¿Sentimientos?: sí, pero xenófobos

¿Sentimientos?: sí, pero xenófobos

Durante estos últimos años he procurado evitar los piques políticos en mi vida más doméstica. Aparte de algún familiar que trataba tozudamente de aleccionarme, nunca he entrado al trapo de los más cercanos. Intentar preservar las relaciones personales cotidianas es un propósito sensato y práctico. Sólo una vez me vi en medio de una discusión, nacida de un malentendido, con la dueña de una pollería del mercado de mi querida Tarragona (una pullera. Les juro que era una castellanada que se usó con desenfado e ignorancia feliz por el catalán popular no tanto tiempo atrás). La culpa fue mía porque tomé por una declaración de españolismo cierta frase suya que pretendía todo lo contrario. Al final, no deseando tampoco ella subir el tono, acabó la pequeña refriega con la frase mágica: «es un tema de sentimientos».

Ah, los sentimientos. Uno apela a ellos como situándose en un lugar más allá del bien y el mal donde rige algo de carácter, digamos, «espiritual». Los sentimientos brotan del corazón y no del intelecto y la razón. Y el corazón es un órgano que limpia de intereses y vulgaridades los asuntos que enredan y confunden a las personas. Apelar a ellos es una especie de escapulario, un detente bala de la crítica, sobre todo de la demoledora.

Pero yo no soy creyente. Y mucho menos identitaria. Y esos sentimientos merecen el estilete afilado de la interrogación como cualquier otra cuestión. Y ya lo dijo con precisión un amigo mío: “son sentimientos, sí, pero xenófobos”. No valía la pena espetárselo a la pullera entre señoras y caballeros esperando turno para sus pechugas.

Vienen a cuento estos recuerdos porque, como cualquier nacionalista marrullero, a los sentimientos ha apelado estos días el ex presidente de la Generalitat Artur Mas. Ha dicho que se encuentra «decepcionado, triste y enfadado». Pero que los independentistas son los amos de esas afecciones que están en otro plano de la realidad, uno que no se discute. Fíjense hasta qué punto es abstracto y vago este discurso que no tiene reparos en rematarlo con una frase digna del mejor Zapatero, ese poeta del viento: “quiero luchar por superar estos sentimientos para llegar allí donde quiero llegar, que es la unidad del proyecto y la unidad del espacio”.  Junqueras, tan aficionado él a las íntimas connotaciones místicas de la física cuántica no dudaría en pensar que se refiere al “espacio-tiempo” del Big-Bang. Lástima no poderlos enviar a todos a Alfa de Centauro por un agujero de gusano.

Sí, sentimientos xenófobos que alimentan unas políticas que siguen incansables porque disponen de todos los medios.  Por ejemplo, la organización Plataforma per la Llengua y el Grupo Koiné, que también aboga por la promoción coercitiva del catalán, no cesan en su persecución del castellano en los medios de comunicación públicos catalanes. Estos días su objetivo ha sido la emisión de la serie de televisión Merlí Sapere Aude.  Igual que en el mundo real, muchos de sus actores interpretan personajes que utilizan el español en sus conversaciones. Para detener esta afrenta, han iniciado una recogida de firmas para «parar la castellanización» de la televisión pública de Cataluña.

Ocho años de procés para seguir en absurdo empate, con políticos que están programados sólo para seguir con lo mismo, pues ya hemos visto qué han sabido hacer con la pandemia. Sí, La Caixa va a terminar en Madrid y en Cataluña hay una generación de jóvenes que llevan todo este tiempo escuchando que la independencia está a la vuelta de la esquina. Ocho años caminando por el filo de la navaja de unos sentimientos xenófobos convertidos en “causas justas” que conllevan la bendición de los violentos que dan un paso más allá y atentan contra bienes públicos e instalaciones. De momento. Y, no, no se puede parar si no decimos las cosas por su nombre.

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