Barbate o barbarie
Marlaska es un tipo despreciable. Quien le ha tratado sin bailarle la sombra, lo sabe. Tuve el infortunio de comprobarlo en las escasas ocasiones donde coincidimos durante mi etapa política, y de sufrir sus decisiones cuando ordenó a la Policía Nacional, en el infausto Orgullo de 2019, que no interviniera ante el acoso y persecución que sufrimos los entonces representantes de Ciudadanos, insultados y agredidos por esa izquierda fanática y totalitaria que impone sus redaños con la impunidad y alevosía habituales, patrimonio único de quien se considera moralmente superior sin importar la historia que le precede. El oficial que nos sacó de aquel apuro, nos reconoció, con cara compungida, que había órdenes de no proteger nuestra integridad. Por entonces, aún consideraba a Fernando Grande un magistrado de tronío, sin adivinar lo que se iba a ciscar tan deleznable ser en la Justicia poco tiempo después, perdurando hasta la fecha su recompensada felonía.
El ministro de inseguridad y delincuencia hace tiempo que se dedica al matonismo político y a llenar de comisarios soviéticos los diferentes cuerpos policiales, a los que riega de ascensos y prebendas con la misma celeridad con la que niega presupuesto y dotación a aquellos que dedican sus esfuerzos a proteger a los ciudadanos, abandonados a su suerte por esta administración ideológica, autócrata e inservible para una democracia liberal.
El mismo día que unos narcotraficantes asesinan a dos guardias civiles en Barbate, el Gobierno del progreso y la gente decidió irse a Valladolid a compadrear con la casta privilegiada y clasista del cine, que esta vez no tuvo palabras para los trabajadores del campo ni para los oficiales fallecidos, no vaya a ser que en Moncloa se molestaran y se pensaran la subvención a fondo perdido para el próximo año. Es vergonzoso cómo el Gobierno de manos unidas anuncia que no hay dinero para financiar medicamentos y leyes que ayudarían a enfermos crónicos con la misma suficiencia con la que otorga subvenciones al cine clasista y sectario que, entre alfombra y alfombra millonarias, extiende su mano pedigüeña y servil.
Barbate debe ser el epítome de una legislatura que acaba de iniciarse y amenaza conclusión cuando menos lo esperemos -y Waterloo decida-. Entre la rabia contenida de quien es humillado por sus superiores, que entregan con escarnio la honorable divisa que juraron defender por un puñado de euros añadidos y una palmadita en la espalda del tipo que pasó a ser juez y parte, se alzó, orgullosa en el duelo, la viuda de uno de los fallecidos para negar a Marlaska su segundo de gloria televisiva. Un gesto espontáneo y nada reprochable de dolor y furia ante el responsable indirecto del deceso. El ministro más incompetente y sectario de cuantos Sánchez tiene a su vera ególatra, ha elevado el abandono a nuestros ángeles de la guarda a la enésima potencia de su indigna responsabilidad. No debería ni haber acudido al funeral de un guardia civil quien gobierna con los verdugos que ayer justificaban sus asesinatos y hoy pactan la salida del cuerpo de Navarra.
Cuando la delincuencia, moral e ideológica, gobierna las instituciones, los delincuentes, físicos y armados, reinan en las calles. Un axioma cada vez menos literario y más realista que en España se hace carne por abrasión, la que determina que vivamos bajo un Gobierno que prioriza subvencionar el desarrollo de Mauritania antes que dotar a Policía y Guardia Civil de los instrumentos adecuados para no poner su vida en peligro mientras velan por la nuestra. En su desidia negligente, Sánchez y Marlaska no sólo no protegen a los ciudadanos de quienes asaltan barrios y plazas con impune inmunidad, sino que iniciaron hace tiempo una deriva represora contra todo aquel que se manifieste, concentre o proteste las medidas que desde Moncloa se ordenan y ordeñan. Que Barbate sea expresión de un descontento manifestado en rebeldía, acción y respuesta sólo puede culminar en el romanticismo de ver a este Gobierno caer por la frontera.