Guerra Rusia-Ucrania

Fusté (Andbank) alerta sobre el impacto en la banca europea de la posible quiebra desordenada de Rusia

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Alex Fusté, economista jefe de Andbank.

El impacto que ya están sufriendo las familias por los precios disparados del petróleo, del gas y de la luz por la guerra de Ucrania podría no ser el único mal que lastre a la economía, ya que las duras sanciones económicas impuestas por Occidente a Rusia podrían desembocar en una crisis financiera ante la posible quiebra de su Gobierno y de las compañías del país, según comenta Alex Fusté, economista jefe de Andbank, en una entrevista con OKDIARIO.

Este experto advierte de que si se alarga la guerra y se produce «un default desordenado del conglomerado ruso», se abre la posibilidad de que el sistema bancario europeo lo termine acusando por su ligazón indirecta a través de garantías que se emplean en múltiples transacciones. «Las empresas rusas energéticas han vendido ya gran parte de su producción a empresas occidentales y europeas. Ese commodity no entregado todavía se usa como colateral en muchas operaciones. ¿Qué pasa si ahora no se entrega? Pues que el colateral baila y baila la cadena financiera», explica. «Para mí es más importante la quiebra del Gobierno y las empresas de Rusia que la de Lehman», llega a decir en su análisis quirúrgico.

Por eso, a su juicio, «Europa debe calibrar muy bien todos los pasos que da» porque «cada acción que tome tendrá consecuencias». Esa reflexión es especialmente importante en la escalada actual de sanciones. Fusté observa que Europa, conforme se han ido desarrollando los acontecimientos, ha pasado de un mensaje hacia Rusia más suave a adoptar una postura más agresiva, de transmitir que no quiere pagar un gas un 40% más caro a iniciar una carrera punitiva que demuestra que eso no le importa tanto y que podría establecer incluso más sanciones.

Sin embargo, considera que «es vital para la supervivencia de nuestro frágil ciclo que esto acabe ya». De lo contrario, la débil recuperación económica se verá fuertemente perjudicada, advierte. Un escenario, subraya, que se acerca «muy peligrosamente» a la estanflación, es decir, un estancamiento económico acompañado de un persistente alza de los precios.

Reminiscencias de la crisis del petróleo de 1973

La clave estará en el tiempo que lleve a Europa «desengancharse» de Rusia, que implicará costes inexorables, como en las materias primas, cuyos precios van a seguir altos porque el embargo a ese país agrava el problema de la cadena de suministro actual, argumenta Fusté. Y traza un paralelismo entre la crisis energética actual y la del petróleo de 1973 desencadenada por el bloqueo de las exportaciones de los países árabes a raíz de la guerra del Yom Kippur, en la que Israel, con la ayuda de Estados Unidos, se enfrentó a Egipto y Siria, que estuvieron apoyados por la extinta Unión Soviética. Además, resalta un hecho que puede tener consecuencias importantes a escala global: Rusia cuenta con el 35% de todo el paladio del mundo, un elemento fundamental en los metales del grupo del platino, que están en uno de cada cuatro productos que se fabrican en todo el planeta, destaca.

«El régimen de sanciones va a tener probablemente respuestas por parte de Rusia y es de prever disrupciones que pueden llevar a un aumento sustantivo de los precios», asevera.

Además, la propia incertidumbre sobre la estabilidad de suministros energéticos hace que toda decisión de inversión industrial se retrase, mientras que el «efecto bumerán» de las sanciones se sentirá en las ventas de Europa al mercado ruso y, en el caso de España, se verán afectadas la pesca, la fruta o el vino, por poner algunos ejemplos, apunta. «Todo eso es una dificultad desmesurada para la industria europea», afirma.

El complejo equilibrio de una inflación en Europa entre el 5% y el 7% y unos salarios y un empleo que marchan por una senda muy por debajo de esa espiral inflacionista provocará una disminución de la renta real disponible, o lo que es lo mismo: el hábito de consumo se resentirá, avanza. El principal motor detrás de esa inflación desbocada, el alza imparable de las materias primas, va a mantenerse porque si Europa se desconecta de los gasoductos rusos, Estados Unidos será quien pase a suministrarle el gas mediante transporte marítimo, lo que supondrá un coste adicional, indica.

A ello se sumará la posible decisión de los bancos de aplicar unos estándares de crédito más rigurosos para cubrirse en salud ante ese deterioro del entorno económico y, como consecuencia de todo lo anterior, se producirá una caída abrupta del crecimiento, continúa.

España, una de las economías peor paradas durante la pandemia, podría verse arrastrada si el conflicto se prolonga. En esa tesitura, las proyecciones que hacen los principales organismos de un repunte del Producto Interior Bruto español en 2022 cercano al 5,5% se harán trizas. «Será por debajo de esa cifra», vaticina Fusté, en un contexto de fuerte dependencia exterior del gas o del petróleo y con el mundo energético «roto» por las abultadas subidas diarias en los precios de la luz. «Todas las empresas de España están revisando tarifas, dos y tres veces por trimestre, desde el sector de los taxis al de los colchones, en un momento donde la capacidad real de compra va a la baja», ilustra, lo que cree que llevará a un parón de la actividad y de la producción.

Mientras, al otro lado del Atlántico, la situación no será tan grave. Estados Unidos está mejor aislado de los efectos de este conflicto europeo, comenta, aunque tenga que hacer también frente a la subida del precio del galón de gasolina o de los alimentos. Para empezar tiene autonomía energética, posee una industria de defensa que le va a permitir compensar parte del impacto negativo de la guerra porque la mayoría de los países incrementarán su gasto militar ante una panorama internacional más inseguro, mientras que su sector agrícola puede empezar a suministrar a Europa el grano que ya no vendrá de Ucrania. «Previsiblemente, en Estados Unidos podamos ver un aumento del PIB», estima Fusté.

El dilema de Europa

Un dibujo, por tanto, bien distinto al de Europa, que empieza a asumir los daños colaterales del castigo a Rusia mientras busca la mejor solución a la embarazosa disyuntiva de cómo repeler el ataque de Vladimir Putin. «La única manera de responder a la agresión de Rusia es con agresividad, resistiendo, no cediendo, de lo contrario lo que propone Putin es un mundo en el que predomine el uso de la fuerza para imponer los intereses propios», augura este experto. «Si cedemos, tendremos ese mundo, en el que se desatarán otra serie de conflictos como el de una posible invasión de Taiwán por parte de China», agrega.

«Occidente ha abrazado la doctrina del equilibrio del terror, aquella que pone de relieve la destrucción mutua asegurada. Es decir, ha optado por señalar al agresor y cree que solo podrá ser disuadido si este ve que puede haber una respuesta del mismo signo y de la misma intensidad si pone un pie en un país de la OTAN, como las repúblicas bálticas», explica.

«El problema es que esta doctrina sirve cuando tienes líderes o políticos que son convencionales. Putin no es convencional, es un tipo que asume más riesgos que sus pares occidentales. Lo veo perfectamente capaz de seguir avanzando en la senda de la escalada, aunque solo sea para ver hasta dónde está dispuesto a llegar su enemigo», opina.

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