La afición de la ultraizquierda al asesino

La afición de la ultraizquierda al asesino

Cuando hayamos terminado de llorar a Laura Luelmo volveremos a ver como la joven zamorana, Diana Quer y Marta del Castillo tienen la misma caducidad en el obituario de la izquierda que un producto lácteo comprado para el consumo rápido en la estantería de un supermercado de barrio. Con todas estas muertes violentas siempre ha ocurrido lo mismo. En principio, una convulsión brutal y más tarde una pena colectiva sincera con el hashtag pueril de #YoSoyElla. Crías en pantalones de pitillo gritando en sus callejones de Barrio Sésamo, tuits lánguidos de diputadas centro-reformistas que se embolsan 1.000 euros más por pertenecer a comisiones parlamentarias de Igualdad y más o menos 20 horas de dúplex en directo en las principales cadenas con los familiares devastados. Un mes dura esa cínica desolación, después todo acaba con los padres autoreconstruidos con el cemento justo para convertirse –forzosamente– en contertulios que exigen a sus legisladores penas más duras para los asesinos de sus hijas mientras los Echeniques y los pseudojueces hispano-bolivarianos de Jueces por la Democracia les tildan de “vengadores” antes de que el sepelio de sus hijas cumpla un primer aniversario y antes de que Podemos y el PSOE les giren la espalda en el Congreso de los Diputados.

Resulta socialmente grotesco y suicida entregar la protección de las mujeres, el funcionamiento del Estado de Derecho y la seguridad de nuestros hijos a esa ultraizquierda mediática y legislativa tradicionalmente orgullosa de exhibir su afición por el criminal. Esa izquierda que después de cada crimen obsequia al malnacido o al perturbado con la banalización del asesinato y rebaja su naturaleza de criminal a la de un machista acomplejado. Pasa de ser un monstruo a un pobre inadaptado absorbido por el abstracto fantasmagórico parido por el neomarxismo de Pablo Echenique, Antonio Maestre y Pedro Sánchez. En definitiva, de homicida a víctima. Bernardo Montoya, El Chicle y Miguel Carcaño son presentados como daños colaterales de las fuerzas convergentes surgidas de la lascivia heteropatriarcal y el capitalismo.

Es más vieja que Lenin la afinidad de la progresía española por el criminal. Desde sus más bajos instintos ha llegado a poner en marcha la misma operativa cuando se ha tratado de justificar atentados islamistas en España y en el resto de Europa. Recuerden, por ejemplo, aquella hijoputez candorosa con la que el eurodiputado de Podemos, Miguel Urbán, explicaba en 2015 que “hay muchísima gente que aquí, en Occidente, no tiene más salida que inmolarse por culpa de los elementos estructurales que el neoliberalismo ha levantado» para ausentarse del pacto de Estado Antiyihadista. Cuatro meses después, el Daesh atentó en el aeropuerto de Bruselas asesinando a 35 personas y dejando a otras 340 heridas porque habían fallado las diarreas mentales del euro-perturbado a quien el ataque le pilló a escasos 200 metros de su trasero inmoral y gafapastero.

Todos hemos matado a Laura”, incluyendo al padre y al novio de Laura Luelmo, repiten ahora el ministro José Luís Ábalos y todos los periodistas y políticos de la progresía disfuncional, sin pasar por comisaría para entregarse y con la esperanza de lobotomizar a la mitad de la población española. Y, la verdad, es que ellos sí son culpables en gran medida. El ministro de Fomento socialista habla de calles inseguras para las mujeres cuando durante 40 años jamás ha puesto un pie fuera de la sede y el coche oficial puesto por su partido. Un PSOE que tumbó la doctrina Parot gracias a López Guerra liberando a media docena de violadores que reincidieron. La izquierda de las marquesas feministas que, a través de sus ayuntamientos, comunidades autónomas y asociaciones, usan los fondos europeos contra la violencia de género para financiar irregularmente sus partidos. Esos, y no nosotros, son directamente responsables de que ya no exista Laura Luelmo.

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