Adiós a la república catalana
Parece que no haya existido nunca. Me refiero a la famosa República catalana de los ocho segundos. Es cierto que los catalanes -en materia de repúblicas- nunca hemos tenido suerte.
La de 1640, que proclamó la Generalitat, duró apenas una semana. El tiempo suficiente para pedir ayuda al rey de Francia, Luis XIII. Sólo para descubrir años después que las tropas francesas eran mucho peores que las del conde duque de Olivares.
La de 1934, la de Companys, duró un día. Yo no he acabado de entender nunca que el dirigente de ERC proclamara el Estado catalán para solidarizarse con los mineros de Asturias -la mayoría del PSOE, por cierto-, que supongo que lo que querían era instaurar una república bolchevique a semejanza de la URSS.
Mientras que la de 2017, la de Puigdemont, duró lo dicho. Incluso, ya puestos, un día quiero preguntarle al historiador Javier Santamarta del Pozo -que tiene un libro sobre la Primera República española que todavía no he leído- si en el fracaso de esta tuvimos algo que ver los catalanes. Ya saben lo que dijo el presidente, el barcelonés Estanislao Figueras, antes de salir zumbando hacia el exilio en París: «Estoy hasta los cojones de todos nosotros».
La verdad es que, en las elecciones del próximo 12 de mayo, ya nadie habla de independencia. Voy a remarcar algo que ya dije en un artículo anterior: que las elecciones son autonómicas.
Lo digo porque Convergencia y Esquerra, tras formalizar la coalición Junts pel Sí en julio de 2015, aprobaron un programa electoral que tenía que llevar a Cataluña a la independencia en 18 meses a partir de la fecha de las elecciones, el 27 de septiembre de aquel año.
Por supuesto, no lo cumplieron. Pero uno de los puntos de la hoja de ruta era «elecciones constituyentes». Siempre me llamó la atención el optimismo, que rayaba la irresponsabilidad, de ambos partidos. Parece que el Estado no haría nada y se quedaría con los brazos cruzados. Iba a ser un camino de rosas.
Todo esto ha pasado ahora a mejor vida. Ha vuelto el peix al cove, aquella política de Pujol de ir pidiendo traspasos a cambio de sus votos en Madrid. Como ahora, el PNV. Los indepes habían proclamado que «nos vamos», habían «pasado pantalla», «ni un paso atrás». Hasta que llegó el 155.
Ni siquiera Puigdemont habla abiertamente de volver a intentarlo. El primer lema de Junts es «Catalunya necesita liderazgo». Tiene guasa la cosa sabiendo que él fue el primero en largarse. El segundo eslogan es necesita un «buen gobierno».
Artur Mas vendió lo mismo en el 2010: el «govern dels millors», el «gobierno de los mejores». Luego hizo una huida hacia delante a medida que se acumulaban los recortes y los casos de corrupción de su partido.
El tercero es que Cataluña «necesita hacerse respetar», lo que indica que nuestra imagen exterior debe estar por los suelos. El cuarto es sobre el catalán, mientras que el de la independencia es el último de todos. «Cataluña necesita la independencia», se limitan a decir. Necesita. Nada de compromisos en firme. Yo también necesito que me toque la lotería, pero no es el caso si no compro nunca un décimo. Y aún así lo veo difícil por no decir imposible.
No se crean que es sólo Puigdemont, el resto de fuerzas independentistas también pasan de puntillas. Esquerra ha elegido una frase tan etérea como «Al lado de la gente. Al lado de Cataluña». Tanto puede servir para unas autonómicas como para unas generales, unas municipales o unas europeas. Pero ya se ve por dónde van los tiros.
Incluso los de la CUP han optado por un «Defensem la terra». «Defendamos la tierra». Ni palabra de independencia y eran los más antisistema. Si estamos como estamos en parte es por ellos. ¿Pero defender la tierra de quién o de qué? ¿De los marcianos? ¿De los aguaceros? ¿De la sequía? ¿De las plagas?
El día que presentaron el programa económico contra «el modelo de Fomento, la patronal y el Estado» era, en teoría, para avanzar hacia la independencia. Se pueden pasar treinta años intentando avanzar. Aunque si es con escaño y sueldo público, mucho mejor. Por supuesto.
Incluso un partido extraparlamentario como el de la ex consejera Clara Ponsatí -aquella que se refugió en Escocia y que cuando el Reino Unido salió del Brexit se largó a Bruselas por si acaso- se presenta con el lema «La independencia es posible». También es «posible» que yo cene con Michelle Pfeiffer -no sé si mi mujer me dejaría- o que vaya a la Luna, pero no lo veo factible, la verdad.