Así es Gustavo Dudamel, el director más joven que jamás ha tenido el Concierto de Año Nuevo
Gustavo Dudamel (Barquisimeto, Venezuela, 1981) lleva en su iPod canciones de Rocío Dúrcal y cita el duende sobre el que teorizó Federico García Lorca para explicar aquello que necesita un director de orquesta de relieve además de largos años de estudio. Es un conquistador con la batuta y la palabra y tiene el favor de los grandes maestros y del público. Este 1 de enero será la persona más joven que se haya subido al podio de la Musikverein en el Concierto de Año Nuevo al frente de la Filarmónica de Viena.
Su historia está cien veces contada. Es la del niño que nace y se cría en un hogar humilde pero repleto de alegría y estímulos. Su padre, trombonista, ya pertenecía al Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles que Gustavo ha terminado de hacer sonar por todo el mundo. Su carrera da un vuelco cuando en 2004 se impone en el Concurso de Dirección Gustav Mahler, recibiendo el aplauso de figuras como el fallecido Claudio Abbado o Daniel Barenboim, que ya entonces se referían a él como un portento.
‘El Sistema’ es una obra social del estado venezolano para orgullo del régimen ahora gobernado por Nicolás Maduro. Este es precisamente uno de los aspectos más espinosos para el día a día de Dudamel en su trato con la prensa o con sectores de la oposición en el país. Prefiere no hablar de política y aboga por el diálogo entre las partes, sin que de su boca haya salido una palabra sobre represión o escasez ni hacia quienes desde 1975 han financiado un proyecto que no concibe como una «fábrica de músicos» sino como una herramienta de inclusión.
«No soy un creador, soy un recreador», dice sobre su trabajo, del que los duchos aprecian el virtuosismo y los profanos, la expresividad. A su modo de ver, es la clásica la que debe buscar al público y no al revés, limando su elitismo, sacándola de los teatros y acomodándola a diferentes entornos y edades, especialmente las más tempranas. Él ha predicado con el ejemplo, recreándose en localidades deprimidas y también ante cerca de 18.000 personas en el Hollywood Bowl. Por supuesto, en la Scala de Milán o en la Ópera de París, donde, estricto pero excitado, suda y sacude un pelo largo y rizado, algo canoso ya, del que ha hecho seña de identidad.
Y este 2016, aunque parecía difícil, ha continuado subiendo peldaños. Director de la Filarmónica de los Ángeles y de las Sinfónicas de Gotenburgo y Simón Bolivar, recorre ya el globo como si de una estrella de rock se tratara, muy a su pesar también de la prensa rosa por su relación con una conocida actriz española, factor siempre delicado para alguien cuyo perfil debería responder, según el estereotipo, al de una persona reservada, incluso arisca, y poco accesible.
Dudamel abraza campos que otros genios o no han gozado en vida o desprecian, como son las redes sociales, los aforos con decenas de miles de butacas o el coqueteo con otros sonidos. Equilibrar el respeto y admiración casi inherentes al estatus con la sobreexposición a la que obliga decir ‘sí’ a la comunicación en este tiempo no es una tarea sencilla y sin embargo está venciendo, más parece que por su naturalidad innata que gracias a esforzados consejos de asesores, y porque no ha dejado de hacer aquello que de él se espera.
Los que aún no tuvieran noticia de su existencia es posible que lo descubran en unas horas, aún despertando 2017, continuando una tradición que data de 1941 hoy con una audiencia aproximada de 50 millones de espectadores.