Raül Balam: «Llegué a pensar que era una mala persona y un yonki, nunca un enfermo»
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Este chef con dos estrellas Michelin, hijo de la conocida Carme Ruscalleda, relata su adicción al alcohol y la cocaína, así como la revolución mental y vital que se sufre cuando las drogas entran en tu vida.
Chef del restaurante Moments de Barcelona, dos estrellas Michelin. Raül Balam Ruscalleda (San Pol de Mar, 1976) es hijo de la chef Carme Ruscalleda y el empresario hostelero Toni Balam. A través de Enganchado (Cúpula), un libro escrito por la periodista Carme Gasull, el catalán relata su adicción al alcohol y la cocaína, la revolución mental y vital que se sufre cuando las drogas pilotan tu día a día, cómo intentas mentir y manipular a todo el mundo que te quiere y, sobre todo, cómo te vas autodestruyendo sin remedio.
Y es que las drogas arrasan todo cuando entran en la vida de las personas. Este libro de Balam es un relato crudo de la realidad de las drogas, de lo divertidas que podemos llegar a creer que son, de lo snob que pueden parecer y también de lo desgraciados que nos podemos sentir cuando queremos dejarlas y no podemos sin ayuda.
Te pregunto esto porque jamás he consumido nada…
¿Nada de nada? ¿Ni alcohol ni nada?
Sí, bebo vino, pero nada más. Me preguntas esto por la normalización que tenemos de las drogas, aunque sean legales como el alcohol, ¿no?
Claro, es que aquí viene el gran problema. No visualizamos el alcohol como una droga y es una de las drogas más jodidas que hay. Piensa que a una persona alcohólica se le debe retirar el alcohol de una forma progresiva, si lo hacen de golpe puede llegar a morir de un ataque cardíaco. En cambio, un politoxicómano lo pasará muy mal con el mono, pero no puede llegar a la muerte. Es cierto que el alcohol es una droga legal, pero es la más peligrosa de todas y no lo interiorizamos. Por eso te he preguntado. Digamos que sí que has tomado drogas, pero desde luego no drogas duras
Cierto, entonces. Todos conocemos a personas que consumen cocaína o lo han hecho, muchas de ellas dicen que lo hacen porque les divierte, les gusta. Y yo me pregunto, ¿de verdad hay algún momento en el que son divertidas?
¿Sabes qué pasa? Que en la mente del adicto siempre quedan grabados los primeros colocones y, claro, los primeros sí fueron divertidos, pero jamás vuelven a ser iguales. Así que sientes sed y ansia de sentirte igual, por lo que al final el consumo te atrapa por completo. Yo al final no quería consumir, estaba tan tan tan jodido que no quería hacerlo, me lo prometía cada día a mí mismo y me decía: «No, Raül, no, no». Pero sí, otra vez era lo mismo y siempre volvía a consumir.
¿Cómo es la amistad, si es que existe, en este tipo de espacios impregnados de drogas?
Al final te buscas tú las amistades que a ti te interesan tener. La enfermedad ya se encarga de que te rodees de personas que hacen lo mismo que tú. Es decir, no son las malas compañías las que te llevan a hacerlo, yo fui a esto porque tengo una tara en el cerebro y mis transmisores de placer no conectan. Piensa que había algunas personas que empezaron a consumir conmigo de forma esporádica los fines de semana y llegó un día que vieron que aquello no iba con ellos y siguieron con su vida normal y ordenada, pero yo no. Supongo que las familias de mis amigos de consumo también me tenían a mí como una mala amistad que les llevaba por el mal camino.
En el libro hablas de amistades de antes y después de la rehabilitación. En aquellos años de unión química, ¿se es capaz de diferenciar la amistad de verdad de las que no lo son?
Cuando estás en el centro recuerdas a tus amigos de consumo. Luego, cuando sales, tienes que girar mucho la cara. Al final, cuando pasa el tiempo, te das cuenta de que lo único que había con esas personas era la droga, no había nada más.
¿Qué valor se le da al dinero cuando se está metido en esto? Porque me imagino que tienes que engañarte a ti mismo y también a los demás.
