El fondo Hermitage Capital y los papeles de Panamá: cómo se las gasta el megamillonario Putin
De Vladimir Putin se están publicando miles de perfiles y artículos, pero lo que no sabe mucha gente es que es una de las personas más ricas del mundo, si no la más. Es imposible estimar su fortuna: en 2007, The Guardian la cifraba en 40.000 millones. En la actualidad, puede triplicar esa cifra tranquilamente. Un patrimonio que básicamente robó a los oligarcas rusos y que tiene escondido a través de sociedades pantalla y testaferros, como revelaron los ‘papeles de Panamá’.
Un libro muy recomendable para conocer cómo funciona la Rusia de Putin es Red Notice, de Bill Browder (hace referencia a una orden de detención internacional de la Interpol y no tiene nada que ver con la película de Netflix). El autor es el creador del fondo Hermitage Capital y fue el primer occidental en invertir en Rusia tras la caída del comunismo. Al ver cómo la riqueza del Estado se privatizó entre unos pocos oligarcas, se dedicó a denunciar sus trapacerías, empeño en el que contó inicialmente con el apoyo del propio Putin.
Browder pensó ingenuamente que el presidente ruso perseguía el interés nacional y estaba tratando de limpiar el país. Pero en realidad era un caso de ‘el enemigo de mi enemigo es mi amigo’, porque la obsesión de Putin cuando sucedió a Boris Yeltsin en el año 2000 era quitar a los citados oligarcas todo el poder… y todo el dinero.
La jugada maestra del juicio a Khodorkovsky
Su golpe maestro para conseguirlo fue la detención en 2003 de Mikhail Khodorkovsky, el presidente de la petrolera Yukos y el hombre más rico de Rusia en ese momento. Ni corto ni perezoso, Putin vio la oportunidad de su vida con las veleidades políticas de este empresario -que financiaba a la oposición- para denunciarlo y montar el primer juicio televisado de la historia del país. Como se vio en el juicio del grupo punk Pussy Riot, en Rusia los acusados están dentro de una jaula (mucho más terrible que la ‘pecera’ donde meten a los etarras en la Audiencia Nacional).
Esa imagen fue una bomba atómica. Todos los oligarcas vieron al primero de ellos, el más listo, rico y poderoso de todos, y rápidamente se dirigieron a Putin para preguntarle qué tenían que hacer para no acabar en esa jaula. Y la respuesta del presidente fue «dame el 50% de tu dinero» (o el 30%, o el 70%, sólo lo saben ellos, pero es seguro que no se conforma con el 3% como los de Convergència). No al Estado ruso, a Vladimir Putin. Ese fue el origen de su fantástica fortuna. Por cierto, Khodorkovsky fue condenado por seis delitos de fraude, dos de evasión de impuestos y uno de robo, por si quedaba algún millonario para el que la imagen de la jaula no había sido suficiente.
A partir de entonces, los intereses de Browder dejaron de coincidir con los de Putin, para quien los oligarcas ya no eran sus enemigos sino sus aliados. Comenzó ahí una persecución contra el fondo Hermitage en la que el presidente ruso pretendió robarle 230 millones acusándole de evasión de impuestos. El inversor cometió el craso error de enfrentarse judicialmente al poder, y el resultado fue que su abogado en el país, Sergei Magnitsky, fue detenido, torturado y asesinado en prisión.
Putin se venga con sus propios huérfanos
El Gobierno ruso solicitó una orden de detención internacional (la red notice) contra Browder, quien fue detenido en España en 2018, pero fue puesto en libertad porque la orden no estaba en vigor. Aun así, Putin lo juzgó en ausencia y, lo más alucinante, también juzgó a Magnitsky, el hombre al que el propio régimen había matado. Fue la primera vez que se juzgaba a una persona muerta en Europa desde el año 897, cuando la Iglesia Católica condenó póstumamente al papa Formoso en el llamado «sínodo del cadáver».
La historia no terminó ahí. Browder inició una campaña para que Estados Unidos aprobara una ley que le permitiera congelar los activos de los ciudadanos extranjeros (iba dirigida contra los rusos) acusados de violación de los derechos humanos y prohibir su entrada en el país. Esta norma fue aprobada en 2012 y bautizada como Ley Magnitsky en recuerdo del abogado asesinado.
Putin estaba convencido de que Obama no se iba a atrever a darle esa puñalada y, como piensa siempre en términos de la guerra fría (no en vano proviene del KGB), planeó una venganza. Descartó nacionalizar los activos de los bancos norteamericanos en Rusia o tomar acciones para perjudicar al ejército de EEUU porque se podían volver en su contra, y tomó una medida que da idea de su talla moral: prohibió la adopción de niños huérfanos rusos por ciudadanos estadounidenses.
A priori, era una acción a la que EEUU no podía responder y que podía tener buena acogida entre sus ciudadanos, ya que el pueblo ruso adora a los niños. Pero se le volvió en contra porque muchos huérfanos necesitan tratamientos médicos u operaciones que sólo pueden recibir si les adoptan familias occidentales, con lo que la prohibición les estaba condenando a muerte. Incluso su ahora famoso ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, se pronunció en contra de la norma, y Putin sufrió la primera gran manifestación en su contra por ello. ¿Y adivinan qué? Aprobó la ley igualmente.
El violonchelista multimillonario
Volviendo a la enorme fortuna del líder ruso, tampoco se trata de que su pueblo sea consciente de lo que tiene, no sea que se plantee preguntas incómodas como de dónde ha salido todo ese dinero y por qué no ha ido a las arcas del Estado para mejorar sus servicios e infraestructuras. Así que tiene que esconderlo. Y cuanto más oculto, mejor. Lo tiene en diferentes paraísos fiscales y usa un entramado de sociedades pantalla y de testaferros para que no se conozca el titular real de cuentas, acciones, fondos, inmuebles (alguno en la Costa del Sol), etc. Por eso, le resbala que la UE congele sus activos… conocidos.
Pero un tipo tan desconfiado no puede tener como testaferro a la señora de la limpieza, como es habitual en estos casos, sino sólo a gente en cuyas manos pondría su vida: sus amigos de la infancia en San Petersburgo (entonces Leningrado). Entre ellos sobresale Sergei Roldugin, un violonchelista y director de orquesta, padrino de la hija de Putin -papel sagrado en la Iglesia Ortodoxa-… y titular de sociedades con al menos 2.000 millones de patrimonio. Hay vidas en que otros músicos no ganan eso.
Otros amiguetes del autócrata usados como testaferros y enriquecidos gracias a él son el banquero Yury Kovalchuk y el constructor Arkady Rotenberg. Pero Putin tuvo la mala suerte de que se hicieran públicos los papeles de Panamá, los documentos del bufete panameño Mossack Fonseca, que gestionaba sus sociedades pantalla. Aquella investigación, de la que formó parte quien esto suscribe, confirmó lo que era un secreto a voces: que el líder ruso es inmensamente rico, aunque fue imposible cuantificar el patrimonio escondido en este entramado. Y no sólo eso, sino que Putin y su camarilla fueron las superestrellas entre los cientos de políticos, empresarios, deportistas y famosos que aparecían en esos papeles. Les ganaban a todos por goleada.