La sublevación de los primates
Las salvajadas de trascendencia socio-económica-política cometidas por unos primates demuestran su incultura y la locura de sus capos, que los estimulan y aplauden. Tales bestias reciben consignas para saquear las ciudades, incendiar contenedores, apedrear a las fuerzas del orden y degradar la imagen que España tiene en el mundo. El caudillo del moño macarra, ebrio de poder, por ser vicepresidente, considera libertad de expresión los actos vandálicos. Es más, sueña con ser admitido en la RAE para revolucionar la Academia a base de idioteces como esta: “El español es una lengua impuesta en España”, (sic). No haber leído, o asimilado, a Cervantes ni a Quevedo produjo irreparables daños en su retorcido cerebro marxista.
Que se lo digan a Sánchez -otro tenaz lector -, que lo acogió como socio, con tal de sumar escaños, sin pensar que contrataba a un indeseable que se presentaría en palacio con su tribu de analfabetos salvajes y una cajera para llevarle las confusas cuentas de Igual-da. Las buenas lenguas hablan de que tanto le gusta a esta chica contar los dineros, que lo hace en pesetas, porque de hacerlo en euros no serían tantos los millones. Así puso rumbo a la codicia una pareja humilde. Mal negocio hizo el presidente a cambio de un puñado de votos malditos que los ciudadanos estamos pagando o habremos de pagar. ¡Qué gente tan chunga fichó para alargar la legislatura! Por no hablar de las hordas, ERC, Bildu, etc., más los asilvestrados, o sea, separatistas, etarras y demás lumpen.
Hay que tener muy poca vergüenza y un estómago de acero capaz de digerir sapos, para pactar con ellos. A Sánchez todo le vale, no le inquieta que sus socios contraten a agitadores en paro o enrolen a los chalecos amarillos que Francia expulsa. Le da todo igual, lo mismo le da llevar al Rey Felipe VI a una Cataluña en llamas, que Iglesias le falte el respeto. Sánchez, el impasible, sabe que en su tierra sólo merecen elogios los que hacen todo mal. Es un sobreviviente nato, va a lo suyo y pasa olímpicamente de sus enemigos, a los que cuenta por cadáveres. No es comunista, es constitucionalista, al menos en una larga perspectiva temporal, le resulta más beneficioso. Su única convicción es la de permanecer en el cargo contra viento y marea. Y nadie puede dudar que lo está consiguiendo.
La sublevación de los primates se la trae floja. E Iglesias también. Y los partidos de distinto signo ideológico, no digamos.