Al primerísimo que engañas es a ti mismo. Al principio no le das valor al dinero, pero luego le das mucho valor porque no te llega para comprar droga. Cuando ingresé en el centro, entré con tres microcréditos del banco porque me quedaba siempre sin dinero para consumir. Tres microcréditos que ya están pagados y en orden, pero todo se convirtió en una locura porque cuando tienes dinero se te va de las manos; sin embargo, cuando te falta, lo echas de menos horrores.
Tras parar, reflexionar y rehabilitarse. ¿Uno logra perdonarse?
Yo me he perdonado, aunque acepto que habrá gente que no me perdonará jamás.
¿Crees que hay personas que no te perdonan?
María, es que estoy seguro. Las he hecho muy grandes, he roto planetas y constelaciones de una forma… Así que sí, tengo que aceptar que hay personas que no me perdonan y siguen viéndome como un vicioso, algo que pensarán para siempre. Pero, bueno, es lo que hay. Yo me he perdonado, pero no he olvidado nada. No puedes olvidar nunca porque eso te ayuda a no regresar a ese mundo jamás.
Aún así, en el Instituto Hipócrates, donde estabas haciendo la terapia, había un compañero tuyos que recayó varias veces hasta que se negó a ingresar de nuevo. La recaída es posible, siempre está ahí.
Sí, así es. Y no sé nada de su vida, no tengo ni idea de cómo está a día de hoy. A veces paso por su negocio, veo que sigue su nombre, pero sigo sin pararme. Éramos amigos del alma, pero él decidió ir por un camino que no era el mío y prefería salvarme yo antes que acompañar a otra persona que no se quería. Esta enfermedad te hace esclavo de la droga. Fíjate, en este momento prefiero el peor de mis días de hoy que la mejor de las noches de antes, pero 100.000 veces porque, entre otras cosas, ahora me siento vivo, siento las cosas. Cuando consumía sólo me borraba del mapa de la vida, no vivía. Cuando empecé a vivir sin sustancias tras la rehabilitación sentía mucho vértigo, miedo y emoción, no reconocía lo que estaba sintiendo porque antes siempre iba drogado. Ahora siento que vivo, algo que había dejado de sentir durante décadas.
La historia de tu terapeuta en el centro es tremenda.
Ya, como ves todos tenemos una vida, ¿no? A veces doy gracias por no haber llegado más bajo de lo que estaba, pero mi final hubiera sido el dormir en la calle, en un cajero. Cuando has tocado fondo y lo has pasado mal, valoras muchísimo más la recuperación que consigues.
Quienes no hayan leído aún el libro, Raül, contar a grandes rasgos que tu terapeuta era adicta a las drogas, tuvo una hija y la espiral de la adicción la llevó incluso a vivir con dos traficantes que a veces se encargaban de llevar a la niña al colegio. Esto brinda una idea de cómo se puede perder el norte por completo.
Es que lo pierdes y no eres consciente de los peligros a los que te expones. Todos los santos días mi casa se llenaba de gente y cuando tenía un momento de lucidez me preguntaba quiénes eran. Mira, seguro que me han robado 10.000 cosas y yo ni me he enterado, pero es que pierdes el miedo y la noción del peligro. Yo he estado en el extranjero y he ido a barrios a los que ahora mismo no iría ni aunque me pagaran. Iba a cualquier sitio con tal de tener cocaína, podría incluso haber acabado en la cárcel de un país extranjero.
Ante tu adicción y tu ingreso, la reacción de tus padres fue muy dispar. Tu padre iba a las terapias familiares y tu madre fue más fría, quizá incrédula de que su hijo estuviera en un centro de desintoxicación.
Sí. Es que es una reacción normal. Debe ser muy duro ver que tu hijo, al que has educado de la mejor manera posible y de la forma que mejor has sabido, se queda encerrado en un centro para dejar las drogas. No debe ser fácil, y no te hablo de Carme Ruscalleda como personaje público, sino como madre. Seguro que mis padres se han preguntado millones de veces en qué han fallado, si deberían haberme llevado más veces a la escuela, si hubiera hecho esto o lo otro. Hoy mi madre tiene todo muy asumido, sabe que es una enfermedad.
