La Ágatha Ruiz de la Prada que conozco

Ágatha Ruiz de la Prada no necesita apellidos ni títulos para que sólo con su nombre de pila sea identificada de inmediato. Su personaje lleva décadas generando interés en todos los estamentos de la sociedad, lo que no deja de ser un triunfo. Quizás sus diseños, no sólo los de costura, también todos aquellos que abarcan todos los campos donde un creador puede intervenir, desde una baldosa, un lápiz, un mantel, un cuaderno, la cortina de ducha, hayan logrado cautivar a más de un incrédulo que se enamora sin ser consciente de ello de uno de esos objetos coloridos y alegres que hacen la revolución por su cuenta.
Nadie se resiste a una revolución con sentido, la que nos ha enganchado a esta mujer durante decenios sin que nos hayamos cansado ni de su presencia ni de su obra. Radica en Ágatha una inteligencia supina que se disfraza de dura cuando es necesario. Podría resultar banal su forma de actuar ante la adversidad, por aquello de compartirla sin pudor y sin embargo logra todo lo contrario, la acerca más a su público y a los que la descubren protagonizando un programa del corazón donde pocos serían capaces de lidiar y salir triunfantes, con las dos orejas y el rabo. Y olé.
Desde que la conozco personalmente, hace ya unos años, he descubierto una Ágatha que no esperaba, y que me ha conquistado con la naturalidad que regalan las grandes señoras. Ágatha lo es, una señora no sólo por la cuna que la hizo grande de España, marquesa y baronesa. Lo es porque dentro de la naturalidad que se le presupone al estatus va más allá, para además de ser humana, cariñosa, dulce en la mirada y colega en el gesto. No hay impostura ninguna en esa Ágatha que conozco entre amigos, ni la hay cuando recibe para un almuerzo de verano en su casa mallorquina.
Sigue siendo la diseñadora de los corazones y los colores alegres que huye de la monotonía, la misma que defiende su obra en palacio y en la terraza de verano donde sirve sus almuerzos nada impostados. Me recuerda la naturalidad de Yves Saint Laurent en su casa de Marrakech, donde brillaba más la persona que el personaje. En esas situaciones cotidianas donde dejamos de lado quienes somos para alcanzar el clímax del veraneo no es necesario hablar de cosas trascendentes, ni reafirmarse en lo que uno es.
Lo trascendente está en esa mesa redonda que nos acoge. Esa es la grandeza de la anfitriona de la Costa de los Pinos, la que vive en uno de los mundos a los que pertenece, el de la nobleza de toda la vida, que no necesita imposturas de ningún tipo y sí mucha clase para que en su casa te sientas en casa. El baño en el mar, el cariño del perro de la casa, la sabiduría de quien ayuda en casa, ósea el servicio de siempre que adora a su señora, y siempre su mejor amiga.
Me gusta de Ágatha que es mujer de tener y conservar amigas de toda la vida. Conozco a algunas y sé lo duro que fue para ellas verla sufrir tras la traición inesperada. Cuando me tocó a mí fue de las primeras personas en llamarme para ofrecerme su cariño y su apoyo. Nunca olvidaré ese gesto. Lo cuento porque esa humanidad no se lee en muchas partes, y mucho menos se siente.
Ahí es donde la revolución creativa de la diseñadora multidisciplinar, la única que sigue haciendo alta costura en España, se siente y se integra en uno para siempre. La dureza que se percibe en ocasiones no deja de ser fruto de una lucha titánica creativa y empresarial que no ha podido con ella. Es siempre ella, sabemos lo que esperar de esa mujer que se ha mostrado transparente en el más difícil de los mundos y con ello ha conseguido de una vez y para siempre el respeto merecido de casi todos los que la conocemos.
En la intimidad no es una estrella, ni un personaje. Es madre al tanto de todo, es amiga agradecida, es bailonga, es torera de la vida y amante de los toros. La marquesa de Castelldosrius y baronesa de Santa Pau, y Grande de España, lo es con toda la naturalidad del mundo. No hace falta que nadie nos explique como se lleva con naturalidad ostentar dos títulos tan importantes. Ni siquiera hay que preguntarlo, se ve, se nota, se siente. Y lo más importante, en mi opinión, tanto la creadora que nació en los ochenta trabajando a destajo para hacerse un nombre entre competencias tóxicas que acabaron con otros genios, y que ella rechazó muy inteligentemente, y conozco más casos de iconos de esa época que jamás cayeron en la tentación del consumo de drogas, siendo sin embargo dioses de esa movida que tantos recuerdan desde el olvido.
Ser creadora de mil objetos, aristócrata, madre, ex mujer del dolor y mujer de la vida bonita, en continua lucha, débil y fuerte, amiga del alma y dura con los traidores, hacen de ella un ser indescriptible en el mundo de hoy, en el que los amigos mandan whatsapp para ahorrarse una llamada. Ágatha llama por teléfono de toda la vida, y se lo agradecemos siempre.
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