Gran preocupación entre los expertos: la historia del mar que se convirtió en desierto es el aviso de lo que está por llegar


Cuando alguien llega a Moynaq, en el oeste de Uzbekistán, se encuentra con una imagen difícil de procesar: un faro pintado de blanco y negro, que señala el punto en el que hace apenas unas décadas comenzaba el mar de Aral. Sin embargo, ahora sólo queda arena, polvo y una sucesión de barcos oxidados varados en el desierto, convertidos en testigos mudos de lo que fue una de las catástrofes ecológicas más graves del siglo XX.
Hasta los años 70, Moynaq era la única ciudad portuaria de Uzbekistán, un país sin salida al mar rodeado de estepas y desiertos. Su población vivía de la pesca y de la industria conservera; se calcula que en los años 50 más del 10% del pescado consumido en la URSS procedía del mar de Aral. No obstante, durante el gobierno de Leonid Bréznev, entre 1965 y 1985, se duplicó la superficie de tierras destinadas al cultivo intensivo del algodón, muchas de ellas en las orillas de mar de Aral. Para ello, se desviaron los ríos Amu Daria y Sir Daria hacia los campos de cultivo. El agua se filtró en suelos salinos y arrastró pesticidas, destruyendo poco a poco el ecosistema.
El mar que se convirtió en desierto
El mar de Aral pasó de ser un vasto ecosistema a un desierto salado tras el desvío de los ríos por parte de la URSS en los años 60 para impulsar el cultivo de algodón. La desaparición del agua transformó a Moynaq de un próspero puerto pesquero en un cementerio de barcos oxidados, dejando a miles de familias sin sustento y provocando una crisis sanitaria por la exposición a pesticidas, herbicidas y tormentas de polvo tóxico. «Problemas respiratorios, tuberculosis y problemas renales eran generalizados. Hasta hace poco, mucho niños morían de diarrea», señala el doctor Yuldashbay Dosimov, que trabajó por primera vez en el hospital de Moynaq en los años
Hoy el panorama es realmente desolador. En apenas seis décadas, el Aral perdió más del 90% de su superficie. «Antes la economía era próspera gracias al agua. Ahora la agricultura y la pesca ya no existen. El turismo puede ser una alternativa para generar ingreso»”, explica Olimjon, fundador de una agencia uzbeka que organiza viajes a la zona.
Kamalov vive en Nukus, a 300 kilómetros del mar. Desde allí ha presenciado cómo el Aral se convertía en polvo. Su diagnóstico es demoledor: «Queda menos del 7% del mar original. Hemos perdido cientos de especies de aves, peces e insectos. Cada año las tormentas de polvo levantan toneladas de sal del antiguo fondo y la esparcen por Asia Central. La situación empeorará con el cambio climático y los nuevos canales de irrigación», según recoge Climatica.
Testimonio de un pescador
Almas Tolvashev, un pescador de 78 años de Moynaq, recibió a BBC Uzbek entre los barcos oxidados que yacen en el antiguo lecho del mar de Aral. Con paso lento. En sus palabras, «la historia de los karakalpak empieza con el mar. Lo primero que un padre le enseñaba a sus hijos era cómo pescar».
Durante la entrevista, relató con nostalgia su trayectoria como capitán: «yo fui el primer capitán musulmán en Moynaq y mi barco era el Volga. Generalmente, los capitanes eran rusos étnicos. Aquellos años estaban marcados por la abundancia. Aquí había 250 embarcaciones. Yo solía atrapar entre 600 y 700 kilos de pescado todos los días. Ahora, ya no hay mar».
Sin embargo, la llegada de la agricultura intensiva de algodón trajo consigo sequía y salinización: «la abundancia de peces disminuyó y, al final, lo único que sacábamos era pescado muerto. Ahora los jóvenes tienen que irse a otros países para buscar trabajo. Ya no es como antes. El tiempo es malo, siempre hay polvo en el aire».
Otros casos similares
El lago Poopó, en Bolivia, durante décadas, fue la segunda mayor masa de agua del país, después del Titicaca. Sin embargo, la minería intensiva y la desviación de aguas para regadíos fueron drenando poco a poco el lago. Finalmente, en 2015, el Poopó prácticamente desapareció.
El lago Chad, situado entre Chad, Níger, Nigeria y Camerún, en los años 60 ocupaba más de 25.000 kilómetros cuadrados, pero hoy apenas conserva una vigésima parte de su extensión original en temporada seca. La presión demográfica, el uso intensivo del agua para regadíos y los periodos de sequía cada vez más frecuentes han reducido drásticamente sus recursos.
En Oriente Medio, el mar Muerto también sufre un proceso de degradación. El nivel del agua ha descendido más de 30 metros en el último siglo debido al desvío del río Jordán y a la explotación de minerales en su cuenca. Aunque no ha desaparecido, la velocidad de su retroceso alerta sobre un futuro incierto.
Irán también enfrenta un problema grave con el lago Urmia, que en los años 90 era uno de los mayores lagos salinos del planeta. La construcción de presas y la extracción de agua para cultivos redujeron su superficie en casi un 90%.