Robótica híbrida: cuándo plantas y hongos se convierten en motores vivos
La robótica es uno de los grandes temas de moda y no deja de evolucionar. ¿Has oído hablar de la robótica híbrida? Te contamos aquí detalles.
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Hasta hace poco, la idea de que una planta pudiera mover una máquina o de que un hongo actuara como cerebro de un robot parecía sacada de una novela de ciencia ficción. Sin embargo, la robótica híbrida, esa rama que une lo biológico con lo tecnológico, está demostrando que la frontera entre lo vivo y lo mecánico puede ser mucho más difusa de lo que creíamos.
Hoy, ingenieros, biólogos y artistas trabajan codo a codo en proyectos donde las plantas, los hongos e incluso las bacterias no son simples accesorios, sino componentes esenciales del sistema. Estas criaturas vivas no solo decoran: aportan movimiento, sensibilidad, energía o incluso “decisiones”. En otras palabras, las máquinas empiezan a tener algo de vida.
El nacimiento de la robótica híbrida
Durante décadas, la robótica tradicional se construyó sobre una base rígida: metal, plástico, circuitos y código. Pero en los últimos años ha surgido una corriente más suave, más orgánica: la soft robotics o robótica blanda. Inspirada en la naturaleza, esta disciplina busca materiales que se flexionen, se adapten y reaccionen como los tejidos vivos.
La robótica híbrida da un paso más allá. Ya no se trata de imitar la biología, sino de integrarla. Un ejemplo pionero vino de la Universidad de Tampere, en Finlandia, donde un grupo de científicos logró crear una hoja artificial impulsada por células vegetales reales. Estas células reaccionaban a la luz y la humedad, produciendo movimientos que se traducían en acciones mecánicas. Era una mezcla entre ciencia y poesía: una máquina que se movía gracias a la vida.
Plantas que “controlan” robots
Puede sonar extraño, pero ya existen robots gobernados por plantas. En Japón, un equipo de investigadores utilizó una Venus atrapamoscas (Dionaea muscipula) para accionar un brazo robótico. Cada vez que la planta cerraba sus hojas al detectar humedad o vibración, ese impulso natural se transformaba en una señal eléctrica que movía el mecanismo.
Otro proyecto, en Dinamarca, fue más allá: conectaron una enredadera viva a un microcontrolador, y el robot se desplazaba siguiendo las necesidades de la planta. Cuando la enredadera buscaba la luz, la máquina avanzaba en esa dirección. Era una especie de simbiosis: el robot se convertía en las piernas de la planta.
Estas ideas, aunque todavía experimentales, abren posibilidades enormes. Imagina sensores ambientales que se comporten como organismos naturales o robots agrícolas capaces de “sentir” el terreno, reaccionando a la sequía o al exceso de humedad.
Los hongos: la nueva frontera biotecnológica
Si las plantas pueden ser los “músculos” de estas máquinas vivas, los hongos podrían convertirse en sus cerebros. El secreto está en el micelio, esa red subterránea que conecta los organismos fúngicos y que algunos científicos comparan con un sistema nervioso natural.
Investigadores de la Universidad de Bristol, en Reino Unido, han descubierto que los micelios pueden transmitir impulsos eléctricos de forma muy similar a cómo lo hacen las neuronas. Al responder a estímulos del entorno, parecen aprender y adaptarse, lo que los convierte en candidatos para funcionar como procesadores biológicos.
Además, el micelio tiene ventajas prácticas: es ligero, resistente y completamente biodegradable. Hoy ya se usa para fabricar materiales ecológicos, embalajes y hasta piezas de construcción. En un futuro no muy lejano, podríamos ver robots cuyos “huesos” estén hechos de micelio vivo, capaces de crecer y repararse por sí mismos.
La naturaleza como ingeniera
En el fondo, la robótica híbrida plantea una idea poderosa: la naturaleza no es un recurso, sino una colaboradora. En lugar de fabricar máquinas que compitan con el entorno, esta disciplina busca diseñar sistemas que lo complementen.
Por eso, muchos de estos proyectos apuestan por la sostenibilidad. Hay investigadores desarrollando robots que se degradan solos al final de su vida útil, hechos con tejidos vegetales o materiales fúngicos. Otros exploran bacterias que generan electricidad a partir de residuos orgánicos, lo que permitiría crear dispositivos que se “alimenten” de su propio entorno.
Se trata, en definitiva, de pensar la tecnología como parte del ecosistema, no como algo que lo domina.
Retos éticos y tecnológicos
No todo es tan sencillo. La robótica híbrida plantea preguntas que van más allá de la ingeniería. ¿Hasta qué punto es ético usar organismos vivos para fines tecnológicos? ¿Dónde termina la máquina y empieza la vida?
Los expertos coinciden en que la clave está en el respeto: aprovechar las capacidades biológicas sin convertir a los organismos en simples herramientas. También hay desafíos técnicos importantes. Mantener vivos los componentes biológicos dentro de una estructura mecánica requiere temperatura, humedad y nutrientes controlados. Además, los procesos naturales son lentos e impredecibles, algo que choca con la precisión y la velocidad de la robótica tradicional.
El futuro: máquinas que crecen y sienten
A pesar de las dificultades, el futuro de la robótica híbrida parece apasionante. No se trata de crear monstruos mitad máquina, mitad planta, sino sistemas vivos y sostenibles. Robots que crezcan, se reparen solos y respondan al entorno de forma natural.
Ya se están desarrollando jardines inteligentes que usan las reacciones de las plantas para regular la luz o el riego, robots agrícolas vivos que cooperan con los cultivos, e incluso estructuras arquitectónicas hechas de micelio, capaces de absorber CO₂ y regular la temperatura.
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