Arte

El arte balear en tiempos de Covid (y III): tras la autocensura se llega a la censura efectiva

Se prefieren otros métodos pero algunas veces todavía es necesario intervenir con la censura efectiva

La política ha ocupado el territorio del arte arrinconando a los disconformes al rincón del hambre

El arte balear en los tiempos de Covid (II): la autocensura como freno para la práctica del arte

El artista Marcelo Vízquez.
El artista Marcelo Vízquez.

En ese proceso evolutivo, bastante rápido por cierto, que ha llevado a arrinconar a la figura del artista en nuestro tiempo a la esquina de la
subsidiariedad, aquella figura que había sido el referente de la historia de
la plástica allá a mediados de siglo XX, y que luego pasó a un primer segundo plano en la época en la que el comisario se adueñara del tablero de
juego, quien determinara los temas a tratar y sobre todo quién salía en la
foto y quién no, e incluso, como pequeña variación de esta modalidad, tras
el período en que los grandes coleccionistas ejercían de “influencers”,
ocupando papeles de comisario/expositor/galerista, como fue el célebre
caso de Charles Saatchi y de tantos otros, se ha llegado a la situación
actual, en la que la política y su pensamiento único se ha apoderado de todo el espectro.

Ese fenómeno, que es de ocurrencia generalizada (que alguien
se asome al museo Reina Sofía de Madrid, sin ir más lejos, cuyo director
lleva colgada del pecho la placa de cinco puntas que le avala como
comisario, pero comisario político ya a las claras), en los rincones más
alejados de los grandes centros de poder se hace más evidente, tal vez
porque es más burdo su despliegue, y se tiene menos cuidado en el
disimulo.

Ahora no sólo la política ha ocupado el espacio de la expresión artística mediante métodos de intervención positiva (favoreciendo sólo los discursos que interesan), sino que, además, ha llegado a ejercer la acción represiva, negacionista de aquellos planteamientos que no le favorecen o que incluso pueden representar, aunque sea vagamente, una amenaza futura.

En la entrega anterior comentábamos un primer paso en esta
dirección, y es el que tiene que ver con la acción en positivo de la política
sobre el arte, que ocasiona un efecto de autocensura en el artista, necesitado del maná para subsistir. No se hace necesaria la práctica de la censura en el sentido literal del término, pues con antelación el artista se autocensura, por una parte, y por otra, en su ejercicio de selección, el poder también deja fuera del cesto cuanta manzana le parezca que no encaje en su línea de adoctrinamiento.

Pero, como digo, todo esto puede entenderse dentro del lado benigno de la acción capadora, pues se ejerce, aunque parezca lo contrario, “en positivo”, es decir, sin necesidad de disparar un tiro. Es lo que ocurre con la verdadera mafia, cuando ya ha elaborado una leyenda que ha penetrado en el subconsciente colectivo: entonces un vago gesto basta para que sus determinaciones se cumplan; ya no es necesario llenar las cunetas de cadáveres (por cierto, de este tipo de técnicas se sabe mucho por estas tierras mediterráneas).

Pero cuando, a pesar de todas las precauciones, aparece un artista
que no se arruga ni se arroga al poder, entonces no queda más remedio que
arremangarse y sacar la pistola, utilizar el método violento que siempre
permanece en la recámara.

Ocurrió, sin ir más lejos, en la celebración de la pasada Nit de l’Art en Palma, y en un solo proyecto (todo el resto encajaba en los patrones ya citados en esta saga: minimalismo y abstracción no conceptual inocente en cuanto a galerías privadas se refiere; cartucho de los clichés del nuevo orden, memoria histórica, violencia de género, denuncia de la situación ecológica del planeta, bendita inmigración, etcétera., en lo que respecta a la acción de la Administración).

Ocurrió con un proyecto promovido por el propio Ayuntamiento de Palma, que encargó una acción artística a Marcelo Viquez. A este artista no se le ocurrió otra cosa que idear una pieza en formato interdisciplinar cuyo fundamento estaba en otorgar voz a quien no la tiene, ese ciudadano anónimo de barrio marginal cuyo silencio a menudo está plagado de cuchillos.

La acción, de arte participativo y relacional como digo, se plasmaba en grabaciones sonoras, activación de enlaces en la web correspondiente sobre un plano donde aparecían los tres barrios periféricos escogidos, murales con inscripciones determinadas en los paramentos verticales de las paradas de autobús de la EMT (OPIs), selección por parte del artista del material encontrado (en la tradición del objet trouvé), en fin, una propuesta muy dinámica pero también muy abierta a que los rígidos cánones del pensamiento único pudiesen ser rebasados.

De hecho, el que fuese el artista quien seleccionase una frase dicha por un ciudadano anónimo, en general en estado de indignación resiliente, y que luego fuese plasmada en una OPI de una parada de la EMT no podía resultar más arriesgado. Entre otras cosas porque esos espacios suelen ser utilizados para propaganda, tanto institucional como privada, y en campaña electoral usualmente por el partido en el gobierno municipal.

Con lo que un mensaje tomado de la calle podía resultar no sólo disfuncional, sino que también podía llevar a confusión política, quebrando todo un torrente doctrinal vertido durante meses y años. Primero fue el propio Ayuntamiento que, precautoriamente, retiró su logo del proyecto, pese a ser su promotor, y también el legítimo propietario de los elementos físicos necesarios para su desarrollo (los OPIs de las paradas de autobús).

Pero luego vino la segunda ola de censura: dado que las frases escogidas no eran inocuas (por ejemplo, “los inmigrantes tenemos la culpa de todo”, “mira lo que se llevó el rey”, “desde que se habla del coronavirus no se habla de los refugiados sirios”), la empresa concesionaria encargada de gestionar la publicidad de los OPIs denegó el proyecto, basándose en razones particulares de línea de negocio.

La censura, curiosamente, se estaba produciendo por actor interpuesto, lo cual hay que reconocer que tiene su halo de brillantez. Y así acabó la historia: cuatro breves noticias en cuatro medios amilanados, y el aborto del
proyecto convertido en una realidad. Una vez más los políticos escenificando su poderío, y ocupando sin escrúpulo alguno el espacio que
antaño servía de contrapeso en manos de los artistas —cuando de verdad
eran independientes y gozaban de criterio autónomo, y tenían material que
aportar a la evolución de la sociedad.

(El caso ocurrido en ARCO con la censura de las fotos de presuntos
“presos políticos” de Santiago Sierra, pese a que parezca que desdice lo
aquí aventurado, nada más alejado, puesto que en esa acción la verdadera censura la realizaba la clase política catalana, ocupando el rol del artista, que hacía dejación de su función, y permitía que la supuesta censura
derivara en la verdadera denuncia y censura a la acción de supuesta represión: los políticos independentistas, ocupando el papel del artista en
retirada, accedían al pleno protagonismo. Pero este es un tema para otro
escrito, pues da para muchas más reflexiones).

En fin, el arte balear en tiempos de Covid está en la UCI, y eso que
llevaba la pauta completa de triple vacunación inoculada hace ya un
tiempo. Triste estado, triste panorama. Si el horizonte no se divisa es tal
vez porque ya no existe.

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