Tu madre cuenta que muchas personas le llaman para compartir su historia o la de sus hijos y que está como una hora al teléfono, un gesto muy generoso, ¿no crees?
No lo calificaría de generoso, es una forma de intentar normalizar situaciones que muchas familias están sufriendo. Somos muchos los que sufrimos la adicción o tenemos familiares que son adictos a las drogas. Con este libro quería exponer mi relato para quitar un poco la etiqueta de «vicioso» y poner la de «enfermedad».
La cocaína a menudo se ha percibido como una sustancia snob, incluso hay personas que la ven cool y moderna.
Eso pregúntaselo a aquellas personas que lo han perdido todo. Personas que están en la calle por culpa de la cocaína, la droga del glamour que tenían al alcance de la mano porque la podían pagar y consumir. Ya te digo, yo hubiera terminado durmiendo en un cajero, parecía mi final, y es que al final haces cualquier cosa por la droga y a cualquier precio.
Tú dabas el dinero, pero vete a saber qué te daban.
A mí me daban las bolsitas y ya está. Me preguntaron en terapia si había probado el caballo y dije que no, pero no lo podría asegurar, nadie te daba un prospecto.
¿Pensabas que eras mala persona por hacer lo que hacías?
Sí, lo pensaba. Llegué a la conclusión de que era una mala persona y un yonki, jamás contemplé la posibilidad de que estuviera enfermo.
«No es fácil aceptar que has robado, engañado, herido, desesperado a tus seres queridos. No es fácil aceptar que has tirado por la ventana muchos años de tu vida tampoco». ¿Has recuperado esa vida de la que hablas en el libro en estos diez últimos años?
He empezado a vivir otra vida. He recuperado a una familia de la que no disfrutaba, ahora le doy un gran valor a todo. No tengo nada que ver con la persona que era antes, un día acepté todo lo que había hecho y eso me llevó al perdón.
Eres cocinero, tienes dos estrellas Michelin, y en las recetas procuras no usar alcohol. ¿Sigue siendo así?
En mi casa sí. Si vienes a cenar a mi casa no pongo ni vino, ese espacio es mi templo y en mi templo no entra el alcohol. Eso sí, si un día vamos juntos a comer a un restaurante yo bebo agua tan feliz, pero no hay problema en que nadie beba vino. En el restaurante sí usamos el alcohol en la cocina, pero yo no pruebo nada, tengo un equipo magnífico que me ayuda.
¿Qué sensación tienes si pronuncio el nombre de Ramón? De él hablas en el libro.
Ramón era mi abuelo, una persona sabia y un hombre duro, incluso para mí temido. Era un señor muy recto, nacido en los años 20, muy de los de antes. Cuando salí del armario y se lo conté me dijo que le daba mucha pena porque iba a estar solo toda la vida. Le dije que era posible, pero que al menos estaría feliz. Me dio la razón y comenzó a vivir mi homosexualidad de forma normal, a pesar de ser un señor mayor. Cuando mi madre le dijo que estaba ingresado en un centro de drogodependencia, dijo que me encerraran y tiraran la llave, que estaba perdido para siempre y que había caído la desgracia en casa. Cuando salí del centro y al tiempo enfermó yo iba cada día a verlo, a hablar con él y siempre me decía que me fuera, que no perdiera allí el tiempo con un viejo. Pero a mí me gustaba hablar con él, escuchar sus historias y pasar la tarde. Si no hubiera estado recuperado, no hubiera pasado ni por el hospital. Al final me dijo que me admiraba, que él fumaba puritos y lo había dejado, pero que 20 años después seguía queriendo fumarse uno, y que estaba orgulloso porque yo había consumido cosas peores. Me sentí muy feliz.
A pesar de lo transcurrido, ¿te sientes una persona con suerte?
Muy afortunado en la vida. Soy súper consciente de la suerte que he tenido de haber nacido en una familia trabajadora con recursos económicos que ha podido afrontar un tratamiento que no era barato. He pasado por el infierno, sé que he bajado a lo más hondo y a lo más miserable, pero hoy por hoy soy quien soy por todas estas vivencias que he tenido y a mí me gusta contemplar la vida con los ojos de ahora, no de antes.