El río de la vida
A Cecilia Sandberg le habría encantado su despedida. Lo cierto es que no sé por dónde comenzar a describirles tanta belleza, así que lo haré por lo que más me impactó nada mas salir de casa vestido de riguroso luto. Las calles seguían maravillosamente iluminadas para celebrar la Navidad. Toda Palma brilla en la noche con millones de luces que parecen luciérnagas pegadas a los árboles, estrellas despegadas del cielo que parecen flotar sobre los adoquines en los que cuando llueve se reflejan marcando nuestros pasos.
Esas luces navideñas le encantaban a nuestra amiga, así que resultaban perfectas para engalanar nuestro camino hacia la iglesia. Cuando llegamos, esperaba emocionado y ansioso su viudo Roberto, que había preparado con mimo una ceremonia que en aquellos momentos previos a la llegada del resto se encargaba de supervisar. Cuando coincidimos había emoción en sus ojos, según confesó, porque no había sido capaz de escuchar la música dedicada a su esposa durante el ensayo final.
Santa Cruz tiene una magia que te lleva al cielo en cuanto cruzas el umbral de sus puertas. Su belleza es sublime. Anoche el altar seguía decorado con las neules que celebran la llegada del Señor. El Belén seguía en su sitio, las flores de Pascua también. Absolutamente todo parecía homenajear a la dama de la Navidad que despedíamos. Ya les conté que sus fiestas preferidas eran precisamente éstas, que es cuando recibía en su casa decorada de manera exquisita sin que faltara ningún detalle. Elegía a la perfección los menús, los invitados, la luz que nos iluminaría la vida durante la noche y hasta la música que nos llevaríamos de recuerdo para siempre. Todo ese ambiente mágico, cargado de simbolismo para los que la conocíamos bien, se reveló anoche de nuevo con más fuerza que nunca. Fue una despedida con sabor a Navidad, un irse para regresar siempre.
La familia presidía los primeros bancos, los hombres de la familia, separados de las mujeres como es tradicional en Mallorca. Una tradición que se mantiene intacta desde tiempos inmemoriales y que a nadie respetuoso con el pasado se le ocurriría cambiar. En la parte de las mujeres presidía la única hija de Ceci, María Torrents, acompañada por su tía Marianne Prat, sus primas Alejandra y Andrea Prat y su nuera, que quiso ocupar un lugar discreto. En el otro costado abría el lugar reservado a los hombres de la familia su hijo Oliver Torrents Sandberg, acompañado de su primo Joaquín Prat, su cuñado y los nietos de Ceci, por los que sentía devoción, pues era tan niña como ellos en determinados momentos.
Los hijos que tuvo con Joaquín Torrents Lladó, fallecido en 1993, fueron siempre motivo de orgullo para su madre, porque los vio crecer y hacerse adultos como personas trabajadoras y absolutamente normales, aunque orgullosos de sus orígenes. Su educación es extremadamente buena. Anoche se nos reveló a una Cecilia creyente, refugiada en la fe, ayudada por la fe en la que buscaba respuestas, según el oficiante, Mosén Nadal Bernat, en los últimos años de su vida. Fe que pudimos sentir en las lecturas que desde el púlpito ofrecieron su hija María y su sobrina Alejandra, en la música exquisita que como un sonido sonaba desde el coro, como una caricia, en la voz de la soprano que nos elevó y en el silencio que en todo momento se sintió como un sonoro estruendo durante toda la ceremonia. En un funeral, en el que no han de hacerse fotos jamás, el silencio es la mayor señal de respeto. Por supuesto, no hubo aplausos, pero sí momentos que los habrían merecido.
Tras la comunión y antes del besamanos, el viudo quiso dirigirnos unas palabras dedicadas a su esposa, utilizando la metáfora del río que se dirige al mar para fundirse en la inmensidad que une la aguas, a lo desconocido y al miedo que eso produce. Su entereza, cargada de respeto, sus metáforas tan evocadoras llenaron de emoción la nave medieval que nos acogía revestida de elementos barrocos. Rodeados por ese cielo en la tierra vi a muchos amigos de nuestra amiga. Vi, y eso es lo más importante, a una gran representación de la alta sociedad mallorquina mezclada con artistas plásticos de renombre o no, vi a personas emocionadas que no conocía y sobre todo vi que en un acto de reconciliación social no faltaba nadie de los que tenían que estar.
La lista de negritas sería interminable, así que me la ahorro, para acabar con unas palabras que Cecilia, sabedora de su partida inmediata, quiso dejar dichas a una de sus mejores amigas, que me las transmitió para que las compartiera en estas crónicas de OKDIARIO.
«A lo largo de mi vida he pasado de todo; he tenido amigos que han dejado de serlo. He encontrado amigos que me han acompañado cuando menos lo esperaba, pero no siento rencor por nadie, todos y cada uno de ellos me han hecho feliz en algún momento de mi vida. He trabajado muchísimo y me lo he pasado increíblemente bien, y mis queridos amigos, los que han estado conmigo hasta el final, me los llevo en el corazón para siempre, junto a mis adorados hijos, mi hermana y mis sobrinos, el amor de mis nietos, mi marido Roberto, mi gordo, del que me llevo su amor y lo bien que lo hemos pasado juntos. La vida es maravillosa y creo que la he sabido disfrutar».
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