Violenta debilidad

Violenta debilidad

El caso de Tomás Gimeno nos ha conmocionado a todos. La venganza como pasión incontrolada impone el deseo de destruir al otro como forma de satisfacción, pudiéndose llegar a producir, entre el cálculo y la espera, el frenesí de la destrucción. El sujeto que se siente herido aparece entonces como un ser atormentado, siendo precisamente esa condición  de víctima la que le da ya todo el sentido a su vida. El horror que le mueve a la venganza carece de los escrúpulos de la conciencia. Sólo desea castigar al que él considera que es un injusto pecador por el motivo que sea.

El odio y el deseo de muerte contra el que realizó el agravio le dan la fuerza para la consumación del acto que permitirá esa anhelada satisfacción. El acto será más encarnizado y desenfrenado cuanto más profundo e inmenso sea ese odio o ese deseo de reparar aquello que le falta a su ser. Cuando se presenta la oportunidad de venganza, la palabra no tiene lugar, tomando plena posesión la indignación y la cólera como satisfacciones primarias que harán sufrir al otro. Una extraña moralidad de personas débiles que consideran que actúan en nombre del bien. Sienten incluso que hacen un acto de justicia.

Las venganzas más escandalosas, que buscan a fin de cuentas un reconocimiento, son llevadas a cabo por las personas más débiles. Hombres alienados por las circunstancias que se pueden llegar a sentir incluso como héroes de su propio destino. El narcisismo aparece como la marca de garantía para que se cumplan todos sus deseos. El sujeto vengador es preso de la pasión del amor propio. Aquí es donde tiene su germen ese engaño frecuente de sentirse en un espejismo de excepción.

El vengador se ve a sí mismo como un justiciero capaz de cualquier sacrificio. Su deseo de hacer pagar al otro su propia humillación detiene el tiempo psíquico. La venganza no establece ningún equilibrio, la violencia es el estandarte. Es un estado infantil, donde ese niño (aunque ahora adulto) se alza en su propio ideal inundado de todos los derechos, impartiendo castigo y buscando clemencia, sin posibilidad de esperar que venga el tiempo del olvido. Se trata de una incapacidad absoluta de aceptar la renuncia, de desprenderse de los deseos caprichosos. Es algo así como una fábrica de amos: pura fragilidad.

Orgullo, concupiscencias y egoísmo. Para Santa Teresa esta vida era una mala noche en una mala posada; no más que esto. Recordemos por un momento la madurez de aquel hombre cristiano que, amenazado de muerte por sus enemigos, dijo: “La vida podéis quitarme, pero más, no”. Recuerdo también en este punto que una vez me dijo un experimentado que prefería un malo a un débil, ¿qué les parece esta afirmación? Las personas así tiemblan ante sus pasiones.

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