Autobuses populistas
Todos los regímenes populistas, para mantenerse en el poder, juegan con dos elementos: los problemas de la gente y el marketing. El primero es bien sencillo: basta con identificar un problema, como por ejemplo la crisis económica, pero sin proponer demasiadas soluciones y ofreciendo meras ilusiones. El segundo elemento se trata de un recurso bastante antiguo: “Culpemos a los otros de los problemas que somos incapaces de solucionar”. Por ejemplo, señalar desde el odio al contrario político mientras se ensalza la propia figura buscando una clara dicotomía: buenos vs ellos.
Los acólitos de Pablo Iglesias sacan a relucir un autobús con imágenes de Blesa y Rato, personajes condenados por la justicia, en un mismo plano con Felipe González y José María Aznar —personajes públicos que, gusten más o menos, no tienen condena alguna sobre sus espaldas—. El autobús del populismo denota dos claras circunstancias: la falta de ideas políticas para solucionar los problemas reales con el fin de incitar el odio en las calles y volver al espectáculo político en el que se mueven ciertos líderes de Podemos. Parece que no son conscientes de que la política no se hace a golpe de gritos, platós de televisión y autobuses, sino legislando y ofreciendo propuestas serias y constructivas que aporten a la hora de solucionar problemas.
El autobús de Podemos no sólo denota la falta de capacidad política sino que ratifica la estrategia del fanatismo que considera que “todo vale”, cuando en realidad, en un Estado de Derecho no todo vale. El líder del partido político, que es la tercera fuerza en España, no debería posar orgulloso en la puerta de su nuevo autobús, buscando la mera provocación en lugar de abogar por el diálogo. En un Estado de Derecho, ni vale sacar un autobús que hiere sensibilidades a través de la orientación sexual de los niños, ni vale poner en un autobús la foto de dos expresidentes junto con personas condenadas por la justicia.
Más allá de las consecuencias legales del autobús populista y el claro fin injurioso del mismo, es deleznable el poco respeto que hay desde ciertas facciones políticas hacia nuestra democracia y a quienes representaron nuestro país. Como si el hijo malcriado, cegado por el ego y la vanidad de su adolescencia, se avergonzara de esos padres que le sacaron adelante. Esperemos por lo menos que, como la pubertad, esta etapa de inmadurez e hipocresía pase algún día y nuestros líderes políticos pudieran estar a la altura.