VOX y C’s: algo más que matices

VOX y C’s: algo más que matices

Ciudadanos no sólo puede, sino que debe poner encima de la mesa sus discrepancias con VOX, pues lo contrario equivaldría a carecer de convicciones, y no es el caso de un partido que lleva plantando cara al nacionalismo catalán desde hace ya 13 años, y que se constituyó precisamente para atajar el proceso de desvertebración en el que España empezaba a sumirse por entonces. No, Ciudadanos no es el partido acomplejado y mudable que pretenden los dirigentes de VOX, pues si algo le ha distinguido desde sus inicios, desde esa carta fundacional que fue el Manifiesto de los 15, es la solidez de sus planteamientos, entre los cuales figuraban la oposición a los intentos cada vez más explícitos de romper los vínculos entre los catalanes y el resto de los españoles, y la defensa del pacto de la Transición, que volvió a situar a España entre los países libres.

Por consiguiente, las discrepancias a las que me refería no son minucias tacticistas, sino que afectan a asuntos tan cruciales como la concepción del Estado, la política de inmigración, la política social o la integración europea. Vayamos por partes. La propuesta de suprimir las autonomías es legítima, faltaría más –tan legítima como la discusión de una reforma constitucional en sentido contrario–. Ahora bien, además de carecer de sentido de la realidad y del más mínimo consenso entre españoles, supone un aventurerismo regresivo, que nos devuelve a la España anterior a 1978, demoliendo uno de los pilares en que se asienta nuestra democracia. En lugar de un reclamo maximalista, Ciudadanos ha propuesto medidas concretísimas, como el cierre del mapa autonómico –con la supresión de la disposición transitoria cuarta que prevé la posible incorporación de Navarra al País Vasco–, la revisión del capítulo de transferencias y la anulación de los privilegios forales.

En cuanto a la política de inmigración, suscribo de punta a cabo el programa de Ciudadanos, o lo que es lo mismo, el Pacto Europeo sobre Inmigración y Asilo de 2008, donde se conmina a los Estados miembros de la Unión Europea (UE) a combatir la inmigración irregular bajo los principios de cooperación de los Estados con los países de origen y la obligación, por parte de los extranjeros en situación irregular, de abandonar el territorio de la UE. Creo, asimismo, que debemos priorizar los perfiles de individuos que mejor se avengan a las necesidades de nuestro mercado laboral y que presenten un menor potencial de fricción. Y que, en cualquier caso, el problema de la inmigración ilegal no se resuelve con declaraciones buenistas. Ahora bien, tan ineficaz como el buenismo es el malismo, y a esa corriente se adscriben algunas de las propuestas de VOX, como la exigencia de un test idiomático/identitario, o la posibilidad de que un inmigrante nacionalizado pierda la condición de ciudadano español por haber delinquido, contraria al más elemental principio de igualdad. Más preocupante parece la palabrería de tintes xenófobos que gastan sus dirigentes, en particular en sus críticas a Manuel Valls, a quien han enviado a su casa en más de una ocasión.

Y qué decir de la intención de relegar el aborto al ámbito privado, derogar el matrimonio homosexual o crear un Ministerio de la Familia que reconozca  a esta institución como “anterior al Estado”. En los tres casos, estamos ante cuestiones superadas, e incluso contrarias al sentir mayoritario de los españoles, que no en vano tienen a gala que España sea uno de los países del mundo más tolerantes con la homosexualidad. Por último, aunque no menos inconciliable, se halla la vocación antieuropeísta de VOX, alineado sin ambages con dirigentes como Orban, Salvini o Le Pen, es decir, en el frente populista que tiene como gran inspirador a Steve Bannon. Los recelos de Ciudadanos ante la perspectiva de llegar a acuerdos con VOX, que representa lo contrario en tantos órdenes, son, por consiguiente, del todo razonables.

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