Trump nos ha hecho felices
Trump nos ha hecho felices a muchos españoles. ¿Por sus declaraciones? Pues no, porque a menudo dan más vergüenza ajena que otra cosa. ¿Por sus políticas? Tampoco, el proteccionismo que defiende puede ser perjudicial para algunas de las exportaciones españolas a Estados Unidos, y su política en temas de moralidad es fluctuante, tanto como su propia moralidad personal. ¿Por sus logros como empresario? No tengo nada claro que siga siendo, en la actualidad, un empresario exitoso porque no me fío demasiado del buen estado de sus finanzas. ¿Por qué entonces he celebrado, como muchos otros españoles, su victoria? Porque estoy hasta las narices de personajes que me miran, a mí y a muchos, por encima del hombro por no pensar como ellos.
Me relamo al pensar en la cara de Yolanda Díaz, Ernest Urtasun, Marta Rovira, Ada Colau, Félix Bolaños o Pedro Sánchez, tras conseguir Donald Trump una victoria incontestable. En cómo, en sus cenas con sus amiguitos y amiguitas, se lamentarán diciendo que «los bulos y las mentiras en redes han conseguido manipular a millones de americanos», en vez de analizar que Kamala Harris era una mala candidata, que los suyos la ocultaron durante sus años de vicepresidenta porque no se fiaban de su capacidad; que fue elegida candidata por las buenas, sin celebrar unas elecciones primarias de urgencia y que, de postre, han mantenido a Joe Biden en la Casa Blanca, cuando le han echado como candidato por su senilidad.
El decirle a Biden «no te puedes presentar a la reelección porque no te aguantas los pedos, pero sigues teniendo el mando sobre el botón nuclear» no es lo mejor para conseguir generar confianza en la capacidad de gobernar del Partido Demócrata. Además, la inflación generada en la etapa Biden-Harris se ha comido los ahorros de muchos americanos y las políticas demócratas de dotar con menos medios a los cuerpos policiales han disparado la sensación de inseguridad entre los ciudadanos.
Las exquisiteces de los temas que dominan la agenda política progresista– nuevas masculinidades, política de género, cambio climático- a menudo no son entendidas por muchos votantes, pero lo de tener el bolsillo vacío y un delincuente a la puerta de tu casa, eso lo comprende todo el mundo. Con Biden han ido a peor. Con Trump tienen la esperanza de que igual cambia.
Volviendo a España, los personajes siniestros del separatismo y la presunta izquierda española que crearon el término fachosfera en contraposición a la coalición progresista –que incluye a los muy reaccionarios PNV y Junts– son de la misma calaña que los demócratas de Kamala Harris que se dedicaron a llamar nazi a Trump. O basura a sus partidarios. O deplorables –recuerden a Hillary Clinton– a los que iban a los mítines multitudinarios de Trump.
A Trump le han querido destrozar de mil maneras posibles, de la misma manera que actúa el sanchismo, intentado provocarle una muerte civil a partir del poderoso brazo judicial, mediático y político que el Partido Demócrata controla. En Cataluña sabemos mucho de los intentos de destrucción personal a los que se opusieron al procés tildándoles de «nazis» o «franquistas». Sánchez sólo ha tenido que copiar los métodos que los voceros y humoristas de TV3 y el resto de medios del orbe secesionista llevaron a cabo para denigrar a los que alzaban la voz contra las violaciones de derechos civiles. A fin de cuentas, son sus socios de coalición progresista.
Trump es mucho más que un personaje caricaturesco que no para de dar gritos para llamar la atención. Es la herramienta que más de 70 millones de norteamericanos han usado para decir que está hartos de que los ignoren. De que los programas de televisión de las grandes cadenas les desprecien porque no comparten los valores de los demócratas más radicales. Que están cansados de pagar las cuantiosas facturas generadas por los múltiples chiringuitos creados por las políticas ideológicas del Partido Demócrata. Que están hasta las narices de agendas de carácter identitario que intentan tapar que hay millones de americanos que cada vez tienen más problemas para llegar a fin de mes. Que los telediarios estén llenos de temas trans o de cómo crear una masculinidad no tóxica y no de cómo la clase media trabajadora lo tiene difícil para que sus hijos tengan un futuro mejor.
No es que Trump nos guste. Es que estamos hartos de personajes como Pedro Sánchez –la versión española de Kamala Harris–, que huye como un cobarde en Paiporta y lanza a sus voceros a que vendan que fue «agredido». Y encima asegura que «está bien», como si le hubieran golpeado. Que en medio de la peor catástrofe que ha vivido nuestro país en decenios diga que «si quieren ayuda, que me la pidan».
Esa actitud miserable es la que hace, en Estados Unidos o en España, que cada vez haya más gente que esté harta. En USA votan a Trump. En España no tenemos que llegar a esos extremos, sólo falta que alguien demuestre que es capaz de ser una alternativa real para desmontar todo el mal que el sanchismo ha generado. Sin renuncias, sin miedos y mirando a los ojos a los españoles para decirles que vamos a vivir mejor, pero arrimando todos el hombro y acabando con los privilegios regionales. Libres e iguales, con los mismos derechos y obligaciones en todo el territorio nacional.