Ya sólo falta… todo
En una mañana lluviosa de domingo en Madrid, ha calado el mensaje del sector crítico del PSOE y su Comité Federal ha aprobado una resolución en virtud de la cual, el Grupo Socialista del Congreso facilitará, con su abstención en segunda vuelta, la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. Mientras se expande una sensación de falso alivio, parece que las dos cuestiones básicas son elucubrar sobre si la abstención será de todo el Grupo Socialista —y si acatarán los pedristas la disciplina de voto— o de tan sólo 11 de sus integrantes y cómo se las ingeniará Rajoy para dar acomodo a sus dos gallitas —Sáenz de Santamaría y Cospedal— sin que se enzarcen a desplumarse mutuamente.
Si la polémica en casa de los socialistas se limita a las matemáticas abstencionistas, malo. Si la cuestión capital a dirimir por el PP —es decir, por Rajoy— es cómo hacer encaje de bolillos con estas dos damas de la política déjà vu, peor. Y si, para completar el panorama, todos nos ponemos a respirar confiados en que la pesadilla ha terminado, apaga y vámonos. La sociedad española en su conjunto, y sus instituciones en particular, han sufrido un serio desgaste y deterioro durante este prolongado periodo en el que nos habían sumido el empecinamiento de unos y la irresponsabilidad de otros. España no puede permitirse haber pagado tan alto precio para que los únicos escenarios posibles para el PSOE sean su “podemización” asamblearia o su lenta agonía hacia la irrelevancia, ni para que el PP pretenda creerse que aquí no ha pasado nada y al final —“¿lo veis?”— se ha impuesto la cordura para seguir instalados lánguidamente en el poder, disfrutando de una acomodaticia indefinición programática.
Ambos partidos necesitan, aunque por motivos distintos, acometer procesos de puesta al día, rearme moral e ideológico y renovación de sus equipos de primera línea. Y ambos partidos necesitan encontrarse y entenderse. Gobernar en minoría puede ser incómodo, pero también tiene una lectura positiva: obliga a generar consensos. El proceso de renovación al que antes me refería les debería permitir, a unos, ejercer el poder y, a otros, la oposición, pero a ambos hacerlo de manera responsable. Y desde ese ejercicio responsable de sus respectivos roles, se podrían —y de deberían— consensuar y poner en marcha las reformas estructurales que la sociedad española necesita y demanda: la Justicia, la Educación, el sistema de pensiones, la cohesión territorial, la lucha eficaz contra la corrupción, el ajuste del sistema electoral…
Cuando a finales de mes sea investido un presidente de Gobierno, que no sea para dar por cerrado un prolongado paréntesis y que todo vuelva a una anodina —y aún más difícil— normalidad. Lo que se abre es un periodo en el que ya sólo falta… todo; pero en el que también, si entre todos nos lo proponemos —sociedad civil incluida— todo es posible.