Volver al mono

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Volver al mono

Llega el Orgullo y nuestro Gobierno, efectista como todo lo falso y fashionista, como todo lo que no resiste el paso del tiempo ni la reflexión, envía una tarta fresa, nata y azul bebé al colectivo LGTIB+ cuyo sabor no satisfará el gusto de todes, me temo.

¡No importa! La tarta no es para comer, tan solo se trata de un montaje empalagoso y cursi del que saldrá, como vedette del Folie Bergère, la ministra Jolines, triunfal, con la ley trans aprobada, la carita toda iluminada y los dientes-dientes pantojiles prestos a seccionar la yugular de cualquier disidente.

Y yo me pregunto, y les pregunto, especialmente a los homenajeados… Cómo es que pueden digerir semejante trago. En serio, amigues, y en muy buen plan.

La ley trans donde cualquiera puede ejercer su libre autodeterminación de género sin ningún requisito, desde la corazonada, es un ataque frontal al género, pero al humano, a la ciencia, al feminismo, a las mujeres, a la filosofía, a la modernidad, al progresismo, por supuesto, y a la inteligencia, en beneficio de la más ramplona propaganda política y oscuras cotas de poder o empresas billonarias.

Alegar que no existe el sexo, que ser mujer es un sentimiento, permite el fraude de ley y lo avala y lo que es peor, significa borrar 2000 años de evolución: ¡volver al mono!.

¿Y qué pasa, ministra, con el perverso patriarcado, término incompatible en esencia, con agenda de la ley trans? ¿Qué pasa con las sucesivas olas y las metas alcanzadas? ¿Qué pasa con la brecha salarial, con la estadística de las mujeres a todos los niveles? ¿Qué pasa con la investigación médica centrada en el cuerpo femenino, sea lo que sea? ¿Y con el medallero? ¿Y qué hay de nuestra seguridad solas, borrachas, en los vestuarios, o las cárceles?

El borrado de la mujer es probablemente la manifestación más descarada y violenta de machismo que ha visto la historia, y tanto más cruel y más imbécil, porque se nos vende desde un supuesto Ministerio de Igualdad, que no ha hecho otra cosa que sepultarnos y denigrarnos a las mujeres, convirtiendo a su líderesa en una especie de dictadora al servicio de yo que sé qué (¿será Montero consciente de lo que dice y hace? ¿Cabalgamos contradicciones sobre una burra?).

Y luego, que hay algo más atroz, si cabe, en este asunto y es el maltrato o la violencia para con los menores de edad que traen consigo la moda, el negocio y la ley trans.

Como todo el mundo sabe, los niños y en mayor medida las niñas, al llegar a la pubertad y la adolescencia pueden sufrir una crisis, rechazar sus cuerpos y las transiciones hacia la adultez. Mucho más cuando se trata de niños con algún rasgo en el espectro del autismo, con algún problema psicológico o de adaptación, depresión, abusos físicos o por ejemplo, bullying.

¡Despierten modernis! La ley trans es sexista (y no encuentro que beneficie realmente a los verdaderos y respetables trans).  Sin embargo, enseñar a los niños que han nacido en “cuerpos equivocados” si sus juegos y preferencias no se ajustan a las normas sexistas convencionales es reaccionario.

Detrás del torpe barniz de renovación e inclusión, transgenerizar la infancia no es progreso sino un fenómeno sanitario aberrante, peligroso y, en definitiva, abusar de los menores, desatendiendo, al mismo tiempo, la salud mental de personas muy vulnerables.

En muchos países, y ya en España, esos chicos y chicas a los que les cuesta más adaptarse, o simplemente son más rebeldes, pueden caer y están cayendo como moscas en la tarta pegajosa de la que sale Montero, y que se reparten, lo sepa ella o no, distintas fuerzas financieras en la industria farmacológica y estética.

La disforia de género existe, por supuesto, es una realidad, pero esta factoría que se ha convertido en tendencia, y en ideología (y en gobiernos y leyes acientíficos, proféticos y fascistoides) mueve billones de dólares y está arrastrando a miles de niños de manera irreversible.

Mientras, a golpe de banderita y jaleo, casi todo el mundo calla, por miedo a ser también borrado, cancelado, pulverizado… Sumisos, vendiendo nuestra identidad, como Esaú y las lentejas, por un trozo de pastel. Pensemos al menos, ¿no?

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