Microbiota y longevidad: esto es lo que debes comer para vivir más años
A Maria Branyas le gustaba andar, no bebía alcohol ni fumaba y estaba acompañada muy a menudo por su familia


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A lo largo de la historia, los seres humanos han buscado entender los secretos detrás de una larga y saludable vida: desde dietas específicas hasta ejercicios o, incluso, genes de longevidad, los estudios en torno a esto último han crecido exponencialmente. Sin embargo, un factor que ha cobrado relevancia en los últimos años, pero que sigue siendo poco comprendido, es la microbiota intestinal: una comunidad de billones de microorganismos que viven en nuestro intestino.
Esta semana se hacía público un estudio genético que mostraba que María Branyas, quien falleció el año pasado a los 117 años, siendo la persona más longeva del mundo, poseía una microbiota «comparable a la de una niña» y un «genoma privilegiado» lo que le permitía tener una edad biológica diecisiete años inferior a la cronológica. Su caso, realmente excepcional, promete arrojar muchas respuestas a la ciencia en los próximos años. Diversos estudios han demostrado cómo una microbiota saludable puede tener un impacto positivo en la prevención de enfermedades de todo tipo. De hecho, se ha llegado a hablar de ella como un «segundo cerebro», subrayando su importancia en la salud general del cuerpo humano.
Pero, ¿cuál es el enfoque científico de esa microbiota intestinal? La microbiota es un ecosistema compuesto por bacterias, virus, hongos y otros microorganismos que habitan en el tracto digestivo. Aunque cada ser humano tiene una microbiota diferente -de ahí la centenaria- lo que está claro es que la salud de nuestra microbiota tiene un impacto directo sobre nuestra salud general, la digestión, el sistema inmunológico e incluso la salud mental. En los últimos estudios, se ha identificado que las personas longevas, como aquellas en las zonas azules del mundo (como Okinawa en Japón o Cerdeña) tienen más lento envejecimiento.
La protagonista incuestionable de esta semana, Maria Branyas, es el caso de una mujer excepcional: nació en 1907 en San Francisco (California); vivió en San Francisco hasta 1911, done se mudó con su familia a Nueva Orleans. Allí fundó su padre la revista Mercurio, una publicación destinada al público hispanoamericano y que, en poco tiempo, logró un notable éxito. En 1915, en plena Primera Guerra Mundial, el padre enfermó y la familia decidió regresar a Cataluña.
No cabe duda que, a lo largo de los años, ha sido testigo de cambios radicales en la tecnología, la medicina y la sociedad. Sin embargo, lo más asombroso no fue sólo su longevidad, sino su calidad de vida. Pero, ¿por qué?
Un estudio hecho a Maria Branyas, señala que su genoma especial hacía que sus células «se sintieran» y «se comportaran» como células más jóvenes, «con una edad biológica de unos diecisiete años menos». Según ha indicado Manel Esteller, investigador del Instituto Josep Carreras y catedrático de genética de la Universidad de Barcelona, el genoma privilegiado de esta mujer fue heredado de su padre y de su madre «lo que la concedía una gran protección frente a enfermedades cardiovasculares y de otros tipos; su microbiota hacía que tuviera una baja inflamación intestinal», y esquivara las enfermedades.
El especialista, que está considerado como una de las máximas autoridades en epigenética y en el estudio del envejecimiento y el cáncer, considera que el estudio genético a Maria Branyas supone la investigación «más exhaustiva y completa» que se ha hecho a una persona supercentenaria. «Hay bastantes personas centenarias en el mundo, pero pocas supercentenarias, que son las que sobrepasan los 110 años», ha aclarado Esteller.
Los investigadores identificaron variantes genéticas raras a través de la secuenciación completa del genoma, y constataron su excepcional perfil lipídico en sangre, con niveles de colesterol bueno (HDL) muy elevados y de colesterol malo (LDL) muy bajos.
Maria Branyas no tenía exceso de azúcar en sangre, lo que evitaba el riesgo de diabetes u obesidad, y observaron que sus genes mantenían bajo control las infecciones y la regulación autoinmune, además de presentar bajas concentraciones de glicoproteínas A y B, lo que indica un perfil inflamatorio saludable que evita la presencia de enfermedades inflamatorias sistémicas.
