La Supercopa, punto de inflexión

Por mucho que el CEO del Mallorca, Alfonso Díaz, insista en hacernos creer en el compromiso de la propiedad, por la cuenta que le trae, los hechos no refuerzan su permanente discurso. Por el contrario, de existir realmente tal implicación el pleito perdido con el restaurante Presuntuoso habría tenido consecuencias muy distintas y, sobre todo, la pésima gestión del desplazamiento a la final de la Copa del Rey y, tal vez el nudo gordiano de todo lo que viene sucediendo, el viaje de ida y vuelta a Arabia el pasado mes de enero.
Habrá muchos cabos sueltos porque el humo es tan denso que oculta el fuego que lo causa, pero la Supercopa marcó un antes y un después en la trayectoria del equipo a lo largo del campeonato. El ridículo de Pontevedra solamente era el aviso de lo que iba a ocurrir más tarde, pero el descontento del vestuario se hizo patente en el viejo Pasarón y no terminó, ya en Palma, con el cierre en falso de las denuncias formuladas por muchos de los futbolistas y sus familias entre las que cobró protagonismo precisamente las manifestaciones de la esposa de Dani Rodríguez, junto a la de Greif y varias más.
Con el presidente ausente, como casi siempre, y Pablo Ortells, el director de fútbol, mirando al tendido, la voz del club ante los abusos soportados sonó como un hilillo imperceptible sin que ni el presidente de la Federación Española hiciera otra cosa que restar trascendencia al asunto. La plantilla, y esto también lo sabe Arrasate, no se sintió protegida ni apoyada desde la propiedad y sus ejecutivos. Si los argumentos no les parecen bastante sólidos, pregunten en privado y repasen los resultados a partir de aquellos desafortunados vientos del desierto. Tal vez hallen respuestas no solo en lo que acaba de pasar, sino en la cola de jugadores que expresaron, y continúan, su deseo de salir.