Maduro se presenta sin rival a las fraudulentas elecciones de este domingo por el boicot de la oposición

Nicolás Maduro
Nicolás Maduro, presidente de Venezuela

Nicolás Maduro compite este domingo para ganar el que sería su segundo mandato, en unas elecciones presidenciales a las que concurre prácticamente sin rival por el boicot opositor. 

Maduro irrumpió en el Palacio de Miraflores en 2013 por expreso deseo de Hugo Chávez, que en sus últimos meses de vida le designó como heredero político para evitar lo que anticipaba como una lucha intestina para ocupar su silla. Entonces nadie cuestionó –al menos públicamente– al nuevo presidente, que decía tener línea directa con el Comandante («se me apareció en forma de pajarito»).

Tras apenas un mes de interinidad, legitimó el cargo por la mínima. Maduro se impuso exactamente por 141.358 votos a un Henrique Capriles que, en los comicios de ese 14 de abril de 2013, vio esfumarse la mejor oportunidad que había tenido la oposición venezolana en 14 de años para desahuciar al ‘chavismo’. Ahí comenzaron las sospechas de fraude. «¿Quién puede creer que Maduro haya sacado más votos que Chávez?», cuestionó el líder opositor.

El lustro de Maduro ha estado marcado desde sus inicios por el estallido de una crisis económica cultivada durante la era Chávez. El ‘Gigante’ desmontó el tejido productivo haciendo a Venezuela netamente dependiente de las importaciones, que podía pagar gracias a las exportaciones petroleras, principal y casi única fuente de ingresos del país.

La caída internacional del precio del crudo hundió también la hacienda venezolana. Se quedó sin dinero para seguir comprando fuera lo que ya no se producía dentro y para mantener los amplios subsidios sociales ideados por Chávez. Los supermercados se vaciaron de productos de primera necesidad y el salario era incapaz de cubrir una inflación disparada.

Por primera vez, la base social del ‘chavismo’ estaba amenazada. La Mesa de Unidad Democrática (MUD), coalición opositora, supo aprovechar el momento y en 2014 lanzó las mayores protestas contra el Gobierno. Miles se echaron a las calles y fueron duramente reprimidos. El saldo: 43 muertos y cientos de detenidos, incluida la nueva promesa de la MUD, Leopoldo López.

La agonía de los venezolanos se plasmó en el triunfo opositor en las elecciones parlamentarias de 2015. La MUD se hizo con el control de la Asamblea Nacional con una ‘súper mayoría’ que le daba el poder necesario para purgar las instituciones. Maduro contraatacó con una ofensiva judicial que fue anulando una a una todas las iniciativas del nuevo Congreso.

Acorralada, la MUD lanzó un órdago. En 2016, propuso una consulta popular para que los venezolanos decidieran sobre la continuidad de Maduro en el cargo. El Consejo Nacional Electoral (CNE) neutralizó el referéndum revocatorio garantizando así que el presidente agotaría su mandato. La respuesta fue una segunda revuelta en el año siguiente que dejó más muertos y detenidos.

Maduro dio ‘jaque mate’ convocando elecciones a una Asamblea Constituyente. La MUD no participó esgrimiendo que era un proceso «ilegal» porque el presidente se había saltado el paso del referéndum instaurado por Chávez. El CNE dio luz verde a los comicios y sus resultados, aunque la empresa que gestiona el sistema electoral denunció un fraude de un millón de votos. Nacía un órgano cien por cien ‘chavista’ que ha acaparado todos los poderes, salvo el Ejecutivo.

La inercia económica y política ha provocado un éxodo venezolano hacia los países fronterizos. Solo a Colombia han llegado más de un millón de personas entre las que, según la ONU, hay inmigrantes y refugiados, todos con enormes necesidades por la falta de comida y medicamentos. Una crisis humanitaria que Maduro ha negado. «Los esperamos de regreso con los brazos abiertos, vengan», ha instado.

Hacia el 20 de mayo

La Asamblea Constituyente fue el detonante de una ofensiva internacional, también regional, debido a la renovación política del subcontinente y al colapso de la diplomacia del ‘petrodólar’, para persuadir a Maduro y su entorno de que en 2018 se celebraran unas auténticas elecciones presidenciales que sirvieran de catarsis a Venezuela.

Maduro se adentró en la enésima negociación con la MUD. Los contactos arrancaron en septiembre en República Dominicana con su presidente, Danilo Medina, y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) –a través del trío de ex presidentes: el español José Luis Rodríguez Zapatero, el panameño Martín Torrijos y el también dominicano Leonel Fernández– como mediadores.

Hasta febrero hubo esperanzas de que el diálogo entre Gobierno y oposición alumbrara un pacto sobre las condiciones en las que debían celebrarse las próximas elecciones presidenciales, que, por mandato constitucional, no podían prolongarse más allá de 2018. No fue posible. Las partes solo esbozaron un preacuerdo que descarriló a última hora.

En una huida hacia delante, Maduro anunció que el 20 de mayo habría votación. De esta forma adelantó el calendario electoral –los comicios se esperaban para final de año– dejando a la coalición opositora sin tiempo para preparar unas primarias con las que poner orden en una casa plagada de luchas internas por años de diferencias sobre cómo enfrentar al ‘chavismo’.

La MUD no participará porque no se cumplen los tres requisitos que considera fundamentales para que los resultados sean creíbles: la liberación de los presos políticos y la revocación del veto electoral que impide a sus principales partidos y dirigentes, entre ellos Voluntad Popular (la formación de López) y Capriles, participar en estos comicios; un verdadero árbitro electoral; y abrir la puerta a la ayuda humanitaria.

Sin rival en unas elecciones sin credibilidad

La oferta de Maduro no ha convencido ni a los países vecinos ni a la comunidad internacional, que no han hecho más que arreciar su ofensiva con sanciones contra la cúpula venezolana. Pese a ello, se ha mantenido firme: «Llueve, truene o relampaguee habrá elecciones presidenciales el 20 de mayo».

Paradójicamente, la mano tendida le ha llegado desde la MUD. Henri Falcón, ex alcalde de Barquisimeto y ex gobernador de Lara, desobedeció las directrices de la coalición opositora y se inscribió como candidato presidencial. La Mesa de Unidad Democrática le ha echado de sus filas porque le acusa de «legitimar» lo que anticipa como otro «fraude electoral».

Este camaleón político, ‘chavista’ primero y disidente después, es el único capaz de hacer sombra a Maduro este domingo. En los últimas semanas, se ha cocinado una posible alianza entre Falcón y el líder evangélico Javier Bertucci, que se postula como candidato independiente, pero finalmente ambos la han descartado.

La MUD y sus aliados internacionales no dudan de que Maduro saldrá victorioso. Pero en esta ocasión, ganar no será suficiente. Necesita una participación electoral que valide estos comicios y, por tanto, legitime otros cinco años de Gobierno. Los sondeos pronostican una abstención en torno al 40 por ciento.

Maduro es consciente de que es su oportunidad de desprenderse del estigma del sucesor designado y erigirse en auténtico líder del ‘chavismo’. Por eso, su campaña se ha centrado en llamar al voto. Incluso ha prometido un «premio especial» para quienes voten. Después, asegura, habrá «grandes cambios económicos para ir a una época de renacimiento».

La Organización de Estados Americanos (OEA), Estados Unidos y la UE han avanzado que no reconocerán los resultados electorales y han amenazado con más sanciones para propiciar el «cambio» en Venezuela. La MUD se ha limitado a señalar que la «lucha» seguirá. Así las cosas, la incógnita es qué pasará el 21 de mayo.

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