Las ventajas de no tener escrúpulos

Sánchez elecciones

Lo veremos, si Peter tiene que comerciar con su madre en porciones o su mujer en quesitos para seguir asistiendo a conciertos de Vetusta Morla en jet privado lo va a hacer (como todos sabemos detrás de la actividad frenética de Peter no hay absolutamente nada más que él).

En estas circunstancias, con la gobernabilidad pendiendo de los escrúpulos fluidos de un hombre avasallado por su propia vanidad, España tiembla.

O mejor relajémonos. No en vano, los españoles conocen a Peter, y a sus amigos; conocen sus desmanes, sus enredos, y conocen sus chapuzas; conocen su carácter y, aun así, los españoles -líricos somos- no han tenido suficiente Peter.

Y Peter se pavonea y guiña el ojo, como el niño mimado que sabe que puede portarse mal. Como el niño que sabe que cuanto peor se porte, será más amado y celebrado, por mamá (España) masoquista.

¡Visto! Podemos afirmar que las peores carencias intelectuales, y sus correspondientes defectos morales pueden acercar al éxito a cualquiera, donde, no tener conciencia, ofrece abundantes ventajas. A continuación, las principales taras con las que triunfar en la sociedad de hoy:

Desvergüenza: Peter, como la mayoría, no es disparatadamente inteligente, la razón por la que se lleva la porción más grande del pastel es justamente por su falta de delicadeza, de rigor y sobre todo de vergüenza… Porque en nuestra sociedad, cuanto mayor grado de impudicia, física y psicológica uno despliegue, más papeletas tendrá para la gloria en cualquiera de sus formas.

Agresividad pasiva: me sorprende la hipersensibilidad que mostramos ante la violencia física y la escasísima atención a la violencia psicológica que campa alegremente donde quiere. No se me ocurre una civilización más hipocritilla que este templo al buenismo vacío que hemos construido juntes…

Mendacidad: tanto para decir verdades como para decir mentiras hasta ahora era necesario ser espabilado y tener memoria, porque al descubrirse una falsedad el desdoro era máximo. Digo hasta ahora porque hoy uno no sólo no será penalizado por sus engaños (o cambios de opinión), sino que hacen las veces de lanzadera y catalizador.

Mala educación: volvamos a Peter. El «ganador» de hoy es tristemente el que se abalanza sobre el trozo más grande de la tarta y se la zampa, sin rastro de empatía, mientras el resto de comensales se colocan la servilleta sobre las rodillas.

Inmoralidad: en esta sociedad se han denostado valores como la honestidad, la franqueza, el compromiso y la autenticidad, ser un pequeño psicópata o un narciso de «andar por casa» es un camino mucho más directo a la victoria. Ya saben lo que decía Groucho (y Sánchez, y Feijóo): «Estos son mis principios, pero si no les gustan, tengo otros».

Puritanismo: hablo de los cursis, a veces cínicos o simplemente obtusos. Los triunfadores contemporáneos no destacan por su sentido del humor, sino más bien por su impostada y artificiosa gravedad, en el marco del puritanismo más huero.

Vulgaridad: ahora para ser popular en cualquier ámbito de las relaciones humanas, ya sea uno tertuliano, político, dentista, encofrador o monarca, hay que ser un poco chabacano. Háganme caso, practiquen la grosería y la ordinariez, que pronto darán sus frutos.

Adulación: a quien adula, Dios le ayuda. Ahora bien, les aprecio y les prevengo: tengan, queridos, mucho cuidado con el adulador, que detrás de su pelota interesada, hay un mezquino -y un listo- valiéndose de nuestra vanidad y de la fragilidad de nuestro ego para medrar.

Pesadez: como bien sabe nuestro ya mítico Peter, algo que ha mostrado al mundo y hemos de reconocer y agradecerle, el mundo es de los pesados.

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