Un antes y un después 

Un antes y un después 

El pasado 10 de marzo se formalizaba una moción de censura en la Región de Murcia contra su Gobierno, mediante un acuerdo negociado entre PSOE y Cs a sigiloso fuego lento.

La larga mano de Moncloa estaba detrás de una iniciativa que iba  a volverse como un descomunal bumerán contra sus promotores, que pretendían remover el tablero político territorial en el ecuador de la legislatura autonómica actual que expira en mayo de 2023, y con irradiación a la política de pactos a nivel nacional. La voluntad de convertir a Arrimadas en socia política preferente, complementando o sustituyendo a Podemos en un futuro, aparecía como una estrategia que para la estabilidad del Gobierno de Sánchez se representaba exitosa. Pero las consecuencias saltan a la vista, cuando estamos en plena cita con las urnas, pero no en Murcia, sino en Madrid. La CAM, concebida inicialmente como una autonomía residual por no saber ni dónde ni cómo ubicarla institucionalmente, se ha convertido en una referencia política y económica de primer nivel, superando a las consideradas «históricas» por haber validado la Constitución sus iniciativas en ese sentido durante el periodo de la Segunda República.

De momento, y a la espera de la votación en las próximas horas, las consecuencias son notables: Iglesias ya no es vicepresidente, y ha reaparecido con su faceta más radical y populista de ultraizquierda, convirtiendo la campaña  en un barrizal de odio y violencia dialéctica y física más propia de otros regímenes, tiempos y latitudes, que de lo que habíamos conocido con la actual Constitución hasta su aparición con Podemos. El estrambote bolivariano de la campaña ha sido conocer que los fascistas de Vallecas eran empleados suyos.

Ahora, hablar en la política de cordones sanitarios, vetos, insultos y descalificaciones personales, se ha convertido en moneda de uso corriente. Tener que anular los tradicionales debates en los medios por la incomparecencia de las izquierdas a rebufo de Iglesias, expresa el nivel de patología al que se ha llegado en la campaña madrileña a causa del aterrizaje del candidato  Iglesias, que ha impuesto a sus aliados su modelo populista y violento. El Gobierno y el PSOE se muestran como palmeros de esa estrategia que comenzó en Vallecas y ha acabado con un lamentable espectáculo de envíos de Correos convertidos en protagonistas electorales, y sus destinatarios en «víctimas de la violencia política»; eso sí, siempre de la ultraderecha.

España se había mantenido al margen de la corriente populista que recorre gran parte Europa, y que ahora ha llegado como reacción a Podemos y ha venido para quedarse, al haberles convertido Sánchez en sus socios de Gobierno. El 99% de los españoles no duerme tranquilo con su compañero de cama y, ante esos desmanes, se está aplicando a la política el principio de la física de «acción-reacción».

El problema añadido es que ha contaminado la política nacional de una forma que hasta ahora solo se conocía en Cataluña desde la conversión separatista del catalanismo político pujolista, aliándose al irredentismo republicano de Esquerra y sus compañeros de viaje cuperos con el desdichado Procés.

Si se confirman todas las encuestas —el Cistezanos es ahora, por desgracia, otra cosa— en unas horas tendremos a Ayuso convertida en una lideresa política nacional con un rol por determinar en el espacio de centroderecha nacional de la mano de MAR.

Sobre todo si, para gobernar establemente, necesita de Vox. Otro bumerán contra Casado tras su censura a Abascal y a su partido. «Todo exceso es mediocre», y tal fue aquella lamentable claudicación ante el discurso de las izquierdas imponiendo su relato y veto contra la «ultraderecha», que suena esperpéntico en boca de los socios del bloque político de la moción contra el Gobierno del PP.

Ahora puede certificarse la inhumación política de Cs pese a presentar un muy buen candidato, y la de Iglesias. El centro político «puro», desaparecido; la izquierda, más izquierda; y la derecha, lo mismo. Son las consecuencias de la decisión de Sánchez de dormir con quien prometió que no lo haría nunca. Lo malo es que él sí que descansa plácidamente en La Moncloa. Aunque veremos si a partir de mañana también.

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