Vaya con la señorita Rottenmeier de la Salle
A toro pasado, porque el lunes ya queda atrás. Ese mismo día leí a Tomás Guash: «Los chicos de Palma deberían presentarse este lunes en su colegio con la réplica del bombo de Manolo, 30 espantasuegras y la bandera claro. Deben ser gente muy divertida. España empató y casi clasificó también por ellos (…) Hicieron, en fin, lo que pensaban que era normal: lucir la bandera de tu país en tu país porque se juega el mundial».
En la popular teleserie Heidi, la señorita Rottenmeier es personaje rígido, frío y amargado anclado en el siglo XIX y ejerciendo de institutriz, o sea, la mujer que tiene por oficio educar. Dicho sea a modo orientativo.
Unos adolescentes de 15 años, aproximadamente, deciden colgar tal que un lunes la bandera de España en el aula, eufóricos por la fuerza que encarnan los jóvenes jugadores de nuestra selección absoluta en el Mundial de Qatar, sin reparar que se trata de un país donde no se respetan derechos humanos.
Hablamos de adolescentes ajenos a tanta albóndiga, mientras configurando están su cuadrícula existencial. Por algo son personitas que van estrenando su adolescencia y es de suponer por tanto que no hay malicia alguna en su aprecio por unas señas de identidad que son representadas por la selección española que acababa de estrenarse en el Mundial con sobresaliente: 7-0. Donde sí hay malicia es en la actitud de la señorita Rottenmeier.
Al parecer lo habían hecho con el concurso y consentimiento del tutor y del claustro, si damos por bueno su testimonio posterior al gran y monumental lío. Estoy especulando, quede claro. Pero resulta que la dirección no valida este supuesto y se pone de parte de la señorita Rottenmeier. ¿Quién es ella? Pues la profesora de catalán que al ver ese «trapo» (dicho por ella) se niega a impartir la clase si no la retiran de inmediato. Como consecuencia de ello, se monta el notición que ha dado la vuelta a España.
Vamos a ver. El hecho no tiene lugar en un centro público donde la dictadura de Més juega en campo propio como es bien sabido sino en un colegio concertado propiedad de una orden religiosa. No es un detalle menor porque parte de su presupuesto y en consecuencia del salario de la maestra abducida por la Obra Cultural Balear y sus terminales procede de las arcas públicas, es decir, de los impuestos pagados por todos los españoles. Esta Rottenmeier vive, por tanto, del dinero de los españoles; ella misma –mal que le pese- es española.
Estos indepes son un fraude en sí mismos, porque si tanto odian al Estado opresor deben buscarse el sustento renunciando a un dinero igualmente opresor. Desde su punto de vista, claro. Lo mismo cabe decir de los empleos públicos sean de naturaleza política (parlamentario, concejal, conseller) o administrativa, que en el caso del profesorado no caben distingos entre la enseñanza pública y la concertada.
Este desafortunado incidente difícilmente tendría lugar en un centro de enseñanza privada, porque la intransigente Rottenmeier iba a ser despedida de inmediato. Siempre, claro está, de mediar autorización tanto del tutor como del claustro. El incidente se resume en que a la Rottenmeier le causó gran indigestión ver la bandera que nos representa y que en países de nuestro entorno es respetada por el común de la ciudadanía.
¿Alguien puede creerse que los inaugurados adolescentes jugaban de mala fe? Lo más probable: era un gesto espontáneo, sentido, de pertenencia a una identidad delegada en un equipo y mostrando su júbilo por el gran triunfo.
Me parece sintomático que Més aplaudiese al colegio La Salle por expulsar a una treintena de alumnos por colgar la bandera de España. También lo es, que la prensa local apesebrada convierta en víctima a la torpe Rottenmeier y saque a pasear el mantra de la extrema derecha para anatemizar a quienes mostraron su indignación, amparándose en insultos aislados, residuales. Y también la presidenta del Govern, la socialista Francina Armengol (PSOE), parece ser que se solidarizó con la señorita Rottenmeier. Bueno, la verdad es que la propia Armengol es una variante de la puppet Rottenmeier.
El lío lo había montado la señorita Rottenmeier y después asumido por la dirección del centro con gran torpeza. En un comunicado bien razonado, el colectivo de profesores PLIS (fachas, por supuesto), concluía: la dirección de La Salle ha propiciado un conflicto de autoridad que debió evitarse. No solamente eso. Decidió huir hacia adelante, culpando ahora a los alumnos de «alterar la convivencia» y en consecuencia, avisando a los padres de que se tomarán medidas de carácter educativo para fomentar convivencia escolar y proporcionar a los alumnos herramientas y habilidades sociales. Esto huele mucho a reeducación al estilo de la revolución cultural en la China de Mao.
Tenemos un grave problema con la educación pública y la concertada. Se llama intolerancia. Le hemos dado demasiada cuerda a la inquisición que encarna la corrección política impuesta por la izquierda. Votar el 28-M en desagravio de tanta inmundicia puede ser el antídoto que necesitamos. Por ello, el votante de centroderecha está obligado a movilizarse en su totalidad.
Porque sabemos que la extrema izquierda –la izquierda a secas hace tiempo que dejó el mundo de la política- seguirá en sus trece llamando fachas a los disidentes, que es palabra que relata «separarse de la común doctrina», que en el caso que nos ocupa, común no es que venga por aceptación sino por imposición, pura y dura, de un progresía vocacionalmente totalitaria.
Tan común doctrina de extrema izquierda es el desprecio a unos símbolos de unidad que nos caracterizan, que hasta la Fiscalía parece ser favorable a investigar la conducta de los niños y no la intolerancia de Rottenmeier. ¡A los niños! La prensa amiga, que quiere decir pagada, no ha tardado en dar su apoyo a la señorita Rottenmeier. Qué bajo ha caído el periodismo local apesebrado, renunciando a su primigenia naturaleza como garante de las libertades para postrarse ciegamente ante la paga que anestesia su ética.