Un día tienes aspecto de comunista y al siguiente tienes que fingir serlo de verdad
Posición social y económica acomodada, universitario, pelo largo, vaqueros viejos y bambas sin cordones. Éste podría ser el retrato robot perfecto de un chico de veinte años que estudia –pongamos– Económicas en la Universidad de Zaragoza al que el CNI, antiguo CESID, fichaba –y ficha– para sumergirse sin levantar sospechas en los círculos comunistas –o de otra índole o sector como puede ser el yihadista– para obtener la máxima información de sus actividades presuntamente subversivas.
Así, de esta guisa descuidada, campaba por la ciudad maña pedaleando en bicicleta, a pesar de tener un Opel Corsa azul como los adinerados, el protagonista de ‘El agente oscuro’, un libro narrado en primera persona por un miembro de los servicios de inteligencia españoles con prólogo del periodista Ignacio Cembrero, cuando desde los altos mandos del CESID lo invitan a formar parte de su red de informadores con una contrapartida crematística, por supuesto. «Me pagaban mes a mes, con regularidad, cantidades nada espectaculares, pero suculentas para un estudiante tan sibarita como yo», comenta el agente secreto del CNI en el libro.
Fue un amigo, Javier Amado –“un amigo con austriaca y brillantina en el pelo”–, quien pone el anzuelo en la cerveza del protagonista de esta historia de espías en la barra de un bar. Estén atentos porque en un lugar de cafés, chupitos y copas puede entrelazarse el sencillo retrato costumbrista de dos amigos con el de, quién sabe, dos espías perpetrando una operación despojada de toda espontaneidad. “Mis jefes están buscando a un tipo con unas características concretas, como tú, que pueda dar el pego, que se pueda hacer pasar por rojo e infiltrarse en un movimiento de extrema izquierda que, por lo visto, preocupa mucho en el Ministerio del Interior”.
Llevaba una doble vida y, tal y como explica en la narración, le cogió el gusto a mentir, a pesar de que le aconsejaban que amarrase bien la imaginación para no ser descubierto. Su primer trabajo, el que le encargó Tito, el enlace con el CNI que en realidad se llamaba Helenio Gil, consistió en “hacerme querer por un pequeño grupo de militantes del Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE) que coordinaba diferentes plataformas ligadas al anticapitalismo, el antifascismo y el vago y extenso universo antisistema”.
Así es como un chico común y, quizás mundano, adoptó el nombre guerrero y helador de Tundra. Lo que no sospechó entonces, y así lo narra en el libro, es que jamás regresaría a la ventaja de la total transparencia de la que puede abusar cualquier ciudadano. Sabía –y sabe– demasiadas cosas sobre los riachuelos informativos que se mueven bajo nuestros pies, eso tiene un precio. “Todo ha ido muy bien, chata. Estos tíos empezarán a recibir y distribuir nuestras motosierras a partir de mayo. Mi socio está muy contento. Mentí, como siempre, para que mi familia siguiera viviendo al margen de mis aventuras”, explica en el libro este agente del que ni la editorial –Galaxia Gutenberg– sabe su identidad, según asegura Cembrero a OKDIARIO.
Explica, además, que, efectivamente, «debes tener la habilidad de tener una doble vida» porque «no es fácil mentir a tu propia familia, no pagan la Seguridad Social y si hay algún problema el CNI siempre dirá que no sabe nada. No perteneces a ningún cuerpo del Estado, sólo conocen a una persona o a dos, como máximo, y no siempre sabes cómo se llaman». Entonces, ¿por qué se convierten en agentes secretos? «Les gusta, les interesa, les pasa un poco como a los periodistas. Y, además, mientras están en actividad viven bien», aclara el prologuista.
La ira de Marruecos y el servilismo de España y Francia
Este relato, además, revela algunos aspectos nada baladíes en los que no reparamos, a veces, ni de manera remota. En primer lugar, ‘El agente oscuro’ refleja la ignorancia en la que vivimos, a pesar de la era de internet y de la sobreinformación a la que supuestamente estamos expuestos. La lucha antiterrorista liderada por el Ministerio del Interior a través de infiltrados entrenados para sumergirse en círculos musulmanes con el fin de evitar atentados como los del atropello en Barcelona o la sala Bataclán en París es un ‘modus operandi’ relativamente conocido y no es la primera vez que se usa. Recuérdese la historia de ‘Lobo’, infiltrado en la banda ETA con el fin de poseer la mayor información para acabar con el derramamiento de sangre a quemarropa.
En segundo lugar, y no por ello menos importante, es el cuidado y el mimo que los Gobiernos, en este caso, según explica Cembrero el español y también el galo, deben poner en las relaciones diplomáticas entre países. Buen ejemplo de ello fue la furibunda reacción, tal y como relatan en el libro, del rey de Marruecos, Mohamed VI, cuando el 7 de agosto de 2014, en pleno verano, la Guardia Civil española le dio el alto por error cuando navegaba en su lancha de lujo en aguas de Ceuta poniendo rumbo a Tánger.
Las consecuencias de aquel error por parte de las autoridades españolas fueron implacables y premeditadas, al menos así lo refleja el relato: el 11 y 12 de ese mismo mes, Rabat “se vengó de aquella interceptación relajando el control de sus costas septentrionales. En esos dos días llegaron a las costas de Andalucía unos 1.400 ‘sin papeles’”. «Las relaciones entre ambos países son importantes porque saben mucho de lucha antiterroristas, el 70% de los que han atentado tienen origen marroquí o han nacido en Marruecos», apunta Cembrero.
Interior, entonces liderado por Jorge Fernández Díaz, conocedor de las consecuencias, acudió presto a pedir disculpas viajando a Rabat y entregaron un detallado informe entonando el ‘mea culpa’ y anunciando el fulminante cese de Andrés López García, jefe de la Comandancia de Ceuta. No obstante, a finales de mes el mismísmo ministro en persona viajó a Tetuán para, de nuevo, insistir en recibir el perdón de Marruecos de su homólogo marroquí, Mohamed Hasad. España respiraba tranquila al retomar la colaboración bilateral.