Astrólogas, tarotistas y chamanas (un día cualquier en los juzgados de excepción)
El caso de la secuestradora de niños, María Sevilla, la asesora de Podemos en materia de protección a la infancia, abre un debate que, hasta hace sólo unas semanas, era impracticable en las mesas de los estudios de radio. Personalmente, he conocido la sensación física de cómo la adrenalina quema en el estómago cada vez que otra mujer, o uno de esos hombres tan ‘feministas’, me ha quitado el turno de palabra o me ha llamado “machista”; cada vez que he señalado todas esas ‘conquistas sociales’ que las leyes de género han conseguido: me refiero a la normalización de su inconstitucionalidad, a la concepción de éstas como herramientas para la consolidación de una sociedad enferma, al nivel de debilitamiento mental de la población estamos han alcanzado, a la censura al periodismo por parte del propio periodismo y del poder político. Vivimos un acoso ideológico inasequible al desaliento para lograr la rendición de la judicatura y la usurpación del Estado de derecho para sustituirlo por el reinado de astrólogas argentinas, tarotistas, chamanas, pseucoaches, monitoras de mindfuldness y tantras de la India, que ahora ya ejercen de pedagogas del protocolo de denuncias falsas para hurtarles a los padres sus propios hijos, y de paso destrozar un número –hasta ahora incalculable– de familias.
En la sabiduría culinaria es bien sabido que la clave para lograr la barbacoa perfecta reside en la materia prima y el control de las brasas. El error de todo parrillero inexperto pasa por no saber controlar la potencia a la que se está cocinando la carne, lo que suele acabar en comida calcinada.
En términos políticos, jurídicos y mediáticos, esa es exactamente la corresponsabilidad de los partidos, los servicios sociales coparticipes de un sistema para el que pasaron desapercibidos los niños asesinados por su madre en Godella y que, ahora, han tardado dos años en rescatar a los hijos de María Sevilla solo por la lucha vital que ella sostenía con su padre, amén de los principales grupos periódicos y televisiones que, sin la lección de Juana Rivas aprendida, ya ha comenzado a convertir a la delincuente de Sevilla en la víctima: “La locura evangélica de María Sevilla, radicalizada por el hombre con el que vivía”. En lugar de la alienación matriarcal paradigmática de las fanáticas feministas, había adoctrinamiento religioso. En lugar de investigar las subvenciones de la pseudo asociación, la lupa está sobre las pintadas evangelistas de la fachada escena del rapto.
Una secuestradora como presidenta de Infancia Libre es mucho más que una paradoja susceptible de ser convertida en chanza para los que no sólo avisamos sobre el modelo creado, sino sobre la realidad de muchos más padres y niños invisibles para un sistema judicial permeado por la ideología de género. Véase el ejemplo del subproducto que ha generado el discurso de las cuotas y el “la libertad de las mujeres pasa por aceptar siempre lo que dicen de la vicepresidenta del Gobierno», Carmen Calvo. Aquí también habría que incluir la Asociación de Mujeres Juezas de España (AMJE), que deslegitimó la sentencia a Juana Rivas de 5 años de prisión, 30.000 euros y 6 años de inhabilitación para ejercer la patria potestad sobre sus hijos.
48 horas después de la publicación del caso de María Sevilla, abro El País y, en lugar de encontrar un reportaje o un artículo de opinión sobre cómo es posible que el Estado haya tardado dos años en rescatar a unos niños, o en vez de exigir una indemnización a su padre, leo, en primera plana, la cuartilla de las “Nueve mujeres que han cambiado las reglas del mercado menstrual en España. Cómo romper el tabú de la regla en nuestro país”. Todavía ni una sola propuesta legislativa para acabar con las prácticas de excepción feministas puesta en marcha por Pablo Casado y Albert Rivera.