Las tres visitas del violinista Daniel Hope al Festival de Pollença
Hope ha sido un caso singular en la historia del Festival al haber intervenido en tres ediciones consecutivas y siempre con propuestas distintas

Durante los momentos ácidos de la pandemia, en plena sequía de conciertos, las redes sociales dieron buen testimonio de múltiples iniciativas y, entre ellas, pronto destacaría Hope&Home, serie creada por el violinista natural de Durban Daniel Hope, que antes de iniciar su carrera de solista ya destacó a su paso por Beaux Arts Trío desde 2002, trío que visitaría el Festival de Pollença en su edición del año 1990. En Hope&Home, cada sábado nos invitaba a seguir desde su casa en Berlín encuentros con poetas, actores y otros músicos que pronto alcanzaron gran difusión en internet.
Quienes le habíamos visto en directo en el claustro de Sant Domingo en las ediciones de 2014, 2015 y 2016 acogimos con gran afecto esta iniciativa y además recordando que Daniel Hope ha sido un caso singular en la historia del Festival de Pollença al haber intervenido en tres ediciones consecutivas y siempre con propuestas distintas que vamos a recordar.
El 53 Festival de Pollença no dejaba de ser un calco de las dos ediciones en las que ya venía ejerciendo Joan Valent como director artístico. Lo digo en el buen sentido, porque el trabajo de Valent fue uno de los más alentadores a la hora de encarar el futuro del Festival. De hecho, conectaba con la etapa de Eugen Prokop, en el sentido de implicarse íntimamente, lo que no había ocurrido en la etapa de Joan Pons con tanto delegar en su hijo Miguel.
2014 volvía a reencontrarnos con la Simfònica de Balears en la normalidad de su rutina diaria. Sin huelgas en el horizonte, vamos. Volvía a ocupar las dos primeras fechas como ocurriera el 2013, sólo que esta vez cumpliendo sus compromisos y con Josep Vicent en la tarima la noche inaugural el 27 de julio, porque el 6 de agosto le cedía la batuta al violinista sudafricano. El programa de la primera visita de Hope era extremadamente interesante pues la propuesta era interpretar Las cuatro estaciones de Vivaldi, sólo que en la primera parte de acuerdo con los cánones conocidos, para explorar en la segunda la recomposición de éstas por el minimalista Max Richter.
El formato reducido de la OSIB en el Claustro permitía apreciar el grado de implicación de los solistas y una cuerda que marcaba la diferencia. ¿Quién se podía imaginar el regalo que suponía poder escuchar a nuestra orquesta encontrando finalmente el camino a seguir para afianzar su personalidad? Es cierto que venía de un ciclo mágico en Bellver (Tchaikovsky sinfónico, una apuesta personal de Vicent), aunque también pesaba la presencia de Daniel Hope, que enamoró a la orquesta. El minimalista Max Richter fue a descubrirnos la grandeza de la partitura, desde sensibilidad contemporánea, sin violentar su naturaleza original que, en palabras de Hope, «representa la explosión de melodía, de ritmo, de pasión y de expresión». Era, de paso, la primera ocasión que teníamos de escuchar a la OSIB defenestrado Josep Vicent por intereses no explicados.
Lo impagable de Daniel Hope, autoridad mundial en Vivaldi, era que sabía llevarnos con las cuerdas del violín a sentir con exquisita claridad aquellos latidos del alma presentidos por el compositor veneciano. Pero no bastaba su virtuosismo: era imprescindible la comunión con la orquesta y entonces la cuerda amplificada maravillosamente y el clave dialogaron de igual a igual. Fue un gran acierto de Joan Valent la noche del 6 de agosto.
La segunda visita de Daniel Hope, el 8 de agosto de 2015, esta vez reunido con sus amigos Simos Papanas (violín), Nicola Mosca (violonchelo), Naoki Kitaya (clave), Emanuele Forni (laúd) y Michael Metzler (percusión) y por eso mismo presentándose la velada como Daniel Hope and Soloists. Había razones para este encuentro porque Hope quería presentar su último disco, Air–A Baroque Journey, una inmersión en el barroco.
Era año de elecciones locales, y Joan Valent no las tenía todas consigo al haber despertado un cierto estado de alarma en la ortodoxia. Injustificado hasta cierto punto. Joan Valent tenía madera para continuar el sueño que Philip Newman le regaló al alcalde Siquier en 1962. No obstante, lo cierto es que el año 2015 tuvo lugar una edición alejada del principio fundacional: ocho veladas, y la mitad eran miradas a las otras músicas.
El 8 de agosto de 2015 asistimos a un recital de emociones insaciables en esa brillante arqueología del barroco que Daniel Hope nos proponía. Desde luego el programa ya daba cuenta de no jugar con los tópicos, y de paso se reveló Hope como el gran comunicador que es –Hope&Home es la prueba- de manera que el recorrido por los cimientos del barroco acabaría siendo la deliciosa clase magistral que esperábamos a través de composiciones de Andrea Falconieri, Niccola Matteis, Johan Paul von Westhoff y Jean-Marie Leclair, además de incluir el tradicional Greensleeves, que dice la leyenda compuso el rey Enrique VIII para Ana Bolena.
La velada comenzaba con el desfile de los músicos recorriendo el claustro visualizándose así el tono distendido que aguardaba. Sonaba entonces una pieza de Diego Ortiz, Ricercata Segunda, una rareza. Acostumbrados al repertorio convencional era un atrevimiento dejar a Vivaldi y a Haendel en minoría (solo una pieza de cada uno), el resto consagrado a descubrir cómo se engendró el barroco. Hope tenía alma de violín, como Philip Newman.
Llegamos así a la tercera y última visita de Daniel Hope. El 55 Festival de Pollença era un regreso a las fuentes: ajena a ciclos paralelos; incluso la mirada a otras músicas el 2016 se centraba en el pianista Michel Camilo en plan solista invitado de la Orquestra Simfònica Illes Balears. Sí continuaba la costumbre de asociar las artes plásticas al ciclo pollencí y esta vez dos mejor que una: No comment de Wang Du en la iglesia anexa y Un petit homenatge, esculturas de Gerard Matas en el Claustro de Sant Domingo.
Esta vez Daniel Hope se presentó (9 de agosto) dirigiendo la Orquesta de Cámara de Zurich, con Sebastian Knauer al piano y Willi Zimmermann como concertino. En esta tercera visita consecutiva lo destacable es que Daniel Hope empezaba a representar la figura del músico en residencia. La particularidad era reunir en esa misma velada a otras dos personalidades, destacando Sebastian Knauer, que ya nos había visitado la edición anterior. La primera parte para lucimiento de ambos, Knauer y Zimmermann, y en la segunda parte el momento Hope, desplegando sus habilidades.
En la primera parte la Suite Holberg, basada en formas de danza barroca escrita en cinco movimientos por Edvard Grieg evidenciaba la calidad del conjunto de cámara, mientras el Concierto para piano número 1 de Bach dejaba fluir conocimientos y complicidades. Hope diluido entre el conjunto pero bien visible para un público que deseaba aquel reencuentro.
En la segunda parte la Serenata para cuerdas de Elgar insistía en el sello de excelencia que caracteriza a la Orquesta de Cámara de Zurich y acto seguido dando paso al protagonismo de Daniel Hope con el Concierto para violín de Mendelssohn. Brillante Daniel Hope. Le habíamos visto frente a orquesta sinfónica; también en una reunión entre amigos bendecidos por la excelencia, y finalmente como titular de una orquesta de cámara.