Zurdos de mierda

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El moderantismo es una corriente curiosa, casi devenida en ciencia. Como en la vida, ser moderado es la actitud que uno adopta ante los conflictos que en ella suceden, y lleva esa actitud también al terreno opinativo, sin importarle el resultado e influencia de sus palabras. La apelación a ser moderado, no obstante, siempre acaba asumiéndola el receptor de la crítica o el observador tendencioso, que opta por cuestionar el tono del argumento antes que el trasfondo de lo argumentado.

Ser moderado es la exigencia que el radical te pide para que acomplejes tus posiciones en aras de la justicia, la convivencia o el respeto. Y así aceptamos que, para no ser calificados de extremistas y ultras, acabemos por no definir las cosas como son. Nunca antes hemos asistido a un tablero tan alterado y desviado en el terreno político y moral como el que sufrimos en la actualidad, con una permanente banalización del mal.

Sucede con la izquierda, un club de buenistas atrapados desde su fundación en esa causa sin perdón que les hace autoproclamarse redentores de la humanidad. La hiprogresía, enfermedad ética y mental de nuestro tiempo, supura bilis cada vez que alguien le define en su ADN más cínico. Y ahí está la gran derrota de la libertad y el gran éxito de sus enemigos, que presentan a todo aquel que se opone a sus tiránicos propósitos con una ristra infinita de epítetos ultras y extremistas, alimento vitamínico de una aborregada parroquia de fieles no pensantes, mas sí obedientes y leales a su propia destrucción.

Pero alguien nos ha abierto recientemente el camino de cómo hay que tratar y mentar a quienes no tienen respeto por la vida, la libertad y la propiedad privada. A la izquierda socialista, y su apéndice comunista, hay que definirles tal y como la historia les ha dibujado, atribuyéndoles sin compasión los males que han causado, las muertes que han perpetrado y la ruina que han generado allá donde tocaron poltrona y presupuesto. Y hay que decirlo cada día, por duro que resulte el calificativo. Cuando los zurdos han impuesto un universo de normas y reglas léxicas y semánticas con el que definir al adversario, a su correa deben ajustarse. Si han abierto la ventana de Overton hasta dejar su quicio destrozado e imponen de manera tramposa la agenda de temas a discutir, deben aceptar la contraria visión que retrata sus perversas intenciones cuando comunican, gestionan y gobiernan.

Por eso, el universo buenista se estremece de moderación cuando escucha a Milei llamar «zurdos de mierda, hijos de puta» a todo rostro colectivista especializado en arruinar la sociedad que mangonea, robar a los ciudadanos que representa y erigirse en mesías despótico del país que rige con populismo desaforado.

En ninguna sociedad gobernada por el socialismo, los ciudadanos han avanzado en riqueza, ni en libertad, ni en calidad de vida. Sólo se ha desarrollado el bolsillo de las élites que dicen «trabajar» en nombre de la gente y que han llegado al poder para defender a los más pobres y necesitados, cuando representan su gran amenaza. Si los pobres no existieran, el socialismo sería una utopía agrandada en la mente siniestra de un iletrado de universidad española o un déspota de lecturas capitales en el manifiesto marxista, o sea, la nada gramsciana.

Ahora que empieza a cundir la idea que tiempo ha escribí sobre el bonapartismo de Sánchez, es preciso romper el corsé verbal que nos impide enfrentarnos a los zurdos por respeto a sus absurdas normas. El socialismo, enemigo de toda democracia de libertades, siempre empieza su asalto al poder colocando a sus peones en las instituciones, peones que después aprobarán cada medida caudillista.

Los pasos que se están dando en España se justificarán en función de si las decisiones que toman los órganos satisfacen al gobierno socialista. Si no, serán atacados, hasta que sus dirigentes sean sustituidos por alguien adepto a la causa. El PSOE, el partido más criminal, corrupto y traidor de la historia de España, a sus siglas, principios y al conjunto de los ciudadanos, tiene en sus élites el perfecto retrato del zurdo de mierda al que alude Milei en sus declaraciones. Y así hay que llamar a quienes, sin más oficio que arruinarte la vida, acaban por ahogarnos el bolsillo y prohibir nuestra libertad en aras del único progreso que conciben: el suyo. La moderación es llamar por su nombre a quien no ha hecho nada más en la vida que merecer que lo llamen así.

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