La ‘tournée’ de un Dios bribón

La 'tournée' de un Dios bribón

El 18 de febrero de este maldito 2022 se cumplieron los setenta años de la muerte del más genial escritor humorístico del añorado siglo XX. Naturalmente, este aniversario no es que esté pasando desapercibido, es que ha sido vetado, Como si Jardiel Poncela no hubiera existido nunca. El Gobierno comunista (el socialismo ya no existe) no se ha gastado ni un chavo en la conmemoración, y era de esperar: ¿o es que podía confiarse en que el ministro, el simpar bailarín Iceta, programara algún acto cultural para celebrar la efeméride? ¡Por Dios! Poco se ha escrito este año sobre Jardiel, pero lo único que recuerdo es la crónica de un analfabeto sectario en el diario global (global, de globo) de la mañana que le metía un zurriagazo al ingenio de Jardiel tildándole de colofón de «fascista» y, claro está, de «homófobo». En la España de ahora mismo estos dos adjetivos viajan indisolublemente unidos como el matrimonio de un ginecólogo amigo, que acaba de cumplir noventa tacos, que suele decir: «Cuando me preguntan cómo es posible que lleve casi setenta años casado con Conchita, respondo: Pues porque nunca me he preguntado cómo es posible que lleve setenta años casado con Conchita».

A lo que vamos. Jardiel escribió allá por los infelices treinta del siglo pasado (los treinta de comunistas, socialistas y anarquistas) una pieza con la que, antes incluso de comenzar a leer, empiezas a descojonarte, verbo para los melindres que ya está en la RAE. El libro se llama La tournée de Dios y cuenta la historia de un Dios mayor que decide pasarse por la Tierra y elige España como centro de operaciones. El libro comienza con una dedicatoria genial: «A Dios, que me es muy simpático». Este inicio hoy sería glosado con sorna por las televisiones y radios progres del país, en una de las cuales, un mastuerzo diría algo como esto. «A ver si vamos a hacer propaganda de Dios en una televisión laica». ¿A que no le suena imposible? Pues claro que no, en esas estamos. Y miren, ya en la actualidad, aquí de tejas para abajo, se anuncia una tournée decisiva del mayor gobernante bribón que ha sufrido nunca esta Nación: Pedro Sánchez Castejón. La vuelta a España del narciso comienza este fin de semana y será el inicio de una gira por nada menos que treinta provincias; actos con paniaguados y asistentes forzosos, bufones para reírle las gracias y los insultos, mítines coñazo, conferencias con claques cazadas al efecto, ruedas de Prensa con informadores pertenecientes a la marca y dicen que paseos. ¿Paseos? ¿Por dónde los paseos? Por si acaso se tuercen, la Moncloa viene ya indicando que tendrán carácter espontáneo, quizá para evitar que las huestes de la resistencia antisanchista, se echen a la rúa para ofrecerle a Sánchez una opinión sobre el crédito que les merece.

Se trata de salir de la zona de confort monclovita o de Bruselas, ciudad a la que se está aclimatando para cuando los españoles le pongamos el pasaporte en la boca. La portavoz Alegría está haciendo buena a la entrañable portavoz felipista, Rosa Conde, e incluso a la vocera de ZP, Leire Pajín. Ya ha solemnizado Alegría que la tournée de este Dios bribón es, sencillamente, una constancia de que «la calle es el espacio natural de los socialistas», una demasía chusca que recuerda a aquella proclamación autoritaria de Fraga Iribarne: «La calle es mía», con la que se avisaba a los viandantes desafectos que no les ocurriera echarse a la vía porque allí les esperaría, garrote en mano, el propio Fraga. Alegría, de la que su ex jefe Lambán asegura que es «una chica sin fundamentos», será la encargada, con la sublime ayuda del converso Pachi López, de ir narrando, día a día, la bajada a la realidad callejera que, de pronto y por decisión propia, acuerda apearse del helicóptero y cruzarse en el asfalto con los españoles de bien que tanto le queremos.

Filtran, no sé con qué propósito malhadado, que Sánchez Castejón ha ordenado la oportuna intendencia para que nadie de los paisanos de las calles Rosa Luxemburgo, Marcelino Camacho o de la plaza de Lenín, que la hay en España, se quede sin una vianda que ponerse en la boca simultaneándola con los vítores, a la manera franquista de: «¡Sánchez, Sánchez, Sánchez!». No es seguro tampoco que para estas ocasiones tan enojosas de compartir minutos con el populacho, Sánchez se haya pertrechado con un sosias, un doble como aquel Caudillo de pega de la hilarante Espérame en el cielo, de Antonio Mercero, todo un denuesto de carcajadas contra lo que fueron los cuarenta años del Invicto Caudillo, también llamado el Benemérito de Cuelgamuros, roca de donde le ha echado el citado Dios bribón en gira.

Más en serio. Cuando todos los presidentes de esta democracia, ahora cuarteada por este Dios megalómano, se han visto en una coyuntura desfavorable cara a elecciones cercanas, han tomado dos decisiones: largarse a Iberoamérica a que les confundan con el jefe de la República Española y anunciar a bombo y platillo que se van a dejar ver más en la calle. Suárez avisó en su momento de que se disponía a ir a ver una película fuera de la Moncloa, él que no acudía al cine desde Recluta con niño. Calvo Sotelo autorizó que sus servicios de Prensa comunicaran, como quien no quiere la cosa, que se iba a Salzburgo a escuchar a Mozart. González informó a un grupo de periodistas que ya no le interesaba nada la política, que su quehacer favorito era escayolar las encinas de la M-30. Aznar se unía a la pléyade de fanáticos del jogging y se dejaba otear haciendo abdominales y poniéndolos a disposición de la colada familiar. Zapatero -qué mentiroso era también este hombre- comunicó al resto de los españoles que su auténtica afición era el baloncesto y se hizo construir por sus palacios pistas de basket similares a la del WiZink Center. Sánchez hará una gira para que España entera goce de su planta de vendedor del antiguo SEPU. Es la tournée de un bribón.

Jardiel terminaba su obra contando el regreso de Dios a su casa sempiterna con esta conversación del propio Señor con un revisor de trenes. Escribía: «¿Qué? ¿Ya de vuelta?», le preguntaba el ferroviario. Dios le contestaba apenado: «Ya» y sonreía indulgentemente. El inspector añadía, crecido: «Poco acompañamiento ¿eh?». «Poco», respondía el ser supremo con un forzado rictus. Y el revisor, casi propinando a Dios una palmada de ánimo, sentenciaba: «Este es el mundo». Ahora, España va a ignorar al fatuo en su regreso a las calles -aunque sean escogidas- del país.

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