Los antisistema han hecho del ayuntamiento su plaza fuerte. Gerardo Pisarello, la mano derecha de Colau, ahora en la Mesa del Congreso de los Diputados, se hizo tristemente famoso por tratar de retirar una bandera de España a Alberto Fernández Díaz en la balconada del ayuntamiento. Siendo grave el gesto, más grave aún ha sido que sus políticas no se han detenido en el terreno de los simbólico. Disolver el cuerpo de los antidisturbios, dar vía libre a lo manteros para que campen a sus anchas, flirtear con la turismofobia, decirle a los militares que “no son bienvenidos”, ponérselo difícil a los grandes congresos internacionales y, en cambio, reírle las gracias al movimiento okupa… Todas estas políticas tienen su coste y sus consecuencias. Por concretarlo: una media de 300 hurtos a días, y casos de violencia tan sonados como el fallecimiento de Hyewon Kim, la vicepresidenta de la Comisión Presidencial para Asia, tras golpearse con el suelo mientras trataban de robarle el bolso.

Y mientras tanto, ¿qué hace Ada? Subirse el sueldo el pasado julio un 40% “para compensar las largas jornadas de trabajo”. Ojo: su marido, Adrià Alemany, está colocado en el mismo ayuntamiento, a dedo, y es uno de los asesores mejor pagados. No está nada mal para Colau, una persona que no ha terminado la licenciatura en filosofía. En cambio, para Barcelona, la capital del Mediterráneo, la ciudad que asombró al mundo en 1992, está mal, está muy mal, está rematadamente mal.

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