Apuntes incorrectos

Teresa y la gente que salvará España

manifestación

Mi vecina Teresa, esposa de Diego, madre de Diego -que mora y trabaja en Ámsterdam-, todos ellos fachas pata negra, se presentó el sábado pasado a primera hora en el Aolmar, el bar de mi amigo Chema donde desayuno. Llegó con un abrigo de piel de toda la vida, de esos que ya casi no se encuentran porque esos animales que están para proporcionarnos confort, según el dictado de las Escrituras, de acuerdo con las cuales el hombre debe servirse de la naturaleza para alimentarse y protegerse, gozan ahora de más consideración y derechos que el ser humano. El abrigo lo llevaba cubierto con una gran bandera española, porque Teresa iba a la manifestación contra Sánchez, por el que siente devoción. Vino al bar para pedir que le reservaran una mesa para tomar el vermú, una vez consumado el sacrilegio. Y así fue. Poco antes de las 2 de la tarde se personó para disfrutar del aperitivo.

¿Qué tal ha ido todo?, le pregunté. «Muy bien. Inenarrable. Mucha gente, y toda duchada, limpia y perfumada con colonia Álvarez Gómez», que exuda aroma de limón y es también mi preferida, porque es barata a la par que elegante y pija. En los tiempos que corren, un apunte de educación. Aunque nos queremos, Teresa no perdonó el reproche que merecía: «Pero tú no has ido». Y en efecto, no fui. No soy como las mujeres, que pueden hacer varias cosas a la vez. Me quedé esperándola, al albur de los acontecimientos y noticias a fin de escribir este artículo, pero su acusación estaba y está plenamente justificada. Los que no soportamos a este presidente insufrible debemos dejarnos oír todos los días. Y el hecho es que, por mucho que haga muecas como que no le importa, Sánchez acusa al golpe. Hace mucho tiempo que ha perdido la calle, que no puede comparecer en lugar alguno del país sin el dispositivo policial correspondiente, y esta clase de comportamiento espontáneo de tantos ciudadanos es un suceso intolerable para quien se tiene en tan alta estima y está persuadido de su aportación a la historia de España y de la Humanidad completa. Sencillamente, no da crédito.

Tampoco los intelectuales que lo sostienen. Estos han juzgado sin compasión a los protestantes. Dicen que los que se acercaron a Cibeles se apropiaron de símbolos comunes como la bandera y el himno que sonaron en la plaza de Madrid como unos trumpistas cualquiera, pero la realidad es contumaz: no hay noticias de un mitin de Sánchez en el que se oiga el himno y ondee la bandera que nos representan a todos. Y así es porque el sanchismo detesta estos símbolos, los encuentra anacrónicos y rancios, contrarios a su propósito de sacudir España como un calcetín. Naturalmente a peor.

No es que los buenos patrimonialicen la bandera o el himno, es que los malos han renunciado deliberadamente a ambos. Dice el diario ‘El País’, el vocero del Régimen, que los 184 diputados que siguen respaldando las tropelías de Sánchez por conveniencia, y porque cualquier otra alternativa les perducaría, encarnan la pluralidad efectiva -geográfica, sentimental y política- de una España real, mientras que la concentración de Cibeles representa la reacción de un nacionalismo que siente amenazada su esencia. Pero esto es falso. Gran parte de esos 184 diputados, los nacionalistas vascos, los etarras y los independentistas catalanes están sobre representados por una ley electoral nefasta desde su concepción.

¿Se puede estar más ciego y sordo al sentimiento mayoritario de la nación? Sí. Aunque Sánchez y los que cobran directamente de él, más la tropa masiva de los que reciben ayudas y subsidios indiscriminadamente digan que esa mayoría parlamentaria accidental representa una nación más porosa, más integradora, más real e incluso más realista, sucede justamente lo contrario: que es una alianza con el interés espurio de desintegrar y finalmente destruir la nación. Por eso leo esas diatribas contra como mínimo la mitad del país, con el único fin de hacer la pelota el presidente, y así seguir ingresando o disfrutando de canonjías, y me digo: definitivamente estos chicos han perdido el juicio.

Hay otras personas desde luego más inteligentes que analizan la demostración del pasado sábado con criterios supuestamente técnicos. Así, el consultor reputado César Calderón, gran admirador del estratega ya fallecido Rubalcaba -hay amores que matan-, ha escrito que «cualquiera con dos dedos de frente que haya estudiado con un mínimo aprovechamiento la situación política española sin apriorismos interesados se habrá dado cuenta de que, por mucho que los actos de autoafirmación patriótica y/o constitucional sienten muy bien en el alma inmortal de sus participantes, no son en absoluto aconsejables en este momento político».

Y esgrime esta razón: Sánchez no va a perder las próximas elecciones generales por la movilización de la derecha – esa se presupone-, sino por otros dos elementos bien distintos: el primero, la desmovilización de una parte de los votantes del PSOE hacia la abstención, y el segundo, por el salto de los más moderados y decepcionados de entre estos hacia el PP, y a ninguno de estos dos hitos favorece llenar las calles de Madrid de banderas rojigualdas y discursos enardecidos.

Pues bien, yo discrepo de este análisis tacticista y presuntamente aséptico. Me parece que el rechazo que concita Sánchez entre capas cada vez amplías de la población, incluso entre los socialistas, no va a disiparse por los ejercicios de desahogo celebrando el himno y enarbolando la bandera, que son de todos. Cuando se han traspasado todas las líneas rojas posibles, como ha hecho el presidente, una manifestación multitudinaria ni acongoja ni alarma a los dispuestos a practicar la apostasía en número cada vez mayor y por tan múltiples razones. Eso sería lo mismo que pretender que la señora Ayuso deje de ir a la Complutense a recibir el premio como alumna ilustrada afrontando la ira desatada de la chusma podemita o izquierdista en general, que no se ducha a diario ni se perfuma con una colonia decente. Cuanto más bronca provoque, y las televisiones desafectas puedan sacar las imágenes de las hienas en busca de la presa, más segura está la mayoría absoluta en Madrid. Y más cerca la de Feijóo en el conjunto de España, junto a Vox, claro. La bandera, el himno y el discurso enardecido nunca están de más, y sí a alguno como a Cesar Calderón le parecen estratégicamente inapropiados, o a otros socialistas sensatos, pero dubitativos, una actitud capaz de impedir un cambio en su voto es que no los merecemos.

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