Esto ayuda a comprender su buen estado de salud, ya que al final de su vida tan solo sufrió sordera y dolor articular, mientras que su lucidez se mantuvo hasta casi al final, con un bajón que tuvo lugar sólo en los últimos meses.
Un estilo de vida saludable
Los investigadores comprobaron que la más que centenaria seguía una dieta mediterránea que incluía la ingesta de varios yogures al día, y están convencidos de que esto contribuyó a mantener sanas sus bacterias intestinales. «Le gustaba andar, no bebía alcohol ni fumaba y estaba acompañada muy a menudo por su familia, con lo cual no se sentía aislada y esto puede contribuir a evitar la demencia», ha explicado Manel Esteller.
Según los autores de este estudio, los resultados servirán para tratar de elaborar «tipos de patrones prebióticos asociados a la longevidad», y además, trabajarán para conseguir «fármacos útiles en la lucha contra el envejecimiento, junto a la definición de dietas adecuadas».
¿Qué comía esta mujer excepcional?
La dieta de esta mujer centenaria es tan única como su microbiota. Si bien su alimentación ha sido tradicionalmente variada, ha mantenido ciertas prácticas alimenticias que parecen haber favorecido su salud intestinal. En sus primeros años, comía principalmente alimentos frescos, sin procesar y de producción local. Frutas, verduras y legumbres eran la base de su alimentación. Con el tiempo, ha mantenido una dieta baja en alimentos procesados y rica en fibra, lo que contribuye a la estabilidad y diversidad de su microbiota.
El consumo de alimentos fermentados también parece ser una clave en su longevidad. Yogur casero, quichi y otros alimentos fermentados tradicionales formaban parte de su rutina alimenticia, lo cual es una fuente rica de bacterias beneficiosa.
Aunque la dieta ha sido un factor fundamental, los estudios muestran que la actividad física también desempeña un papel crucial. Aunque en sus primeros años era muy activa, en la actualidad, a pesar de los años, la centenaria sigue realizando ejercicios suaves, como caminar y practicar estiramientos.
El hallazgo sobre la microbiota de María abre nuevas puertas en la investigación sobre el envejecimiento. Si bien todavía hay mucho por descubrir, la salud intestinal parece ser una de las claves que podrían explicar por qué algunas personas logran vivir más tiempo y de manera más saludable que otras. «Este estudio puede marcar el comienzo de un enfoque revolucionario en la medicina de la longevidad», afirma el Dr. Rodríguez. «Si podemos comprender cómo ciertas personas mantienen una microbiota joven y equilibrada, podríamos desarrollar tratamientos y estrategias para promover un envejecimiento saludable en la población general».
Microbiota
En el adulto, el 90% de las bacterias intestinales pertenecen a 2 filos: Bacteroidetes y Firmicutes. Las proteobacterias, actinobacterias, fusobacterias y verrucomicrobia completan el 10% restante junto con pocas especies del dominio arquea. La microbiota intestinal humana incluye también levaduras, fagos y protistas. El componente viral está dominado por bacteriófagos. Se sabe que juegan un papel crucial en la configuración del ecosistema, mediante el control de la proliferación de especies dominantes y la transferencia horizontal de genes, pero la gran mayoría de las secuencias virales comparten poca o ninguna homología con las bases de datos de referencia.
Las levaduras forman una comunidad relativamente poco diversa, se identifican menos de 20 especies en el intestino del adulto sano, su abundancia relativa es 4 a 5 órdenes de magnitud menor que la de las bacterias, pero tienen tamaño celular y genoma mucho mayor, aportando recursos funcionales que se integran en el ecosistema.
Los alimentos fermentados por microorganismos como pan, cerveza, vino, kéfir, yogur, kumis o queso, están en la dieta humana desde el neolítico, y no solo con fines nutricionales, sino también terapéuticos. Una comisión de expertos convocados en 2001 de forma conjunta por la FAO y la OMS definió a los probióticos como «microorganismos vivos que, cuando se administran en cantidades adecuadas, confieren un beneficio para la salud del hospedador».
La dieta mediterránea y atlántica ha demostrado vastos beneficios en la salud poblacional, reduciendo el riesgo de mortalidad y de muchas enfermedades crónicas. Los estudios sugieren que en la intervención alimentaria se debe priorizar la inclusión de cantidad y variedad de alimentos vegetales más que la exclusión de alimentos de origen animal, apoyando el concepto de que la diversidad de la dieta favorece la estabilidad de la microbiota.
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