El velo de la enseñanza
Si la izquierda progre se creyera su recurrente propaganda sobre la extraordinaria calidad de la educación pública, no trataría de liquidar a sus alternativas concertada y privada; por el contrario, dejaría que la supuesta demanda social por la educación estatal terminara fagocitando a los otros modelos por simple inclinación natural de mercado.
Si la izquierda progre creyera en la formación que proporciona la educación pública, no prohibiría sistemáticamente la publicación de sus resultados académicos; por el contrario, presumiría de ellos publicitándolos por el centro escolar como prueba irrefutable de su éxito.
Si la izquierda progre creyera en el modelo de enseñanza de la escuela pública, no impediría la libre elección de centro escolar a las familias; por el contrario, a igual o similar calidad de todos los centros amparados por un supuesto modelo eficaz de enseñanza, la proximidad sería el criterio principal de las familias para escoger centro escolar y no la huida de guetos escolares, como ocurre en la actualidad.
Si la izquierda progre creyera en su eslogan Una escuela pública para todos, no estigmatizaría a las familias que desean ejercer su derecho a la objeción de conciencia en aquellas actividades formativas complementarias que tratan temas moralmente controvertidos; por el contrario, aceptaría la participación voluntaria en ellas como reflejo de una escuela abierta, propia de una sociedad madura, tolerante y plural, en el marco de una democracia avanzada.
Si la izquierda progre creyera en la supuesta demanda del modelo de inmersión lingüística (estudiar exclusivamente en lengua regional antes que en lengua común), no colaboraría en impedir la elección de lengua de aprendizaje en las escuelas de las comunidades españolas bilingües; por el contrario, dejaría que las familias lo escogieran libremente para evidenciar el supuesto carácter anecdótico de quienes desean enseñanza en lengua española en estas comunidades.
Si la izquierda progre creyera en la escuela pública como factor principal de inclusión social, no decretaría la promoción automática de curso con suspensos; por el contrario, se aseguraría de que todos los estudiantes pudieran competir en igualdad de condiciones, poniendo a su alcance un sistema exigente que no les desplazara de un mercado laboral bien remunerado a cambio de un título devaluado que sólo acredita permanencia, no formación.
Si la izquierda progre creyera en los alumnos de educación especial, no pretendería clausurar sus escuelas; por el contrario, impediría que el rodillo igualitario arrojara cruelmente a las estridentes y asamblearias guarderías públicas de primaria y ESO a quienes, por su condición de desventaja inicial, pueden necesitar un ambiente tranquilo, con atención y dedicación exclusivas.
Si la izquierda progre se creyera su propio discurso, los hijos de su (vitalicia) élite política jamás estudiarían fuera del oasis de la educación pública; por el contrario, los periodistas jamás podrían ponerles en evidencia averiguando que el modelo de enseñanza concertada/privada es el que mayoritariamente escogen para los suyos.
Si la derecha progre creyera en la enseñanza, no llevaría tres décadas proponiendo falsas alternativas a la infame LOGSE socialista de 1990, parte de cuyo articulado, lenguaje e intenciones sigue presente en su propuesta cosmética más reciente: la LOMCE (o wertiana).
Si la derecha progre creyera en el esfuerzo y la excelencia, no hubiera renunciado a defender las reválidas obligatorias (pruebas censales externas con valor académico) de final de etapa, única manera de conocer los resultados académicos reales, no los trasladados por boletines informativos elaborados a final de curso por funcionarios presionados por la amenaza velada de la estadística.
Si la derecha progre creyera en la igualdad de oportunidades, no llevaría más de tres décadas consintiendo que haya 17 selectividades cada año, condicionando los criterios con los que se decide el futuro académico de los jóvenes a la arbitrariedad administrativa del lugar en el que residen.
Si la derecha progre creyera en el derecho a estudiar en lengua española en España, no llevaría más de tres décadas consintiendo la ilegal y condenada (judicialmente) inmersión lingüística obligatoria, dejando que sean las familias, con sus audaces denuncias, las que se expongan a las turbas nacionalistas.
Si la derecha progre creyera en la cultura como herramienta de emancipación intelectual, no dejaría que el atentado gramatical que supone la utilización del lenguaje inclusivo, ni la aberración paracientífica que sustenta la ideología de género actuaran, a través de los planes de estudios, como cepo ideológico para atrapar a los estudiantes en la jaula conceptual del totalitarismo de moda.
Si la derecha progre creyera en la nación española, en su Historia y en su Constitución, no llevaría más de tres décadas obviando su destrucción en las aulas por parte de comisarios que suplantan el ejercicio de la profesión docente por lecciones de militancia política; ni callaría ante el adoctrinamiento con libros de texto plagados de falsificaciones hegemonistas histérico-patológicas; ni permitiría la persecución ideológica de niños por ser hijos de policías nacionales y guardias civiles; ni toleraría las agresiones físicas de una maestra a una niña por pintar una bandera de España en su cuaderno; ni encubriría el abuso de vigilar en qué lengua juegan los niños en el patio para confeccionar listas de familias desafectas al régimen; ni colaboraría en el ocultamiento de informes de la inspección educativa que evidencian estos y otros muchos abusos.
Si la derecha progre creyera en la optimización de los recursos públicos, condenaría la política de gasto en Educación, de los últimos 30 años, por elevar a categoría de crimen económico un despilfarro constante cuyo aumento progresivo en inversión sólo es comparable a la paralela inflamación de las tasas de fracaso escolar, abandono temprano e indisciplina escolar que genera.
Si la derecha progre creyera en un programa educativo alternativo al de la izquierda progre, sencillamente tendría ese programa redactado y oiríamos hablar de él alguna vez.
La pugna entre dos modelos educativos en España es un espejismo inducido por nuestra casta política para ocultar un pacto educativo encubierto. Bajo el eslogan por una educación pública de calidad, gratuita y para todos-as-es se esconde una calculada proletarización de los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad, cuyas posibilidades de medro social quedan lesionadas por un sistema público de enseñanza donde los criterios de formación, los contenidos académicos, los saberes universales e incluso la privacidad han sido sustituidos por los criterios de titulación, la intendencia axiológica de facebook, la subcultura de aldea y la farándula de la educación emocional.
La LOMCE (PP) o la LOMLOE (PSOE) son las últimas versiones de esa escenificación grotesca desde la que nuestros sucesivos gobiernos proyectan la ilusión (ficción) de una alternativa a lo que, en realidad, es una constante actualización y reedición de un modelo único (y letal) de enseñanza.