Dejad que gobiernen Podemos

Dejad que gobiernen Podemos

Vallecas está triste. El panadero más famoso del barrio ya no podrá saludar, como cada mañana, a Pablo Iglesias, cuando bajaba a comprar su barra del día antes de despachar a la casta en sesión plenaria. Ni el quiosquero de la concurrida esquina venderá periódicos con la misma ilusión si entre sus clientes ya no está el humilde chico de la coleta. Los vecinos, modestos trabajadores, explotados por el maldito sistema capitalista, han decidido, cada primero de mayo, convocar una junta extraordinaria para guardar un minuto de silencio por la pérdida de su inquilino más ilustre. Vallecas no volverá a ser la misma sin el mesías que tanto la representaba. No gastó un duro en ella, pero la desgastó de tanto nombrarla.

Valga este preámbulo para resumir el ocaso de una formación política llamada a cambiar la historia de España. El chalé de Galapagar ha terminado por derrumbar la estrategia de aproximación que desde el 15M pergeñaron en Podemos. Su denuncia de la realidad topó en su momento con una temperatura social permeable a estados de ánimos negativos, caldo de cultivo necesario para la implementación de un discurso populista. La narrativa de clase requería de acciones correlativas que sustentaran el marco mental con el que seducían a las masas. Durante un tiempo lo lograron, con entrevistas a la carta donde querían demostrar que era un partido político normal, de gente corriente, representante de la España mayoritaria. El atrezzo siempre ha sido una seña de identidad del comunismo, una ideología con más jetas que apologetas, dispuestos a predicar en un desierto de creyentes a la causa. Nunca ha habido una religión con más fieles y menos practicantes.

Una vez el contexto ya no es un aliado de tu estrategia política, se necesitan recursos que te aporten la credibilidad necesaria para seguir manteniendo a la tropa ilusionada. Se ha demostrado que detrás de tanta denuncia, tras esa máscara de defensores de los oprimidos, se escondía un alma burguesa que sólo quería lo que todo dios: vivir bien. Quien se aísla en un chalé, se aleja de la gente, decía Pablo antaño, como si la cercanía dependiera de dormir emparedado entre tabiques comunitarios. El discurso necesita del maridaje constante y perfecto entre verbo y acción para ser sostenible. Cuando esto falla, ningún relato soporta el cambio de disfraz. Iglesias y Echenique son los prestidigitadores de un partido que cautivó a muchos españoles con su palabra fogosa y su estética callejera. Mientras se dedican a tuitear y excusar el abandono de la masa social que decían representar, el partido se desangra por las costuras de casta que el PSOE siempre representó.

Los huidos de la izquierda pueden volver, desencantados por tanto toque de corneta y voto a bríos que no ha llevado a nada. Porque Podemos nunca ha representado realmente el estado de emergencia social que tanto denunciaban y por el que muchos le votaron. Abusaron del ánimo coyuntural de la gente, a la que situaron en un estadio de elección permanente sin más recompensa que la algarabía constante. Nos vendieron durante años la casta como el enemigo cuando en realidad era la aspiración. Convertir la envidia en propiedad privada pasaba primero por el engaño y luego por el escaño. Ya no podrán decir más que son el partido de la gente. Ya no hay sistema contra el que luchar. Echenique e Iglesias se han metido tanto en la piel del falso oprimido que ya sólo les sale ser el buen opresor.

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