Invasión rusa de Ucrania

Las brigadas antitanque de Ucrania frenan el avance ruso en las ciudades: una semana sin conquistas

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Pelayo Barro

Lo que en un primer momento parecía que iba a ser una invasión relámpago de las fuerzas armadas rusas sobre Ucrania se ha convertido en un atasco. Desde el jueves 24 de febrero, día en que el Kremlin inició sus hostilidades, el ejército ruso tan sólo ha conseguido conquistar una ciudad: Jersón. Un objetivo relativamente fácil por su cercanía a Crimea pero en el que los rusos tuvieron que empeñarse a fondo. Ni Kiev, ni Odesa, ni Mariúpol ni siquiera Jarkov han caído bajo control de Vladimir Putin. Las columnas de blindados son incapaces de imponerse en núcleos urbanos. El motivo: las versátiles y efectivas brigadas antitanques del ejército ucraniano desplegadas en las ciudades y el apoyo de su resistencia armada con armas contracarro y antiaéreas, que convierten casi cualquier incursión de aviones y carros de combate en una misión suicida.

Si Vladimir Putin pensaba conquistar Ucrania en unos días, casi sin oposición del ejército ucraniano, y deponer al Gobierno de Volodomir Zelenski, el resultado de sus planes ha sido diametralmente el opuesto. Ni ha caído Kiev, ni ha caído Zelenski. De hecho han salido reforzadas tras casi dos semanas de guerra.

Basta ver el mapa del conflicto y del avance de las tropas rusas para comprobar hasta que punto han quedado estancadas las operaciones militares sobre terreno ucraniano. Tomando como referencia los avances alcanzados en los primeros días de la invasión, cuando las brigadas acorazadas rusas avanzaban a toda velocidad con apoyo de helicópteros, cazabombarderos y artillería pesada, las franjas de territorio ganadas a los ucranianos son escasas. Tan sólo el margen occidental del río Dnieper en su camino hacia Kiev, un corredor costero que une Crimea hasta las afuerzas de Mariúpol y un trozo de terreno que circunvala a Jersón, la única ciudad bajo control ruso.

En un primer momento, los analistas interpretaron el frenazo de las tropas rusas como una «pausa operativa». Un descanso de varios días para reagruparse, aprovisionar a las columnas de blindados y redirigir los esfuerzos hacia sus objetivos. Sin embargo, con el paso de los días, esa sensación se diluye y deja la impresión de caos o imposibilidad por parte de las fuerzas rusas de hacer frente a la inesperada resistencia ucraniana. Especialmente en entornos urbanos y gracias, en buena parte, a las miles de armas contracarro con las que occidente -incluída España- ha rearmado a la milicia regular  y a las unidades de infantería del Comando de las Fuerzas de Tierra ucranianas.

Las brigadas antitanque

El desempeño de la lucha contra los blindados rusos es, tal y como sostiene de forma generalizada la comunidad de expertos analistas, una de las claves fundamentales para comprender por qué el a priori poderoso ejército ruso parece estar empatando en su enfrentamiento con las humildes fuerzas ucranianas.  De hecho, las armas contracarro están siendo crucial en entornos de combate urbano.

Tomar una ciudad donde la resistencia recibe a los carros de combate y a los blindados a golpe de misil es complejo. Y si entre los sistemas que amenazan a los carros hay misiles Javelin y los británicos NLAW, las incursiones urbanas se convierten en suicidas para los rusos. Y eso explicaría la resistencia de las grandes ciudades ucranianas.

Tragados por el lodo

Otra de las claves del descalabro ruso hay que buscarla en los campos que atraviesan los convoyes rumbo a sus objetivos. Las imágenes de carros de combate Panzer de la Alemania nazi tragados por el lodo en Ucrania en el otoño de 1941 se vuelven a repetir en 2022, pero sus protagonistas ahora son los carros de combate T-90, la artillería antiaérea Pantsir-S1 y los 9K22 Tunguska. La a priori indestructible y letal apariencia de este armamento ruso queda desmitificada con las decenas de imágenes que comparten los soldados ucranianos de blindados semienterrados en el barro. Centenares de millones de dólares en material tragado por la tierra.

El fenómeno tiene un nombre: la Raspútitsa. Las grandes cantidades de agua provenientes del deshielo invernal y almacenadas en el terreno licúan la tierra. Una vez que la panza del vehículo toca suelo, sus orugas se entierran en el fango y pierden tracción. La única solución que le queda a sus tripulaciones es abandonarlos. En el caso de los T-90 rusos, su carro más avanzado, ni siquiera los 1.000 caballos de potencia de su motor diésel sobrealimentado son capaces de sacarles del aprieto.

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