Madrid le da el adiós «agradecido» a Rosendo en un WiZink Center abarrotado
"Agradecido", el pueblo de Madrid ha dicho hoy adiós a uno de los suyos, Rosendo, en un gran concierto con más visos de celebración que de despedida de un personaje clave del rock español, asumido a partes iguales entre lo carnal y la deificación, en un diálogo de tú a tú regado con cerveza con este gurú de barrio.
«Ha recibido mucho cariño y me duele tener que parar, pero nos hacemos viejos», ha confesado ante más de 15.000 personas, tras ofrecer en el WiZink Center 100 minutos de eso que él venía a definir (en parte desde la modestia) como variaciones de «tres acordes» lanzadas con «mala leche y punto», plenas de conciencia de clase.
Rosendo (Madrid, 1954) se va así «ni quemado ni desvanecido, en lo más alto», según el comunicado de su despedida, como referente del rock urbano y de la música española tras 45 años de profesión en los que militó en Ñu y Leño y, tras la disolución de esta banda en 1983, con una carrera en solitario que llega al reciente «De escalde y trinchera» (2017) y que arrancó con «Loco por incordiar» (1985).
Especialmente importante ha sido este álbum en el repertorio de la noche, unas dos docenas de canciones que han intentado recorrer lo mejor de su carrera, obviando de manera flagrante sus discos de los años 90, de «La tortuga» (1992) a «A tientas y barrancas» (1998).
En total han sido 16 los discos de estudio firmados por Rosendo, que no concedió entrevistas tras el anuncio de su retirada, aunque previamente venía anticipándola. Entre otras cosas, decía que le había encontrado el sentido a «cortar el césped», que se veía «fuera de lugar» y que cada vez le resultaban más pesadas la vida pública y la carretera.
De hecho, se volvían más habituales sus retiros al pueblo burgalés del que es originaria su mujer, donde escribió su último álbum, en huida del Madrid del que tanto ha «contado y cantado» y que no hace mucho lo distinguió con la Medalla de Oro de la ciudad.
Parecía lógico que la despedida definitiva hubiese sido aquí, pero en una decisión no compartida por parte de su público, al carabanchelero aún le quedan dos noches consecutivas de guitarrazos en Barcelona a partir de este sábado.
Con todo, los numerosos incondicionales que ya en verano disfrutaron de su directo en el festival Cultura Inquieta de Getafe (Madrid) han vuelto a responder a su última llamada en la capital para agotar, hace dos meses y medio, todo el aforo del popularmente conocido como Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, en el que no recalaba desde 2015.
Veinte minutos más tarde de lo estipulado, tras el previo de su hijo, Rodrigo Mercado, lo vivido esta noche ha sido una celebración, una eucaristía de esta parroquia de fieles que han reivindicado más que a su mesías, a su vecino, para regodearse todos juntos entre saltos de guitarra e himnos colectivos de resistencia, como la inicial «Aguanta el tipo», a 100 por hora desde el primer minuto.
«¡Estamos con vosotros, colegas!», ha exclamado al público la melena plateada más famosa del rock español (con el permiso de Robe Iniesta), justo después de remachar los sonoros versos de «Muela la muela»: «¡Viva la revolución!».
En ese ritmo raudo se han sucedido las sacudidas de realidad hechas palabra, los «El ganador», «Deja que les diga que no» o «Cúrame de espanto», antes de frenar ligeramente hacia una pauta más densa con «No son gigantes» o sumergirse entre las cuerdas de su Fender en el desfiladero de «Mala vida», una de las más coreadas («Mala vida, mala gente, poco más / y si cruzas el puente la das»).
La denuncia política de «Vergüenza torera» ha dado pase a la seminal «El tren» de Leño («una canción que hice de chaval», ha señalado), poniendo al respetable a saltar y dejando todo listo para uno de los clímax de la velada, «Flojos de pantalón», una canción «más» que, según cuenta, el público hizo importante.
Con la misma fuerza desde el escenario que de la pista ha resonado este catártico tema en las paredes del Palacio («Son la musa que inspira la ambición, sueño de libertad / Noches al pie del cañón, fuerza de voluntad»), en el inicio de la traca final con «Masculino singular», «Pan de higo» y «Navegando».
«Madrid, han sido muchos años, pero todo se acaba. No me gusta hablar y no me gustan las despedidas, volveremos a vernos, aunque sea en la otra vida», ha prometido, antes de enfilar el final con los imprescindibles «Agradecido», «Loco por incordiar», «Maneras de vivir» y «Qué desilusión».
Para la esperanza, o para el enfado, según cómo se plantee uno el propósito (comercial o no) de esta gira, el artista dejó una puerta abierta en su comunicado: «Rosendo se toma un respiro en un camino que no conoce el punto y aparte y queda en puntos suspensivos».
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