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Las tortugas son mascotas sumamente adorables: tiernas, tranquilas, y de las que uno cree que no dan guerra. No hay que sacarlas al parque, no se rascan en el sofá, no maúllan a medianoche… Simplemente están ahí.
Ya si hablamos de mascotas para niños, la combinación parece ideal: entretienen, enseñan responsabilidad y, en teoría, no demandan demasiado tiempo. Hasta ahí, todo parece ir bien. Sin embargo, las tortugas esconden un riesgo del que poco se habla, aunque los expertos no dejan de remarcarlo.
Este es el efecto de las tortugas en la salud de los niños
El último informe de la FDA (la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU.) fue clara, detrás del caparazón de estas mascotas se esconde un enemigo microscópico: salmonella.
Lo más peligroso es que la bacteria no se detecta a simple vista, puede estar presente aunque la tortuga luzca perfectamente sana. No hace falta que tenga síntomas, pero aun así puede contagiar.
Las tortugas, especialmente las más pequeñas (esas que suelen caber en la palma de la mano) representan un foco importante de transmisión. Basta con que un niño la toque y, acto seguido, se lleve los dedos a la boca para propagar la infección.
La salmonella pasa del caparazón al intestino rápidamente. El agua donde viven también puede estar contaminada, y cualquier superficie en la que la tortuga camine se convierte en un riesgo. Así que queda prohibido andar con la tortuga por la cocina, los baños o cualquier superficie donde se prepare comida.
Los síntomas son fiebre, vómitos, diarrea con sangre, calambres abdominales. En los casos más graves, la infección puede extenderse a órganos vitales y complicarse al punto de requerir hospitalización. Incluso hay antecedentes fatales, como el de un bebé en Florida que murió tras infectarse por contacto con una tortuga.
¿Cómo saber si la tortuga tiene salmonellosis?
A simple vista es imposible, pues una tortuga puede portar salmonella y seguir actuando con absoluta normalidad. Para saberlo con certeza hay que acudir al veterinario. Se hace un análisis de las heces, se estudia su estado general, y en función de eso se determina si hay infección.
No obstante, hay señales que deberían encender las alarmas. Si la tortuga deja de comer, si está apática, si mantiene la cabeza retraída más tiempo de lo habitual o presenta diarrea persistente, algo no anda bien. En estos casos, lo prudente es consultar de inmediato con un especialista en animales exóticos.
¿Qué hacer para evitar que la tortuga se enferme (y evitar contagios)?
El agua donde vive debe estar limpia, y la temperatura tiene que mantenerse estable (en torno a los 24 grados) para prevenir bajones en su sistema inmunológico. Si el hábitat no se cuida, el riesgo de enfermedad crece, tanto para el animal como para las personas que conviven con él.
Después de tocar a la tortuga o su pecera, hay que lavarse las manos con agua tibia y jabón (especialmente los niños). Y si hay menores de cinco años en casa, lo recomendable es que no tengan contacto directo con estos animales.
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