La bala del fango y la izquierda del bulo
Estados Unidos es una nación creada a lo grande desde que rompieron, con rebeldía cantonal, las cadenas británicas, cuando gritaban, como aquel discurso célebre del abogado de Virginia Patrick Henry, «dame la libertad o dame la muerte». Esa ruptura contra aquellos que sometían a impuestos sus vidas, fue el principio de una autogestión gloriosa. Todo se engrandece, como hipérbole constante, desde que la Constitución firmada en Filadelfia enmarcara el we the people como ley sagrada e inmutable. Y en esa democracia consagrada desde el poder limitado, se han acostumbrado en cada época a sufrir magnicidios de tremenda repercusión interna y externa. No son pocos los presidentes que han sido asesinados o estuvieron a punto de serlo, y a menudo por cuestiones nunca aclaradas, que han dado lugar a teorías de todo tipo sobre quienes son los que gobiernan realmente el país más poderoso del mundo. Siempre me pregunté cómo en una nación tan obsesionada con la seguridad, los presidentes caminan tan inseguros.
Decimos esto porque han intentado asesinar a Donald Trump. Hasta aquí, la noticia, impactante, lamentable y consecuente con la espiral de odio y deshumanización al que la izquierda woke en todo el mundo lleva sometiendo al personaje desde que se postuló a candidato por primera vez en 2015. Una década de constancia en el ataque personal por parte de los diversos terminales de la maquinaria mediática antiprogreso que representa el zurderío en el orbe. Ya por aquel entonces advirtieron, con tono apocalíptico en sus editoriales escritos y orales, de una inminente tercera guerra mundial, catástrofes que dañarían nuestra seguridad y modo de vida y una era de retroceso sin igual. Nada de eso, como pueden observar, ha sucedido, y bajo la administración Trump ningún conflicto bélico ex novo se provocó en el mundo. Su discurso, histriónico y beligerante, de epítetos permanentes y llamadas a la acción, es la justificación que usa el establishment demócrata y sus filiales siniestras en Europa para certificar lo que siempre representaron: una internacional del odio, el rencor y la violencia contra todo lo que no sea izquierda y represente la libertad, la democracia y el verdadero progreso.
Lo peor de que hayan intentado matar al candidato favorito para ocupar la Casa Blanca a partir de noviembre es lo que ha venido después: la avalancha de justificaciones a lo acontecido, la histeria contra la persona y el ataque bochornoso a la deontología periodística se sucedieron cada hora, con la CNN como cabeza ejecutora de la ignominia que en España tuvo de altavoces de la miseria intelectual a La Sexta, La Ser, El País, Público y el Diario, por citar pseudomedios de extrema izquierda contrarios a la verdad, la transparencia y el rigor informativo. No les daré la publicidad que no merecen, pero sí citaré aquí algunas de las perlas reflexivas que estos profesionales del bulo, sujetos que activan la verdadera máquina del fango, esputaron en honor a la bilis moral que representan: balbuceantes, culparon a Trump de ser el responsable por el clima social creado, de ser un tipo al que le viene bien el atentado porque «aprovechará lo sucedido», de que «lamentablemente, ahora ganará las elecciones» (sic) e incluso algunos denominaron «incidente» al intento de magnicidio y hablaron de dos víctimas, el autor del disparo y alguien que estaba en el público asistiendo al mitin. Todos sabemos que la respuesta de estos medios de comunicación de ultraizquierda, que dominan el cotarro y las mentes de los pobres consumidores, hubiese sido diferente si la víctima respondiese al nombre de Joe Biden.
Pero esta es la guerra real que estamos librando. Donde la cochambre profesional, graduada en la facultad de Ciencias Zurdas de la Información, se erige en custodio de la verdad y acude invitada al Congreso a hablar de bulos, desinformación y pseudoperiodismo, quizá porque son auténticas autoridades en la materia. Esa jauría de juntaletras domina de manera tribunera cada uno de los espacios políticos y culturales mientras se dan palmaditas presuntuosas como guardianes de la dignidad y la decencia, excretando por el camino titulares miserables. Nos quieren convencer de que el peligro es la ultraderecha para que no veamos y comprobemos que la amenaza real para la libertad, la seguridad y el progreso es la izquierda de siempre, la que deshumaniza a todo lo que no sea su universo woke de censura y cancelación, de agenda impuesta e impuestos esclavos. Son la progre inquisición que, en el caso de Trump, han elevado a categoría de muñeco de piñata, multiplicando los discursos de odio contra él hasta que han puesto su vida en manos de un loco sin acierto. Un grave ataque a la democracia e intento de influir en plena campaña que, sin embargo, puede fortalecer su candidatura y favoritismo de cara a las elecciones. Para dolor mandibular del fango mediático de quienes ayer perpetraron la infamia periodística más escandalosa desde el 11M. Veinte años después, los mismos siguen desinformando con idéntica libertad.