Los aranceles de Trump desenmascaran la hipocresía ‘progre’

Los aranceles de Trump desenmascaran la hipocresía ‘progre’

El presidente Trump está haciendo exactamente lo que dijo que haría. Y eso, en los tiempos que corren, es casi revolucionario. En un mundo donde la política se ha convertido en un mercado de falsas promesas y frases huecas, que un líder gobierne de acuerdo con su programa electoral parece un acto de subversión. Aquí, en la vieja Europa, estamos tan acostumbrados a que los políticos mientan descaradamente que cuando alguien simplemente cumple su palabra, nos quedamos perplejos.

Por eso, los medios de siempre -los guardianes de la corrección política, los mismos que aplauden cada volantazo ideológico de gobernantes progres- han activado la maquinaria del pánico. No soportan la idea de que Trump cumpla sus promesas porque eso les desmonta el negocio: el arte de la mentira política presentada como pragmatismo.

El caso de los aranceles es paradigmático. Trump lo prometió en campaña y ahora lo está aplicando. Sin sorpresas. Sin excusas. Sin rodeos. Lo curioso es que los mismos que ahora anuncian la llegada del apocalipsis económico son los que, con tono académico, justificaron hace cuatro años que Biden mantuviera muchas de las políticas comerciales de la primera era Trump. Con uno era proteccionismo irresponsable y dañino; con el otro, realismo económico. La hipocresía es el pegamento que mantiene unida la narrativa woke.

Por supuesto, los profetas del desastre han salido en tromba a decir que los aranceles serán catastróficos para la economía estadounidense y para el comercio global. Son los clásicos agoreros que llevan años anunciando el fin del mundo cada vez que algo no se ajusta a sus dogmas. Si la política de izquierdas no funciona, la culpa es del fascismo rampante. Si una política conservadora sí funciona, es un accidente histórico o una anomalía. Lo que no entienden es que la coherencia política se ha vuelto el verdadero escándalo.

Mientras tanto, en España seguimos prisioneros de otra manera de hacer política, esa en la que la mentira es la norma y la lealtad a los votantes es un chiste de mal gusto. Aquí, la idea de que un presidente haga lo que prometió nos resulta casi incomprensible. El Moto Moto de La Moncloa construyó toda su campaña electoral asegurando que jamás pactaría con Bildu. Y después lo hizo sin despeinarse, con el amparo de la prensa cortesana. En España, mentir es signo de sofisticación política; en EE.UU., al menos, hay quien se atreve a hacer lo que dijo que haría. Y eso, para los ingenieros del relato, es insoportable.

La cuestión de los aranceles es solo el último capítulo de la farsa mediática. La narrativa es siempre la misma: si Trump hace algo, está mal por definición. Da igual que los propios demócratas mantuvieran muchas de sus políticas comerciales o que la UE, tan moralista con Estados Unidos, proteja sus mercados con regulaciones que harían sonrojar a cualquier supuesto liberal. Lo importante es demonizar cualquier iniciativa de Trump para evitar hablar de resultados. Porque si el debate fuera sobre resultados, la izquierda tendría un problema serio.

Los datos no mienten (aunque los fact-checkers sí). Con Trump, la economía estadounidense siempre ha funcionado mejor que con Biden. Pero los mismos medios que ahora auguran el colapso global con sus aranceles son los que nos vendieron que la inflación de Biden era una «consecuencia inevitable de la recuperación». Los mismos que aseguraban que la crisis energética europea no tenía nada que ver con las políticas verdes de Bruselas, sino con «factores externos». El progresismo ha perfeccionado el arte de la justificación: no hay errores, solo «coyunturas»; no hay fracasos, solo «desafíos».
Ahora, con Trump de vuelta, la izquierda teme algo peor que perder el poder: que los votantes se acostumbren a exigir que los políticos cumplan sus promesas. No es casualidad que su administración esté aplicando un ritmo vertiginoso en sus primeros días. Han comprendido algo esencial: si te mueves rápido, dejas a la oposición fuera de juego. Por eso, las políticas sobre inmigración, economía y comercio están avanzando a velocidad del rayo, justo como prometió. Y eso desespera a quienes necesitan que la política siga siendo el juego de prometer una cosa y hacer la contraria.

La izquierda y sus antenas mediáticas han desatado la histeria con los aranceles. Porque si Trump logra demostrar que gobernar con principios es rentable electoralmente, su modelo puede cundir ejemplo. Y ese es el verdadero peligro. Porque si los votantes empiezan a exigir a sus líderes que cumplan sus promesas, se acaba el negocio de la mentira institucionalizada. Y eso, para muchos, sería un problema mucho más grave que cualquier arancel. Lo que en España podría parecer un milagro, en Estados Unidos simplemente se llama democracia.

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