Crisis del coronavirus

Ricardo, 23 años y con paraplejia: «Dejo libre mi cama para el coronavirus, es mi granito de arena»

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(Vídeo Cynthia Díaz Nobile y David Sepulveda)
  • Pelayo Barro y Cynthia Díaz Nobile

Cuando el coronavirus comenzó a hacer mella en los hospitales españoles ya había miles de pacientes que se encontraban ingresados en ellos por otras causas. Algunas de ellas graves, como las de Ricardo. Este joven de 23 años de Santander sufrió un devastador accidente de tráfico el pasado mes de enero. Se lo llevó por delante un autobús y su médula espinal resultó dañada. No puede moverse de cintura para abajo. Llevaba más de un mes recuperándose en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo cuando decidió voluntariamente dejar su cama libre. Otros pacientes hicieron lo mismo. Querían hacerle hueco a quienes ahora mismo batallan contra el COVID-19. Un alta voluntaria que ha conmovido al personal del hospital. Ahora convive con su novia María, a quien conoció durante su recuperación, mientras espera a retomar su tratamiento.

A Ricardo no se le olvidará jamás la imagen de aquel autobús invadiendo su carril. Aquel infausto jueves 9 de enero en el que, al mediodía, se dirigía en moto de camino a casa para almorzar tras una jornada de trabajo. Todo ocurrió muy rápido, pero lo recuerda a cámara lenta. Sintió el golpe. «Notas como se te abren los párpados como discos y te ves volando. Y de repente…¡pum! Joder, vaya hostia que me he dado». En el suelo, con su moto junto a él, detectó que algo no iba bien. Intentó levantarse, pero las piernas no respondieron. Era como si no estuviesen allí.

«Me salió un grito que en mi vida pensé que iba a soltar, acompañado de llantos, y para colmo los pulmones perforados por las costillas rotas empezaron a dejar de funcionar y dejé de respirar. Todo esto era nuevo para mí y estaba con mucho miedo. Veía a la gente salir del autobús corriendo y llorando», rememoraba posteriormente a través de sus redes sociales.

Salvado in extremis

Por suerte, dentro de la que puede caber en un relato así, el accidente ocurrió al lado del hospital Valdecilla. La rapidez con la que le atendieron –y le sometieron a interminables operaciones- le salvó la vida. Pero ahí comenzó otro calvario. El de reanimar la médula. Recuperar la movilidad. Y esa batalla Ricardo la comenzó el pasado mes de febrero en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo.

Durante un largo mes, ‘Ricar’ –como le conocen sus allegados- se sometió a todo tipo de terapias hasta que la pasada semana tomó la decisión de abandonar voluntariamente, y de forma temporal, la cama que ocupaba en estas instalaciones sanitarias. Por el coronavirus. Había gente que la necesitaba más, reflexiona. Gente que ahora mismo está en aquel punto en el que él se encontraba cuando abrió los ojos tendido sobre el asfalto de Santander. Pacientes frente a otro ‘autobús’, el del coronavirus, que amenaza con llevarles por delante. Personal del propio hospital admite sentirse conmovido por el gesto. No fue el único que optó por esta decisión: decenas de pacientes, casi todos los que no estaban intubados y en situación de extrema gravedad, decidieron dejar su cama libre y volver a sus domicilios. A Cataluña, a Andalucía, a Valencia, a Galicia.

«Pero de repente nos dimos cuenta de que era una situación dramática. Hablé con la doctora. Sabía que faltaban camillas para lo que venía. Qué menos que dejar tu cama libre»

Ricar se ha quedado en Toledo, en un piso alquilado donde espera el momento en que todo esto pase y pueda retomar su tratamiento en el hospital. Su familia está lejos, a más de los 500 kilómetros que separan su Santander natal de Toledo. Echa muchísimo de menos a su madre. Pero, confiesa, «en Castilla también tengo otra familia». Ricar cuenta su historia a OKDIARIO sentado en un sofá junto a María. Ella tiene casi su misma edad, es de Navarra y pasó por un trance similar el pasado verano. Desde entonces ha sido una de las pacientes del área de lesiones medulares. Ha conseguido recuperar gran parte de su movilidad. Ricar y María se conocieron en el hospital. Ahora son novios.

«Estaba haciendo fisioterapia y en la camilla de al lado me encontré a una chica muy guapa», recuerda Ricardo. Aquel día no hubo cruce de miradas. «Pasó de mí», asegura. Pero poco después volvieron a coincidir y él la invitó a tomar algo en la cafetería del hospital. «¿Qué fue? ¿Un café o un colacao?», pregunta él. «Un café, seguro», responde ella.

En un piso de alquiler

Ya han pasado unas semanas de aquello y hoy conviven en un piso, pequeñito, no muy lejos del hospital. Los gastos corren de sus bolsillos. La madre de ella cuida de las necesidades de ambos. Mientras dure la cuarentena, María le enseñará a realizar los ejercicios de recuperación. Son lecciones que ella ya ha aprendido, etapas quemadas durante meses que ahora le toca superar a Ricar. Para él, de momento, todos los días son algo nuevo.

Ricar, como otros pacientes del Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, se tomó «a cachondeo» al principio «lo del coronavirus». «Una gripe cualquiera». «Pero de repente nos dimos cuenta de que era una situación dramática. Hablé con la doctora. Sabía que faltaban camillas para lo que venía. Qué menos que dejar tu cama libre», recuerda.

Una decisión muy dura, que puede suponer retrasar su curación ya que «las lesiones medulares son muy complicadas y necesitan estar ahí todos los días, pico y pala, pico y pala». Pero conserva la esperanza de que todo esto pase, de regresar al hospital a finalizar su recuperación, de volver a sentir sus piernas y de olvidar todo. El autobús, el virus y la fisioterapia. Ricar sabe que ya le quedan menos días para poder pasear con María. En Toledo, en Navarra o en Santander. Donde toque, bienvenido será. «Hay que seguir viviendo el día a día con una bonita sonrisa. Fuerza España y fuerza mundo», se despide.

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